17 de septiembre de 2022

El género y la política de los artefactos

 

“El impacto más importante de la escritura en la historia humana es precisamente el cambio gradual de la manera en que los humanos piensan y ven el mundo. La asociación libre y el pensamiento holístico han dado paso a la compartimentalización y la burocracia.” 

Yuval N. Harari, Sapiens. De animales a dioses.

  

Es posible que uno de los argumentos más potentes en contra del clásico determinismo que ha venido rigiendo el camino de la percepción que de la tecnología ha tenido desde siempre la sociedad, sea la eventualidad de que los artefactos, productos de esa tecnología, o la misma tecnología, tengan política; veamos cómo. Si tenemos en cuenta una de las principales acepciones que podemos atribuir a la política, a saber, las relaciones de poder que se establecen entre individuos, deberemos empezar por preguntarnos el papel de esos dispositivos en esas relaciones de poder entre individuos o quizás, desde una perspectiva constructivista, que desarrollaré a lo largo del ensayo, diluir esas diferencias entre objeto y sujeto. 

Tal como nos indica el profesor Eduard Aibar a propósito del determinismo tecnológico, se trata, en resumen, de[1]:

la idea que la tecnologia constitueix l'agent causal més important en els canvis socials al llarg de la història; la tesi, en resum, de què el canvi tecnològic determina el canvi social o, dit d'una altra manera, que la tecnologia és, senzillament, el motor de la història.

La duda radica – y significa para mí un escollo importante en esta mi primera aproximación al constructivismo más radical según el modelo SCOT, que viene a cuestionar esa idea de la tecnología como el principal motor de la historia – en el alcance de la influencia de la sociedad en esa modulación del poder de la tecnología a lo largo de nuestra historia:[2]

El problema se establece cuando se intenta precisar la extensión de la influencia de lo social en lo científico. Es decir, si no hay nada más que la mera construcción social -relativismo- o si queda algún papel a la evidencia científica.

Es ahí donde juega su papel en este texto el profesor Langdon, que no va a solventar mi dilema de forma directa, pero si ayudar provocativamente con la atribución (o no) de poderes políticos, hasta ahora solo atribuibles al sujeto, a esos objetos que, según afirma el constructivismo, podrían no ser tan influyentes, o al menos no tanto como habíamos podido pensar hasta ahora, y de esta forma dejar de ser nosotros, como sociedad, simples sujetos pasivos que bailan al son que marca la tecnología.

Qué mejor forma de romper esa barrera que atribuyendo a los dispositivos capacidades que, intuitivamente, solo creeríamos propias de la sociedad que pretenden cambiar. Es de esta forma como se evidencia la bidireccionalidad y la simetría entre tecnología y sociedad tan propia del modelo SCOT; tan fácil de asumir la primera, como contraintuitiva es – en mi opinión – la segunda.

Langdon nos presenta dos estudios de caso, en la línea de la profunda vocación empírica del modelo SCOT y ANT – del que más adelante hablaré – para argumentar a favor de su tesis; pero ya que hemos definido anteriormente lo que se entenderá como “política”, es conveniente también centrar un poco más el término “tecnología” que, según él mismo, se referirá a[3]:” piezas o sistemas más o menos grandes de hardware de cierto tipo especial”. El primero de esos estudios de caso nos hablará de cuando esa tecnología es utilizada para[4] alcanzar un determinado fin dentro de una comunidad. El segundo nos descubrirá las implicaciones políticas – no evidentes – que tienen la adopción de un cierto tipo de tecnología.

En el primer caso, Langdon nos presenta a Robert Moses, urbanista de gran influencia en Estados Unidos durante la segunda mitad del s. XX, quien se encargó de diseñar, entre otros muchos grandes proyectos, los puentes sobre las avenidas de Long Island, en la ciudad de Nueva York. Cualquiera podría pensar, sin profundizar demasiado, que su reducida altura podía ser debida a algún complejo y técnicamente super-razonable motivo de eficiencia, que es lo que uno suele pensar de la tecnología y lo que le confiere su pretendida neutralidad. Sin embargo, a poco que uno profundice en estudios constructivistas como el de Langdon, descubrirá que los motivos para utilizar esa tecnología pueden ser más prosaicos, y que muchas veces, también, pueden ser utilizados para modificar esas relaciones de poder entre individuos de las que hablábamos al principio, es decir, para hacer política.

Para un determinado grupo social relevante (GSR), en este caso las clases más desfavorecidas, el diseño significaba la imposibilidad de desplazarse a los fantásticos parques y playas de Long Island, ya que impedía la llegada de autobuses, que con sus doce pies de altura no podían superar los 9 pies de esos pasos elevados. El otro GSR, con suficiente capacidad adquisitiva para desplazarse en su propio vehículo, no debía tener ningún problema. La flexibilidad interpretativa acerca del diseño utilizado establece un claro sesgo de clase.

