17 de septiembre de 2022

El género y la política de los artefactos

 

“El impacto más importante de la escritura en la historia humana es precisamente el cambio gradual de la manera en que los humanos piensan y ven el mundo. La asociación libre y el pensamiento holístico han dado paso a la compartimentalización y la burocracia.” 

Yuval N. Harari, Sapiens. De animales a dioses.

  

Es posible que uno de los argumentos más potentes en contra del clásico determinismo que ha venido rigiendo el camino de la percepción que de la tecnología ha tenido desde siempre la sociedad, sea la eventualidad de que los artefactos, productos de esa tecnología, o la misma tecnología, tengan política; veamos cómo. Si tenemos en cuenta una de las principales acepciones que podemos atribuir a la política, a saber, las relaciones de poder que se establecen entre individuos, deberemos empezar por preguntarnos el papel de esos dispositivos en esas relaciones de poder entre individuos o quizás, desde una perspectiva constructivista, que desarrollaré a lo largo del ensayo, diluir esas diferencias entre objeto y sujeto. 

Tal como nos indica el profesor Eduard Aibar a propósito del determinismo tecnológico, se trata, en resumen, de[1]:

la idea que la tecnologia constitueix l'agent causal més important en els canvis socials al llarg de la història; la tesi, en resum, de què el canvi tecnològic determina el canvi social o, dit d'una altra manera, que la tecnologia és, senzillament, el motor de la història.

La duda radica – y significa para mí un escollo importante en esta mi primera aproximación al constructivismo más radical según el modelo SCOT, que viene a cuestionar esa idea de la tecnología como el principal motor de la historia – en el alcance de la influencia de la sociedad en esa modulación del poder de la tecnología a lo largo de nuestra historia:[2]

El problema se establece cuando se intenta precisar la extensión de la influencia de lo social en lo científico. Es decir, si no hay nada más que la mera construcción social -relativismo- o si queda algún papel a la evidencia científica.

Es ahí donde juega su papel en este texto el profesor Langdon, que no va a solventar mi dilema de forma directa, pero si ayudar provocativamente con la atribución (o no) de poderes políticos, hasta ahora solo atribuibles al sujeto, a esos objetos que, según afirma el constructivismo, podrían no ser tan influyentes, o al menos no tanto como habíamos podido pensar hasta ahora, y de esta forma dejar de ser nosotros, como sociedad, simples sujetos pasivos que bailan al son que marca la tecnología.

Qué mejor forma de romper esa barrera que atribuyendo a los dispositivos capacidades que, intuitivamente, solo creeríamos propias de la sociedad que pretenden cambiar. Es de esta forma como se evidencia la bidireccionalidad y la simetría entre tecnología y sociedad tan propia del modelo SCOT; tan fácil de asumir la primera, como contraintuitiva es – en mi opinión – la segunda.

Langdon nos presenta dos estudios de caso, en la línea de la profunda vocación empírica del modelo SCOT y ANT – del que más adelante hablaré – para argumentar a favor de su tesis; pero ya que hemos definido anteriormente lo que se entenderá como “política”, es conveniente también centrar un poco más el término “tecnología” que, según él mismo, se referirá a[3]:” piezas o sistemas más o menos grandes de hardware de cierto tipo especial”. El primero de esos estudios de caso nos hablará de cuando esa tecnología es utilizada para[4] alcanzar un determinado fin dentro de una comunidad. El segundo nos descubrirá las implicaciones políticas – no evidentes – que tienen la adopción de un cierto tipo de tecnología.

En el primer caso, Langdon nos presenta a Robert Moses, urbanista de gran influencia en Estados Unidos durante la segunda mitad del s. XX, quien se encargó de diseñar, entre otros muchos grandes proyectos, los puentes sobre las avenidas de Long Island, en la ciudad de Nueva York. Cualquiera podría pensar, sin profundizar demasiado, que su reducida altura podía ser debida a algún complejo y técnicamente super-razonable motivo de eficiencia, que es lo que uno suele pensar de la tecnología y lo que le confiere su pretendida neutralidad. Sin embargo, a poco que uno profundice en estudios constructivistas como el de Langdon, descubrirá que los motivos para utilizar esa tecnología pueden ser más prosaicos, y que muchas veces, también, pueden ser utilizados para modificar esas relaciones de poder entre individuos de las que hablábamos al principio, es decir, para hacer política.

Para un determinado grupo social relevante (GSR), en este caso las clases más desfavorecidas, el diseño significaba la imposibilidad de desplazarse a los fantásticos parques y playas de Long Island, ya que impedía la llegada de autobuses, que con sus doce pies de altura no podían superar los 9 pies de esos pasos elevados. El otro GSR, con suficiente capacidad adquisitiva para desplazarse en su propio vehículo, no debía tener ningún problema. La flexibilidad interpretativa acerca del diseño utilizado establece un claro sesgo de clase.

