26 de noviembre de 2019

Michael Jordan: del Logos al Mythos

“I'll always remember this as the night
that Michael Jordan and I
combined for 70 points”

Stacey King, 28 de marzo de 1990.


La noche en la que Stacey King, compañero de Michael Jordan en los Chicago Bulls, pronunció la conocida frase de la cita inicial, había anotado 1 punto a lo largo de todo el encuentro. Los 69 puntos restantes correspondían a la estrella nacida en Nueva York y habían llevado a su equipo, una vez más, a la victoria contra los Cavaliers de Cleveland por 113 a 117. Por aquel entonces, corría 1990, y aunque no había conseguido todavía ningún anillo de campeón, ya era reconocido como una auténtica estrella que iba camino de la leyenda: Oro Olímpico en Los Ángeles ’84, Rookie[1] del Año (1985), 1 MVP[2] (1988), 3 veces incluido en el Mejor Quinteto de la NBA, 2 veces incluido en el Mejor Quinteto Defensivo de la NBA, había jugado 4 veces el partido All-Star, siendo MVP en uno de ellos y había ganado 2 veces el Concurso de Mates, uno de ellos con el icónico mate que está representado en la foto de la portada de este ensayo.

Pero estrellas y jugadores de leyenda hay muchos… ¿qué sucede, más allá de sus estadísticas y de sus logros[3] como deportista, que hace trascender sus habilidades a un espacio que va más allá de la competición o del mero entretenimiento que nos ofrece el baloncesto? En definitiva, ¿qué convierte a Michael Jordan en un mito? Sin olvidarla, intentaremos ir un poco más allá de la idea del producto del marketing televisivo que permite vender más camisetas, partiendo de la base que la excepcionalidad de su figura se extiende sobre la posibilidad de crearlo artificialmente. Tal como nos explica el sociólogo argentino Juan José Sebreli en su Ensayo contra el mito del Che Guevara[4], y sin pretender entrar en la esfera política:

A diferencia de la aspiración a la universalidad de las representaciones científicas, los mitos dependen de una comunidad de creyentes que los fundan en los sentimientos particulares ajenos a la racionalidad. Los creyentes en mitos no se arriesgan a analizarlos porque su fe inhibe el uso de su razón, dado que han suspendido su capacidad crítica […].

La cita de Sebreli me permite desarrollar un concepto ya introducido anteriormente y que me parece fundamental, y es que lo que convierte al personaje en un mito, lo que hace que trascienda los datos objetivos, es efectivamente ajeno a la racionalidad. Ésta viene representada por los datos estadísticos conseguidos a lo largo de su carrera, pero el hecho es que su extenso palmarés y los innumerables records obtenidos no explican por sí mismos que Michael Jordan sea considerado un mito. Es algo habitual, sobre todo en cuanto a deportes se refiere, el tratar de objetivar lo intangible, de cuantificar la capacidad de un jugador para convertir en victorias la inversión que en él se realiza o la felicidad que proporciona a los aficionados. Pero hablamos de una escala superior, de un nivel de influencia que supera su propia carrera profesional y el acontecimiento deportivo. Trataremos de ahondar en ello. Lévi-Strauss[5] ya trataba de explicarnos esta disociación entre ciencia y mitología, así como su cronología:

El corte, la separación real entre ciencia y aquello que podríamos denominar pensamiento mitológico – para llamarlo de alguna manera, aunque no sea ése el nombre exacto – tiene lugar durante los siglos XVII y XVIII. En esa época, con Bacon, Descartes, Newton y otros, la ciencia necesitó erguirse y afirmarse contra las viejas generaciones del pensamiento místico y mítico; se pensó entonces que ella sólo podría existir si volvía la espalda al mundo de los sentidos, el mundo que vemos, olemos, saboreamos y percibimos, que el mundo sensorial era un mundo ilusorio frente al mundo real, que sería el de las propiedades matemáticas, que sólo pueden ser descubiertas por el intelecto y que están en total contradicción con respecto al testimonio de los sentidos.