Siguiendo el modelo SCOT, cuyo nacimiento es posterior a los hechos perpetrados por el Sr. Moses, podríamos concluir que la controversia entre los dos GSR – dicho desde una perspectiva marxista – no llevaron a la clausura y estabilización de la tecnología utilizada, obviamente por la imposibilidad de modificar el “artefacto” sin incurrir en grandes costes. Y es que Moses pertenecía a otro marco tecnológico, el que incluye a los que no necesitan desplazarse en transporte público ni les gusta ver pobres en sus ricos barrios. Moses utiliza este diseño para dividir a la sociedad, tal como podrían hacerlo, por ejemplo, dos partidos políticos. En este tipo de casos es donde los estudios CTS pueden ofrecer una valiosa ayuda, proporcionando una mejor perspectiva sobre el uso no-inmediato que conllevará una determinada tecnología.

En su segundo caso de estudio, más potente y mucho menos evidente que el anterior según mi opinión, Langdon nos muestra las implicaciones sociales que conllevan la elección de ciertas tecnologías y que le llevan a evidenciar el carácter inherentemente político de las mismas[5]:

[…] la adopción de un determinado sistema técnico requiere de hecho la creación y mantenimiento de un conjunto particular de condiciones sociales como ambiente de funcionamiento de dicho sistema. Esta posición es la que sostiene un autor contemporáneo que mantiene que: "si aceptamos la construcción de centrales nucleares, también aceptamos la existencia de una élite de técnicos, científicos, industriales y militares. Sin este tipo de gente, no podríamos tener energía nuclear" (Mander, 1978)

La pregunta que cabe hacerse es, según Langdon, si aceptamos la energía nuclear por unas determinadas cualidades técnicas o se nos ofrece a la sociedad como medio para llegar a un determinado sistema de organización. ¿Qué elegirá un gobernante como tecnología para ofrecer a sus ciudadanos, una que le permita un mayor control u otra le permita una mayor independencia de él como podrían ser las renovables? Langdon no ofrece la respuesta, pero plantea claramente, para nuestra consciencia, el fin político del camino al que lleva una elección u otra.

Siguiendo la tesis de Langdon, podemos entonces asignar capacidades políticas a la tecnología, la pregunta que me viene a la cabeza es, ¿podríamos llevar el reto un paso más allá todavía en el desmontaje de las categorías? La investigadora visitante de la Universidad de California, Verónica Sanz, cree que sí y desde una perspectiva de género afirma que:

El feminismo constructivista afirma que el género no sólo se “asocia” a las tecnologías una vez estas construidas, sino que es incorporado a la propia materialidad de los artefactos […]. Los procesos de generización se incorporan al nivel “material” de estas […]. Si las relaciones de género están “incorporadas” a los aparatos, estos van a contribuir, a su vez, a construir y a reforzar esas relaciones.

En realidad, no creo que se trate de una aproximación muy diferente a la de Langdon. La Dra. Sanz no hace sino analizar unos estudios de caso en los que tratará de evidenciar unas relaciones de poder, también asimétricas, ya no entre individuos, sino entre géneros, con el mismo fin de eliminar la ya mencionada dualidad objeto-sujeto, tan propia de la teoría constructivista del actor-red (ANT). Aunque con un importante apunte sólo esbozado anteriormente y verbalizado aquí por Sanz[6]:” […] la teoría clásica de ANT no desarrolla el hecho de que existe una gran diferencia estructural de poder entre los distintos actores de las redes”, afirmación que también podría aplicarse al sesgo de clase evidenciado por Langdon. Parece como si la teoría constructivista estuviera más dispuesta a reconocer la simetría, en cuanto a influencia mutua de tecnología y sociedad, que entre los GSR que la componen.

Como Langdon, Sanz nos presenta una serie de estudios de caso que siguen mostrando la importancia de estudiar la tecnología cuando se está creando[7]:” los procesos de ‘generización’ comienzan ya en las fases de diseño e innovación”.  Nos habla en primer lugar del peculiar diseño de ciertas máquinas de afeitar eléctricas para mujeres estudiado por Ellen van Oost (2003), cuyo aspecto tecnológico no parece ser del gusto femenino; es por eso que, según Sanz, presentan una mecánica diferente que impide abrirlas para manipular su interior.