Siguiendo el modelo SCOT, cuyo nacimiento es posterior a los hechos perpetrados por el Sr. Moses, podríamos concluir que la controversia entre los dos GSR – dicho desde una perspectiva marxista – no llevaron a la clausura y estabilización de la tecnología utilizada, obviamente por la imposibilidad de modificar el “artefacto” sin incurrir en grandes costes. Y es que Moses pertenecía a otro marco tecnológico, el que incluye a los que no necesitan desplazarse en transporte público ni les gusta ver pobres en sus ricos barrios. Moses utiliza este diseño para dividir a la sociedad, tal como podrían hacerlo, por ejemplo, dos partidos políticos. En este tipo de casos es donde los estudios CTS pueden ofrecer una valiosa ayuda, proporcionando una mejor perspectiva sobre el uso no-inmediato que conllevará una determinada tecnología.

En su segundo caso de estudio, más potente y mucho menos evidente que el anterior según mi opinión, Langdon nos muestra las implicaciones sociales que conllevan la elección de ciertas tecnologías y que le llevan a evidenciar el carácter inherentemente político de las mismas[5]:

[…] la adopción de un determinado sistema técnico requiere de hecho la creación y mantenimiento de un conjunto particular de condiciones sociales como ambiente de funcionamiento de dicho sistema. Esta posición es la que sostiene un autor contemporáneo que mantiene que: "si aceptamos la construcción de centrales nucleares, también aceptamos la existencia de una élite de técnicos, científicos, industriales y militares. Sin este tipo de gente, no podríamos tener energía nuclear" (Mander, 1978)

La pregunta que cabe hacerse es, según Langdon, si aceptamos la energía nuclear por unas determinadas cualidades técnicas o se nos ofrece a la sociedad como medio para llegar a un determinado sistema de organización. ¿Qué elegirá un gobernante como tecnología para ofrecer a sus ciudadanos, una que le permita un mayor control u otra le permita una mayor independencia de él como podrían ser las renovables? Langdon no ofrece la respuesta, pero plantea claramente, para nuestra consciencia, el fin político del camino al que lleva una elección u otra.

Siguiendo la tesis de Langdon, podemos entonces asignar capacidades políticas a la tecnología, la pregunta que me viene a la cabeza es, ¿podríamos llevar el reto un paso más allá todavía en el desmontaje de las categorías? La investigadora visitante de la Universidad de California, Verónica Sanz, cree que sí y desde una perspectiva de género afirma que:

El feminismo constructivista afirma que el género no sólo se “asocia” a las tecnologías una vez estas construidas, sino que es incorporado a la propia materialidad de los artefactos […]. Los procesos de generización se incorporan al nivel “material” de estas […]. Si las relaciones de género están “incorporadas” a los aparatos, estos van a contribuir, a su vez, a construir y a reforzar esas relaciones.

En realidad, no creo que se trate de una aproximación muy diferente a la de Langdon. La Dra. Sanz no hace sino analizar unos estudios de caso en los que tratará de evidenciar unas relaciones de poder, también asimétricas, ya no entre individuos, sino entre géneros, con el mismo fin de eliminar la ya mencionada dualidad objeto-sujeto, tan propia de la teoría constructivista del actor-red (ANT). Aunque con un importante apunte sólo esbozado anteriormente y verbalizado aquí por Sanz[6]:” […] la teoría clásica de ANT no desarrolla el hecho de que existe una gran diferencia estructural de poder entre los distintos actores de las redes”, afirmación que también podría aplicarse al sesgo de clase evidenciado por Langdon. Parece como si la teoría constructivista estuviera más dispuesta a reconocer la simetría, en cuanto a influencia mutua de tecnología y sociedad, que entre los GSR que la componen.

Como Langdon, Sanz nos presenta una serie de estudios de caso que siguen mostrando la importancia de estudiar la tecnología cuando se está creando[7]:” los procesos de ‘generización’ comienzan ya en las fases de diseño e innovación”.  Nos habla en primer lugar del peculiar diseño de ciertas máquinas de afeitar eléctricas para mujeres estudiado por Ellen van Oost (2003), cuyo aspecto tecnológico no parece ser del gusto femenino; es por eso que, según Sanz, presentan una mecánica diferente que impide abrirlas para manipular su interior.

La conclusión de es que este artefacto muestra las ideas preconcebidas de los diseñadores, a saber[8]:” mujeres tecnófobas y tecnológicamente incompetentes”. En mi opinión, la conclusión del estudio dice más de las ideas preconcebidas de van Oost acerca de las mujeres que de los diseñadores de la máquina de afeitar eléctrica femenina. Es, creo, un buen ejemplo de lo que la misma Sanz concluye como peligro[9]:

Una perspectiva feminista constructivista se compromete explícitamente a no perpetuar los esencialismos de género, riesgo que se corre a menudo (aunque sea inconscientemente) cuando realizamos cualquier investigación con perspectiva de género.  