No seré yo quien contradiga a Bacon, Descartes y Newton, pero lo cierto es que nos encontramos actualmente en una época en la que la diferencia entre mito y ciencia no es tan grande. Como ya hemos mencionado anteriormente, existe una clara relación entre el mito y la ciencia, la hemos establecido a través de la estadística, pero hemos también convenido que eso no resultaba suficiente para considerar un mito en base exclusivamente matemática. El pensamiento positivo de los tres genios, fruto del optimismo ilustrado, les daba la fuerza para afirmar eso, en la confianza de que la ciencia conseguiría definir al mito para superarlo y que era necesario para eso renunciar al mundo sensible, a los tremendamente tramposos sentidos. A día de hoy, todavía es imposible definir al mito, mucho menos prescindir de él, por lo menos en mi humilde opinión, y quizás sea precisamente en ese mundo sensible donde conseguiremos dar con la clave para, cuanto menos, entenderlo y valorarlo.

Pero volviendo a la cita, y si se me permite aplicarla a algo tan prosaico como el baloncesto, por lo menos en comparación con los personajes citados, diré que en esa necesidad de satisfacer el mundo de los sentidos es posible que hallemos parte de la explicación que hace que Michael Jordan pueda ser considerado un mito. ¿Ese momento de felicidad incomparable al ganar el  partido, por enésima vez en el último segundo, eleva por sí mismo al mito por encima de la leyenda? Su estética particular, el hombre hecho a sí mismo tan representativo del paradigma liberal en la cultura norteamericana, esa capacidad para sobreponerse a todos los problemas e inconvenientes que plantea la vida es un modelo en el que reflejarse pero, ¿es el mito un modelo a seguir? innegablemente también. Tenemos por tanto ya dos justificaciones por las que podríamos considerar Michael Jordan un mito: la capacidad de realizar unas acciones impensables para la inmensa mayoría de nosotros, no solo de manera puntual, sino de forma sostenida en el tiempo a lo largo de toda su carrera, que van más allá de unas espectaculares estadísticas, y que nos provocan una satisfacción estética y, por otro lado, el hecho que se haya convertido en un modelo a seguir no solo para otros jugadores profesionales, sino para el resto de los comunes mortales.

Otra característica de los mitos, nos la apunta el filólogo y helenista mallorquín Carlos García Dual en su Diccionario de mitos[6]:

La característica definitiva de los mitos es ser viejos relatos memorables de extraordinaria pervivencia. Como se ha dicho, los mitos habitan el país de la memoria. Es decir, perduran en nuestro imaginario colectivo, con una extraña fascinación, desafiando el olvido.

Insisto, a lo largo de la historia han existido muchos grandes jugadores que podrían considerarse grandes estrellas y leyendas, muchos han conseguido igualar e incluso superar algunas de las gestas logradas por Michael Jordan. El hecho de que podamos considerarlo un mito tiene su punto de inicio precisamente cuando se retira en el año 2003, es en ese momento cuando deja de formar parte del presente y pasa a nuestra memoria. Es entonces cuando se engrandece su figura, cuando trasciende de lo que real y únicamente era, un simple jugador de baloncesto. Sus partidos ganados en el último segundo pasan a ser cientos, sus porcentajes de tiro llegan a alcanzar el 100%, nadie lo recuerda fallando ni perdiendo un partido, conforme va pasando el tiempo aumenta nuestra idealización, muere la leyenda y nace el mito.

García Dual, por supuesto, nos hablaba de los clásicos mitos helenos, pero si me he tomado la licencia de utilizar sus conclusiones en esta prosaica defensa de Michael Jordan, es porque he creído estar autorizado por el antropólogo Lluís Duch[7]:

Sembla que s’imposa el fet que «contràriament a allò que ensenya una pedagogia, almenys bicentenària, no hi ha cap mena de trencament entre els escenaris significatius de les antigues mitologies i l’agençament modern de les narracions culturals: literatura, belles arts, ideologies i històries...» 

... o deportes, me atrevería a añadir. El relato es similar, cambia el envoltorio. Como Sísifo, Jordan desafío una noche a los dioses, hecho del que dio fe su rival Larry Bird en 1986[8], quizás por ello Zeus lo obligó a vagar por las canchas con una esfera redonda en sus manos, una y otra vez como pretendido castigo, sin contar con que llegaría a dominarla de tal modo que, con inteligencia y astucia, lograría situarse a su lado en el mismísimo Olimpo.