¿No es, en definitiva, el actante hombre – máquina (masculina) equivalente al actante mujer – máquina (femenina)? ¿Por qué debe establecerse la misma relación interna?, es decir, ¿por qué no puede la mujer establecer una relación diferente con su máquina que pueda ser tenida en cuenta por los diseñadores? 

En el segundo y tercer caso, nos muestra el mismo proceso de generización aplicado al diseño de los procesadores de texto y softwares de recepción de llamadas en sendos estudios realizados por Janette Hofmann (1999) y Mass - Rommes (2007), en el que se repite el mismo esquema anterior. Un software aparentemente creado para simples y torpes secretarias o recepcionistas a las que se les pedía poco más que escribir a máquina o descolgar el teléfono.

Me cuesta creer, sin ninguna intención de contradecir un estudio del que no se dan más detalles, que los programadores se empecinaran de esa manera en obstaculizar el trabajo de sus propios clientes incluso a costa de reducir su productividad, y no pueda ser achacado simplemente a un error de diseño en unos años en los que ningún software era sencillo de utilizar para nadie. Diversas preguntas no dejan de rondar mi cabeza: ¿quién puede descartar que el mismo software no hubiera tenido el mismo resultado si hubiera sido utilizado por secretarios y tele operadores?, ¿hubieran preguntado los diseñadores cómo preferían que se desarrollara el software si los empleados hubieran sido hombres?, ¿cómo es tenido en cuenta este hecho en los estudios de caso mencionados?

El cuarto caso presentado es el de Anne-Jorunn Berg (1999), aun sin exhibir de salida el sesgo de género, sigue en la misma línea que los anteriores. No puedo evitar preguntarme el resultado del mismo análisis si los diseñadores hubieran tenido en cuenta las tareas asignadas a priori, por la propia autora del estudio, a las mujeres, es decir, una casa diseñada, de salida, para que la cocina pueda ser fácilmente limpiada. Siguiendo el concepto de traducción propuesto por Callon y Latour, me atrevo en este punto a proponer una muy simple traducción: casa inteligente = tecnología = bienestar de la familia = casa confortable para el hombre = casa confortable para la mujer = casa confortable para los hijos = felicidad. Podríamos decir que, de alguna manera, la caja negra de las “casas sólo para hombres” se ha abierto y, por primera vez, deben tenerse en cuenta también otros patrones de uso y principalmente el femenino.

El quinto y último caso de Rommes (2002) vuelve a insistir en lo mismo, el estudio sobre la Ciudad Digital de Ámsterdam me parece redundante y no puedo esquivar la impresión de que, una vez más, en cuanto a los estudios de caso se refiere, parece primar más la cantidad de los mismos que su calidad. Y no me refiero aquí, por supuesto, a la calidad del estudio en sí, sino a los ejemplos seleccionados.

Habiendo desgranado ya mi posición a lo largo del ensayo y admitiendo de salida mi opinión de que los artefactos tienen tanta política como género, he de confesar que se trata para mí de un razonamiento más bien intuitivo, aunque potenciado después de haberme introducido en las teorías constructivistas, sobretodo, y he de resaltarlo vehementemente, en el caso de la asignación de género. A priori, me parecen mucho más consistentes – aunque, una vez más, he de decir que me gustaría profundizar mucho más en ambos casos – los estudios de Langdon que los presentados por Sanz. Y, dado el enorme peso que tienen los estudios de caso en el constructivismo social, no puedo sino remarcar que no consigo desprenderme de la sensación de que esa tan mencionada simetría entre ciencia, tecnología y sociedad es algo más pretendida que real, más teórica que práctica, y que necesito analizar más estudios de caso y más potentes, o contrarrestarla con una mayor profundización por mi parte, para rendir mi moderado determinismo innato.

 


 

BIBLIOGRAFÍA.

 

Aibar, Eduard. La visió constructivista de la innovació tecnològica. Una introducció al model SCOT. Barcelona: UOC, 2021.

Domènech, Miquel y Francisco Javier Tirado Serrano. Teoria de l'actor-xarxa: Una aproximació simètrica a les relacions entre ciència, tecnologia i societat. Barcelona: UOC, 2021.

Sanz, Verónica. «Género en el 'contenido' de la tecnología: ejemplos en el diseño de software». Revista iberoamericana de ciencia, tecnología y sociedad, Vol. 11(31) (2016): 93-118.

Winner, Langdon. «Do Artifacts Have Politics?». D. MacKenzie et al. (eds.), The Social Shaping of Technology, Open University Press (1985). [Versión castellana de Mario Francisco Villa]

Zubieta, Ana Fernández. El constructivismo social en la ciencia y la tecnología: las consecuencias no previstas de la ambivalencia epistemológica. Arbor 185.738 (2009): 689-703.



[1] E. Aibar, La visió constructivista de la innovació tecnològica. Una introducció al model SCOT (Barcelona: UOC, 2021), 7.

[2] A. Zubieta, El constructivismo social en la ciencia y la tecnología: las consecuencias no previstas de la ambivalencia epistemológica (Arbor, 2009), 7.

[3] Langdon Winner, Do Artifacts Have Politics? (Philadelphia: Open University Press, 1985), 3. [Versión castellana de Mario Francisco Villa].

[4] Ibíd.

[5] Ibíd., 7.

[6] Verónica Sanz, «Género en el 'contenido' de la tecnología: ejemplos en el diseño de software». Revista iberoamericana de ciencia, tecnología y sociedad, Vol. 11(31) (2016): 97.

[7] Ibíd., 100.

[8] Ibíd., 104.

[9] Ibíd., 113.

10 de julio de 2022

¿Hacia la oscuridad?

 



Solo se me ocurre una respuesta para el final de un viaje que se iniciaba, a principios del s. XVII, con la esperanza de conseguir el fin de todo sufrimiento humano o, cuanto menos, con la fe de disponer de las herramientas para lograr hacerlo, y acaba con una Gran Guerra, aun sin saber que tendríamos que numerarlas. Un viaje que acaba con no menos de 16 millones de muertes solo puede calificarse, en mi opinión, de final oscuro.

Con un liberalismo agotado que no ha logrado cumplir su promesa de igualdad, el mundo se enfrenta a un tipo de guerra desconocido hasta entonces. Fruto en parte de un enorme positivismo y una inercia generada en las décadas anteriores, que había creado unas poderosas fuerzas de cohesión interna, en sustitución de las que sostenían al antiguo régimen. Hablo de una de las mayores creaciones del s. XIX, el nacionalismo, que incluso logró superar, de largo, el incipiente socialismo que tantos logros había conseguido en la segunda mitad del siglo para la clase trabajadora, pero que fracasó a la hora de evitar que sus miembros fueran directos –e incluso felices en un principio– a la carnicería que iba a ser la Primera Guerra Mundial.

En una época en la que la ciencia y la tecnología abarcaba y se expandía por todos los campos, incluso los artistas tuvieron que reaccionar al hecho de que su camino debía ser algo más que la imitación de la naturaleza, dado que existían ya mejores formas de hacerlo. Debían experimentarse nuevas vías, como las de Monet y Kirchner, a través del impresionismo primero y como reacción a este con el expresionismo. Se trataba de que el factor humano continuara teniendo valor, de que el interés de procesar la realidad continuara vigente y pudiera ser transmitido a los que carecemos de ese sentido adicional o de esa capacidad.

Para la mujer se iniciaba un nuevo camino que empezaba a reflejarse también en el interés de las actividades culturales. El trayecto que iniciaba la mujer de clase alta occidental, principalmente en Gran Bretaña, Francia y Alemania, tardaría todavía muchas décadas en expandirse al resto de clases sociales y países, continuando su expansión todavía en la actualidad. Pero es, sin duda, uno de los hechos más importantes sucedidos en el s. XIX, a mi entender, tan relevante y característico del s. XIX como el liberalismo, el socialismo o el nacionalismo.

La llegada de Lenin al poder y el cambio de régimen que, a partir de la Revolución de Octubre de 1917, quedaría en manos de los bolcheviques, se convertiría, por primera vez en un contrapeso al liberalismo europeo predominante hasta entonces. La deplorable situación de las clases sociales en situación más desesperada sería utilizada, una vez más, como coartada para conseguir el poder. Y aunque son innegables también las mejoras sociales que se lograrían, como se consiguieron en Europa occidental, se acabaría demostrando, una vez más, la imperfección y las carencias de cualquier sistema político que haya sido implantado desde el principio de los tiempos.    

4 de junio de 2022

¿CÓMO NACIÓ EL MUNDO CONTEMPORÁNEO?



Si fuera posible establecer una fecha para el nacimiento del mundo contemporáneo más allá de los necesarios cánones académicos… espere, estimado lector…, puedo hacerlo mejor… Si consideramos la Revolución francesa como fecha del parto, podría sernos también útil para una mejor comprensión, conocer cuándo se fecundó el óvulo, cual fue ese preciso segundo en el cual el espermatozoide, después de haber atravesado el cuello del útero y subir por la trompa de Falopio, se encontró con el ovocito. Es conveniente por tanto hacer un pequeño salto temporal adicional antes de empezar a divagar sobre la manera en que nació nuestro mundo contemporáneo.