Se trataba antes de saciar la necesidad de comprensión del mundo, de superar una complejidad inadmisible para la mente humana, ahora queremos evadirnos de él una vez la hemos reconocido. A nadie le importan los miles y miles de jugadores que se quedan a las puertas de la profesionalidad, que no consiguen alcanzar el sueño prometido por la vida de Michael Jordan, nadie piensa en las lesiones, en los sueños de niñez truncados en una adolescencia perdida tras horas y horas de entrenamientos y viajes. El relato que prevalece es el del mito, y es el único viable en la sociedad actual, el relato del éxito sublimado en su figura, pero esta vez en una huida hacia un mundo en el que solo existe el éxito y la victoria. Entiéndaseme bien, puede resultar un modelo positivo si se relativizan las posibilidades de alcanzarlo y se utiliza la figura del mito como guía, no como punto de llegada. Si se acepta también, por decirlo de algún modo, la parte negativa, enfatizando por encima de todo el esfuerzo necesario para alcanzarlo, la dedicación y las horas de entrenamiento. A saber, que por mucho que te compres unas zapatillas de 250€ no vas a ser capaz de realizar un mate desde la línea de tiros libres como el que realiza el angelito en la siguiente foto.




Y, paradójicamente, lo que es un deporte de equipo como el baloncesto, se convierte en el trampolín perfecto para encumbrar al individuo, al líder, al que toma las decisiones en la confianza de que compensará la mediocridad del resto de compañeros. En el equipo campeón de Michael Jordan, los Bulls de Chicago, debían haber unos diez o doce jugadores más, sin contar los técnicos; hoy apenas seríamos capaces de recordar un par de nombres de los que lo acompañaron en el triunfo. Se aparece entonces el solitario del que habla el profesor Duch[9], el que perdido en una maraña de estadísticas que hablan de porcentajes de tiro, pelotas robadas y rebotes, acaba por olvidar la belleza del deporte, los valores del equipo que suman más que la capacidad individual de cada uno de sus componentes o la perfección de un triple que entra limpio.


Situats al bell mig d’una «civilització de l’oblit», els mites degradats [...] acostumen a fer irrupció com a «objectes no-identificats» en la nostra consciència de postmoderns, perquè hem oblidat les trets identificadors (els criteris) que ens permetien de transitar amb una certa coherència pels viaranys de l’existència.
No hi ha dubte però, que, aleshores, es tracta d’una perillosa invasió «mi(s)tificadora» esdevinguda en el camp propi del logos, perquè, prèviament, hom havia envaït i colonitzat el camp que pertanyia al mythos amb l’excusa de portar a terme una pretesa racionalització, benèfica i guaridora, de totes les distorsions de l’existència humana.
(Lluis Duch, “El mite i la seva definició”. Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1995)

Jordan es, en definitiva, un mito contemporáneo, no solo no nos sirve para comprender el mundo, sino que además, ha tomado su ancestral función y prestigio para decirnos, no cómo somos o hemos sido, sino cómo debemos ser. Y tiene más influencia, gracias a los medios de comunicación y a las redes sociales, que las personas más cercanas de nuestro entorno. Porque, razonando ahora al modo del historiador Harari, ¿cómo es posible alcanzar la felicidad si nos comparamos con el mejor jugador de baloncesto de todos los tiempos?, ¿no estamos condenados a la frustración si nos empecinamos en alcanzar lo que solo un hombre ha sido capaz de hacer en toda la historia del baloncesto?, ¿tengo que medir mi felicidad con el nivel que sea capaz de alcanzar en la “escala Jordan”?

Aquí tenemos el verdadero peligro del mito, que establece unos baremos con los cuales nos estamos comparando continuamente; hoy en día es sencillo, a través de las redes entran en nuestra vida, lo sabemos prácticamente todo de ellos, es casi como si los conociéramos desde siempre. Pero no nos lo cuentan todo, no hay ni rastro del sufrimiento que padecieron para alcanzar la categoría de mitos, todo es belleza, no hay dolor, y la vida también es dolor. Sin embargo el dolor no vende.