En nuestro caso, y si se me permite la libertad de seguir con el mismo ejemplo, la gestación va a durar algo más de lo habitual, exactamente el tiempo que va desde la publicación de De revolutionibus orbium coelestium por parte de Copérnico (1543), hasta la toma de la Bastilla, el 14 de julio de 1789. Muchos hombres ilustres van a desfilar en ese periodo, algunos incluso de mayor relevancia, pero si algún positivista me obligara, bajo amenaza de muerte o tortura, a establecer la fecha de la chispa inicial, sería indudablemente esta.

Dos factores de importancia infinita me llevan a esta conclusión de la mano de Rietbergen, el primero, por el atrevimiento que implicaba poner en duda el libro del que había emanado hasta entonces todo el conocimiento:

The text bears witness to great intellectual courage because it went against everything that the sixteenth-century Church and State saw as the established order of man and God, of earth and heaven. Thus, it laid the foundation for the modern, western world-view.  (Rietbergen, 2006, p. 315)

En segundo lugar, porque expresa y remarca la importancia de la utilización de las matemáticas como nuevo lenguaje para entender la naturaleza. Lenguaje que iba a ser imprescindible para cualquiera que quisiera buscar respuestas fuera de la Biblia.

Pero, obviamente, no estábamos –ni lo estamos todavía– preparados para que todo sea desentrañado a través de las matemáticas; para eso tuvimos la suerte de contar, entre otros, con Bacon, y sus primeros pasos en el desarrollo método científico, Descartes y su duda metódica o Locke, que nos enseño que no salimos del vientre de nuestra madre con ideas innatas y que estas son adquiridas a lo largo de nuestra vida en base a nuestra experiencia.

Subido a los hombros de estos gigantes, Newton pudo ir todavía un paso más allá, siendo capaz de predecir –si se me permite– en base al cálculo matemático, la posición de un cuerpo en un determinado momento dadas unas condiciones iniciales conocidas. Hasta ese preciso instante, siempre había sido Dios el que ejercía esa fuerza en todo momento y a su voluntad. Ahora que el movimiento se veía sometido a unas leyes ajenas a su dictamen, se había producido una ruptura de consecuencias impredecibles:” Newton confirmed what many had already suspected, or feared: God does not continuously interfere in man's life” (Rietbergen, 2006, p. 324). Se estaba creando el caldo de cultivo que iba a permitir a la gente observar con un nuevo espíritu crítico la realidad que le rodeaba, y lo que es más importante, iba a empezar a ponerla en duda:

Increasingly, people now argued that man should free himself of the paralysis of the past, of the authoritarian, unreasoned imposition of tradition used as an argument for the ideas and structures that, specifically, Church and State had created to hold their power over society and, even, man's soul. (Rietbergen, 2006, p. 325)

Sólidas y otrora indestructibles estructuras íntimamente ligadas a ese Dios iban a verse sacudidas desde sus mismísimos cimientos hasta la más alta de sus torres, otras simplemente iban a desaparecer. No se trataba entonces –Descartes daría fe de ello– como no se debería tratar ahora, de borrar de un plumazo lo que la fe había significado hasta ese momento a lo largo de siglos y siglos de historia para millones y millones de personas. Debemos ir ahora un poco más allá de la utilización maniquea que los poderosos han hecho de ella a través de los siglos.

No resulta fácil para un ateo como el que escribe reconocer, por ejemplo, que quizás sin esa inquebrantable fe, los puritanos del Mayflower que llegaron a lo que después se convertiría en los Estados Unidos de América, en 1620, no hubieran podido resistir las numerosas penurias que padecieron, para que siglo y medio después pudiera firmarse uno de los documentos históricos más influyentes de la historia, la Declaración de Independencia (1776) que, como no podía ser de otra manera, y al contrario de la Revolución francesa, no reniega en absoluto de su vínculo con Dios. Resulta cuanto menos desconcertante que fuera precisamente por esos nuevos aires humanistas que empezaban a soplar en la Inglaterra del siglo XVII por lo que se decidieron a buscar otro lugar, lejos de Europa, en el que poder practicar su ortodoxia puritana.

El caso es que un hueco tan profundo debía ser llenado. Se introdujeron muchas cosas en la oquedad: grandes declaraciones, como la anteriormente mencionada –que trataban de devolver al hombre su papel en el mundo, un papel que debía ser digno de las grandes ideas que ya hemos apuntado en este ensayo–, grandes personajes como Napoleón y toda una serie de grandes promesas basadas en una razón que debía llevarnos a la ruptura de todas las cadenas que nos habían mantenido presos hasta entonces en demasiados sentidos.

Pero el mundo contemporáneo nació, en cierta manera, huérfano, ¿podía sustituirse al fin esa legitimidad que Dios había otorgado hasta entonces a nuestros gobernantes y de la que parecía que no podíamos dejar de depender? Había que crear una idea superior, algo que rebasase la propia idea del gobernante, que lo abarcara y lo meciese como había hecho Dios hasta entonces, iba a aparecer por fin una de las creaciones más decisivas del mundo contemporáneo y de las más difíciles de definir, la nación.     

Su importancia radica en el hecho de que, tal como nos dicen Villares y Bahamonde:

La sustitución de las monarquías absolutas y de los grandes imperios, así como la agrupación en una unidad superior de pequeñas repúblicas y principados, ha sido realizada a través del estado-nación, que se ha convertido de este modo en la fórmula predominante de organización política del mundo contemporáneo. (Villares y Bahamonde, 2012, p. 75)

Es esa sustitución la que finalmente se realiza en este inicio de nuestro mundo contemporáneo y es en el eje del estado-nación en el que vamos a movernos a partir de entonces. Muchos de los conflictos activos en nuestros días tienen su origen en el esquema geopolítico que está comenzando a fraguarse ahora. Resulta imprescindible para cualquier intento de comprensión, remontarnos hasta las fechas en las que se está gestando nuestro futuro, un futuro que nos traerá terribles acontecimientos.

 

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BIBLIOGRAFÍA

 

Wong, B. (2018). Ch. 2 - 19th Century Industrialization. The Belknap Press of Harvard University Press.

Crow, T. (1989). Pintura y Sociedad en el París del Siglo XVIII. Nerea.

De la Villa, R. (2003). El origen de la Crítica de Arte y los Salones. Serbal.

Harvey, D. (2008). París, capital de la modernidad (Vol. 53). Ediciones Akal.

Honour, H. (2007). El Romanticismo. Alianza.

Nochlin, L. (1991). El Realismo. Alianza.

Ponting, C. (2001). World history: a new perspective. Pimlico.

Rietbergen, P. (2006). A cultural History. Routledge.

Villares, R., & Bahamonde, Á. (2012). El mundo contemporáneo: del siglo XIX al XXI. Taurus.

Žižek, S. (2011). Primero como tragedia, después como farsa (Vol. 10). Ediciones Akal.

29 de mayo de 2022

Los humildes (Cosette)


Y, ¿qué hay de nosotros los humildes?, ¿alguien ha contado nuestra historia? Mucho más allá de los grandes nombres, los grandes pensamientos y los magníficos descubrimientos que nos está brindando la ciencia y la filosofía, mucho más allá de la fe que teníamos en que por fin había llegado el momento de dejar de sufrir, nos preguntamos si sirvió de algo el sacrificio de que han supuesto todas estas revoluciones y las que vinieron después. ¿O simplemente cambiamos unos tiranos por otros? La promesa de libertad, igualdad y fraternidad, ¿dónde ha quedado? Es cierto que en este pleno siglo XXI se han consolidado muchos de los derechos por los que luchábamos allá por 1832, pero parece también que occidente se ha convertido en una isla con barreras insalvables para quien no ha tenido la suerte de nacer dentro de ellas.

No deja de ser necesaria y curiosa la visión romántica que ahora se tiene, por ejemplo, de la Revolución de 1789; eso lo acepto sin ambages, las personas necesitan alimentar su mente también con mitos y grandes hazañas, pero mi padre, Jean Valjean, que contaba 20 años cuando el pueblo –liderado por quien no era el pueblo– tomó la Bastilla en París, siempre recuerda el hambre que él y su familia pasaba. Si no le creéis a él, quizás confiéis más en el prestigioso historiador Clive Ponting:

During the eighteenth-century grain prices rose faster than wages and about 40 per cent of the population (as many as 70 per cent in some regions) were living in conditions of long-term malnutrition because they ate less than 1,800 calories a day and most of that came from poor-quality grains. Conditions were as bad as during the great boom in European population around 1300. Not until after 1825 did the average amount of food eaten per person in France reach the levels found in India in the late twentieth century. (Ponting, 2001, p. 642)

Como decía, es necesario conocer las grandes ideas de los grandes hombres, las que nos llevaron a derrocar al Antiguo Régimen –cuando no sabíamos que sería necesario todavía un segundo intento– pero también, tanto o más, los sufrimientos más íntimos que llevaron a provocar los enormes cambios que vendrían o las privaciones provocadas por el alto precio del pan.

Nos arrancaron de nuestras lejanas provincias con la promesa del fin del trabajo duro de sol a sol, y con el anuncio del fin de la incertidumbre que provocaba el caprichoso paso de las estaciones en nuestras cosechas. Venid a Paris dijeron, olvidad que sabéis cultivar vuestro propio sustento y tendréis estabilidad a cambio de vuestro trabajo. Lo que no advirtieron es que querían, no una parte de nuestro tiempo, lo querían todo, el nuestro y el de nuestros pequeños hijos.