Quizás, como nos indica Eliade, solo se trate de una confusión: una cuestión semántica.

Desde hace más de medio siglo, los estudiosos occidentales han situado el estudio del mito en una perspectiva que contrastaba sensiblemente con la de, pongamos por caso, el siglo XIX. En vez de tratar, como sus predecesores, el mito en la acepción usual del término, es decir, en cuanto «fábula», «invención», «ficción», le han aceptado tal como le comprendían las sociedades arcaicas, en las que el mito designa, por el contrario, una «historia verdadera», y lo que es más, una historia de inapreciable valor, porque es sagrada, ejemplar y significativa.
(Mircea Eliade, “Mito y realidad”. Editorial Labor, 1991)


Es decir, que como nuestros antepasados, hayamos creído y tomado como verdadera la mítica historia de un hombre que una vez se convirtió en Dios y bajó a la tierra para ganar un partido, en lugar de entender la vida de Michael Jordan como un cuento con final feliz, enormemente inspirador, sí, y con la vocación de que su ejemplo pueda ayudar a cuanta más gente mejor, también, pero sin que empuje a nadie a creer que alguien puede volver a repetirlo y condicionar su vida por ello, porque eso es, sin ningún tipo de duda, imposible, y retaré en singular duelo de espadas a primera sangre a cualquiera que piense lo contrario. Es lo que tienen los mitos.






[1] Jugador debutante.
[2] Most Valuable Player: Mejor Jugador.
[3] Palmarés: Campeón de la NCAA (1982). Rookie del Año de la NBA (1985). Mejor quinteto de rookies de la NBA (1985). Mejor Defensor de la NBA (1988). 6 veces Campeón de la NBA (1991, 1992, 1993, 1996, 1997 y 1998). 5 MVP de la Temporada (1988, 1991, 1992, 1996 y 1998). 6 MVP de las Finales de la NBA (1991, 1992, 1993, 1996, 1997 y 1998). 10 veces Mejor Quinteto de la NBA (1987-1993, 1996-1998). 9 veces Mejor Quinteto Defensivo (1988-1993, 1996-1998). 14 veces All-Star de la NBA (1985-1993, 1996-1998, 2002-2003). 3 MVP del All-Star Game de la NBA (1988, 1996 y 1998). 2 veces campeón del Concursos de Mates de la NBA (1987 y 1988). 2 Medallas de Oro Olímpicas (1984, 1992). Fuente: Wikipedia.
[4] Sebreli, J. J. (2010). Ensayo contra el mito del Che Guevara. Santander: Revista Santander. https://revistas.uis.edu.co/index.php/revistasantander/article/view/8828
[5] LÉVI-STRAUSS, C. “Mito y significado” Las conferencias de Massey de 1977.
[6] GARCÍA, C. “Diccionario de mitos”, p. 3.
[7] DUCH, Ll. “El mite i la seva definició”, p. 5.
[8] Larry Bird, jugador de leyenda de los Boston Celtics, declaró tras finalizar el partido: “No creo que nadie sea capaz de hacer lo que Michael nos ha hecho esta noche. Es el jugador más increíble del mundo ahora mismo. Creo que esta noche Dios se ha disfrazado de jugador de baloncesto”. Fuente: Diario AS, 2016
[9] DUCH, Ll. “El mite i la seva definició”, p. 38.


BIBLIOGRAFIA.

García Gual, C. (1997). Diccionario de mitos. Barcelona, Planeta.
Duch, Ll. (1995) “El mite i la seva definició”, a: Duch, Ll. Mite i cultura. Aproximació a la logomítica I. Barcelona: Publicacions de l’Abadia de Montserrat.
Eliade, M. (1985) “La estructura de los mitos”, a: Eliade, M. Mito y realidad, Barcelona, Labor.
Lévi-Strauss, C. (1992) “La estructura de los mitos”, a: Lévi-Strauss, C. Antropología estructural. Barcelona: Paidós.
Lévi-Strauss, C., & Arruabarrena, H. (1987). Mito y significado.
Noah, Harari Y. (2015). Sapiens. De animales a dioses. Barcelona, Debate.
Fuente fotografía de portada: Arvell Dorsey Jr.