Tengo la absoluta seguridad de que ni tan solo nos consideraban personas, éramos simples prolongaciones de las nuevas máquinas que los ingenieros mejoraban día tras día para poder prescindir de nosotros, ¿qué comeremos?, ¿de qué viviremos cuándo nos hayan sustituido a todos definitivamente? Nadie ve ya a los dueños de las fábricas, para los que somos poco menos que delincuentes, cuyo único delito es la pobreza a la que nos han condenado.

Se empieza ahora a oír hablar de socialismo, y es que no puede haber libertad sin igualdad, y algo o alguien debe poner freno a esta codicia humana que parece no tener límites. Entiendo que esas grandes ideas de progreso y crecimiento no pueden ser contenidas, ya que forman parte de la naturaleza humana, pero debemos también hacer valer nuestro derecho a una vida digna.   



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BIBLIOGRAFÍA

 

Wong, B. (2018). Ch. 2 - 19th Century Industrialization. The Belknap Press of Harvard University Press.

Crow, T. (1989). Pintura y Sociedad en el París del Siglo XVIII. Nerea.

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Žižek, S. (2011). Primero como tragedia, después como farsa (Vol. 10). Ediciones Akal.


4 de mayo de 2022

La esperanza (1750 - 1850)

Ha sido un año duro, un año muy duro, pero también ilusionante a la par que esperanzador. Encontrándome como estoy a finales de 1848, parece más que conveniente echar la vista atrás y hacer balance, intentando encontrar en el pasado los ecos que han desembocado en los hechos trascendentales que se han vivido y preguntarnos, como lo hará dentro de poco más de siglo y medio el catedrático de Antropología y Geografía de la Universidad de Nueva York, aunque lo hagamos en sentido inverso: “¿hasta qué punto y de qué maneras se encontraban prefiguradas las transformaciones alcanzadas a partir de 1848 en el pensamiento y en las prácticas de los años anteriores?” (Harvey, 2008, p. 25). O, dicho de otro modo, ¿hasta qué punto puede reconstruir el pasado un nominalista moderado –al modo de G. Duby– como yo para poder transmitirlo?

No negaré la ventaja de disponer a mi voluntad de la máquina del tiempo que me ha traído hasta aquí, pero tampoco el inconveniente de una concepción del mundo que no he podido dejar en el siglo XXI y de la que he de intentar, en la medida de lo posible, separarme. Por un lado, puedo aprovecharme –a riesgo de marear al lector con tanto salto temporal– del que me parece uno de los mejores análisis de los hechos concretos acaecidos en este 1848 que, como el de Harvey, ha de tardar todavía unos pocos años en realizarse y que desarrollará Marx parafraseando a Hegel:

Marx comenzó el Dieciocho brumario de Luis Bonaparte con una corrección de la idea de Hegel de que la historia necesariamente se repite a sí misma: «Hegel observa en alguna parte que todos los grandes acontecimientos y personajes de la historia mundial se producen, por así decirlo, dos veces. Se le olvidó añadir: la primera vez como tragedia, la segunda como farsa». (Žižek, 2011, Introducción)      

Y es que, con la reciente llegada a la presidencia de la Segunda República francesa de Carlos Luis Napoleón, uno no puede dejar de reconocer ciertas similitudes con el papel que tuvo su tío en la salvación de la Revolución de 1789 –de la que hablaremos en su momento– tema para otro ensayo sería lo que pasó finalmente con la Primera República. Semejanzas que, en cualquier caso y, como anunciará Marx, deberían ser entendidas como una mera farsa.

Pero empecemos ya a tratar de comprender como hemos llegado a la mitad de este alucinante siglo XIX. Villares y Bahamonde (2012) nos hablan del elemento central que, a partir de mediados del siglo XVIII, va a trastocarlo todo; hablamos de la novedosa posibilidad de aplicar el conocimiento científico al proceso productivo que iba a desarrollarse con la Revolución Industrial. Dos pensadores ingleses, John Locke e Isaac Newton habían puesto las bases del movimiento ilustrado que ahora nacía, y que iba a poner la razón y las ciencias naturales en el centro de la existencia humana. Más allá de lo que iba a suponer la aplicación del conocimiento científico, contenía además tácitamente, otras consecuencias tanto o más importantes. Y es que la ruptura con el modelo aristotélico, vigente hasta entonces, suponía la aceptación implícita de que ya no era necesaria la intervención constante de un Dios vigilante para el mantenimiento del orden cuyo poder había sido sustituido por novedosas leyes del movimiento basadas en un nuevo lenguaje universal, las matemáticas.

El hueco que empezaba a aparecer en el lugar que había pertenecido al Dios de cualquier confesión a lo largo de milenios, iba a generar un vacío que todavía no ha sido llenado completamente. Desde entonces, con épocas de mayor y menor optimismo acerca del progreso científico, se podría decir que muchos de los acontecimientos más relevantes para la humanidad, han tenido esta ausencia como una de sus causas más relevantes.   

De este modo, la legitimación de la aristocracia y del orden social establecido hasta entonces, cuyo poder estaba íntimamente ligado a ese Dios, iba a verse en entredicho por la afirmación de Locke, ya a finales del siglo XVII, de la existencia de ciertos derechos del hombre obtenidos de forma natural el mismo día de su nacimiento, inherentes a su existencia e inalienables. Las implicaciones de tal reconocimiento, al cabo de tantos siglos, van a modificar tan profundamente nuestra existencia, y a tantos niveles, que tan solo me va a ser posible esbozar una ínfima parte en este ensayo.

En cualquier caso, necesitamos acudir nuevamente a Villares y Bahamonde (2012) para dar fe de la magnitud de los cambios que iban a iniciarse a partir de 1750, y es que iba a ser, en palabras de Hobsbawm o Landes, "transformación más fundamental experimentada por la vida humana" desde la época neolítica. Esta transformación contiene dos elementos principales a tener en cuenta que, aunque estrechamente ligados –y conviene no olvidarlo en ningún momento– es adecuado separar para tratar de reducir su complejidad. Por un lado, tenemos las transformaciones políticas –con la Revolución americana (1776) y la francesa (1789) como máxima expresión– y por el otro la Revolución Industrial, como eje de la metamorfosis económica que iba a producirse, primero en Inglaterra, para después expandirse a nivel global.

Con la Declaración de Independencia de los Estados Unidos quedaban ya para la historia, negro sobre blanco, las bases a una de las corrientes ideológicas que iba a dominar el siglo siguiente, el liberalismo político, y cuyos fundamentos habían sido ya establecidos por John Locke a finales del siglo XVII. La guerra debía ser todavía ganada a los ingleses, pero la declaración de intenciones era totalmente radical. La Revolución francesa, en cambio, no pretendía fundar una nueva sociedad partiendo de cero con los conocimientos recién adquiridos; para poder hacerlo antes debía ser derrocado el Antiguo Régimen. La ola revolucionaria acabaría sacudiendo a toda Europa, marcando el inicio de la Edad Contemporánea. Una clase burguesa que reclamaba un nuevo marco que le permitiera desarrollar todo el nuevo potencial económico, combinado con el empobrecimiento de las clases más populares, parecen las causas más probables de la Revolución francesa según el historiador Ernest Labrousse. Serán esa clase burguesa, junto con las clases populares –ahora proletariado–, las que van a desempeñar los papeles principales a partir de entonces.

Pero había otra transformación en ciernes, iniciada un poco antes, hacia mediados del siglo XVIII. Los cambios no iban a ser todavía dramáticos en el plazo que debe llevarnos al año 1848 –donde nos encontramos, recuerde– pero la mecha estaba ya prendiendo. Tal como nos anuncia Ponting (2001), y más allá de los cambios tecnológicos tantas veces mencionados –entre ellos la famosa máquina de vapor de rotación continua de Watt– va a producirse una transformación radical en la cantidad de energía disponible:

For thousands of years it was vast amounts of human toil and effort, with its cost in terms of early death, injury and suffering, that were the foundation of every society. The power of the rulers and the elite was demonstrated by their ability to mobilize this effort for their own ends whether in monumental constructions or working on their agricultural estates. (Ponting, 2001, p. 645)

Las habilidades necesarias para el control social iban a ser muy diferentes a partir de entonces, así como la velocidad a la que iban a sucederse los cambios. El proceso iba a iniciarse en una zona del mundo muy concreta, Gran Bretaña, para después extenderse a lo largo de la Europa continental. Las razones de esta particularidad geográfica iban a ir mucho más allá de visiones románticas como la de Max Weber, que aludían a la ética protestante y el trabajo duro, según nos apunta Ponting (2001). En realidad, fueron motivos más circunstanciales y menos idealistas, como el aprovechamiento de ciertas materias primas a bajo coste fruto del trabajo de esclavos.


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BIBLIOGRAFÍA

 

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Crow, T. (1989). Pintura y Sociedad en el París del Siglo XVIII. Nerea.

De la Villa, R. (2003). El origen de la Crítica de Arte y los Salones. Serbal.

Harvey, D. (2008). París, capital de la modernidad (Vol. 53). Ediciones Akal.

Honour, H. (2007). El Romanticismo. Alianza.

Nochlin, L. (1991). El Realismo. Alianza.

Ponting, C. (2001). World history: a new perspective. Pimlico.

Rietbergen, P. (2006). A cultural History. Routledge.

Villares, R., & Bahamonde, Á. (2012). El mundo contemporáneo: del siglo XIX al XXI. Taurus.

Žižek, S. (2011). Primero como tragedia, después como farsa (Vol. 10). Ediciones Akal.