La conclusión de es que este artefacto muestra las ideas preconcebidas de los diseñadores, a saber[8]:” mujeres tecnófobas y tecnológicamente incompetentes”. En mi opinión, la conclusión del estudio dice más de las ideas preconcebidas de van Oost acerca de las mujeres que de los diseñadores de la máquina de afeitar eléctrica femenina. Es, creo, un buen ejemplo de lo que la misma Sanz concluye como peligro[9]:

Una perspectiva feminista constructivista se compromete explícitamente a no perpetuar los esencialismos de género, riesgo que se corre a menudo (aunque sea inconscientemente) cuando realizamos cualquier investigación con perspectiva de género.  

¿No es, en definitiva, el actante hombre – máquina (masculina) equivalente al actante mujer – máquina (femenina)? ¿Por qué debe establecerse la misma relación interna?, es decir, ¿por qué no puede la mujer establecer una relación diferente con su máquina que pueda ser tenida en cuenta por los diseñadores? 

En el segundo y tercer caso, nos muestra el mismo proceso de generización aplicado al diseño de los procesadores de texto y softwares de recepción de llamadas en sendos estudios realizados por Janette Hofmann (1999) y Mass - Rommes (2007), en el que se repite el mismo esquema anterior. Un software aparentemente creado para simples y torpes secretarias o recepcionistas a las que se les pedía poco más que escribir a máquina o descolgar el teléfono.

Me cuesta creer, sin ninguna intención de contradecir un estudio del que no se dan más detalles, que los programadores se empecinaran de esa manera en obstaculizar el trabajo de sus propios clientes incluso a costa de reducir su productividad, y no pueda ser achacado simplemente a un error de diseño en unos años en los que ningún software era sencillo de utilizar para nadie. Diversas preguntas no dejan de rondar mi cabeza: ¿quién puede descartar que el mismo software no hubiera tenido el mismo resultado si hubiera sido utilizado por secretarios y tele operadores?, ¿hubieran preguntado los diseñadores cómo preferían que se desarrollara el software si los empleados hubieran sido hombres?, ¿cómo es tenido en cuenta este hecho en los estudios de caso mencionados?

El cuarto caso presentado es el de Anne-Jorunn Berg (1999), aun sin exhibir de salida el sesgo de género, sigue en la misma línea que los anteriores. No puedo evitar preguntarme el resultado del mismo análisis si los diseñadores hubieran tenido en cuenta las tareas asignadas a priori, por la propia autora del estudio, a las mujeres, es decir, una casa diseñada, de salida, para que la cocina pueda ser fácilmente limpiada. Siguiendo el concepto de traducción propuesto por Callon y Latour, me atrevo en este punto a proponer una muy simple traducción: casa inteligente = tecnología = bienestar de la familia = casa confortable para el hombre = casa confortable para la mujer = casa confortable para los hijos = felicidad. Podríamos decir que, de alguna manera, la caja negra de las “casas sólo para hombres” se ha abierto y, por primera vez, deben tenerse en cuenta también otros patrones de uso y principalmente el femenino.

El quinto y último caso de Rommes (2002) vuelve a insistir en lo mismo, el estudio sobre la Ciudad Digital de Ámsterdam me parece redundante y no puedo esquivar la impresión de que, una vez más, en cuanto a los estudios de caso se refiere, parece primar más la cantidad de los mismos que su calidad. Y no me refiero aquí, por supuesto, a la calidad del estudio en sí, sino a los ejemplos seleccionados.

Habiendo desgranado ya mi posición a lo largo del ensayo y admitiendo de salida mi opinión de que los artefactos tienen tanta política como género, he de confesar que se trata para mí de un razonamiento más bien intuitivo, aunque potenciado después de haberme introducido en las teorías constructivistas, sobretodo, y he de resaltarlo vehementemente, en el caso de la asignación de género. A priori, me parecen mucho más consistentes – aunque, una vez más, he de decir que me gustaría profundizar mucho más en ambos casos – los estudios de Langdon que los presentados por Sanz. Y, dado el enorme peso que tienen los estudios de caso en el constructivismo social, no puedo sino remarcar que no consigo desprenderme de la sensación de que esa tan mencionada simetría entre ciencia, tecnología y sociedad es algo más pretendida que real, más teórica que práctica, y que necesito analizar más estudios de caso y más potentes, o contrarrestarla con una mayor profundización por mi parte, para rendir mi moderado determinismo innato.

 


 

BIBLIOGRAFÍA.

 

Aibar, Eduard. La visió constructivista de la innovació tecnològica. Una introducció al model SCOT. Barcelona: UOC, 2021.

Domènech, Miquel y Francisco Javier Tirado Serrano. Teoria de l'actor-xarxa: Una aproximació simètrica a les relacions entre ciència, tecnologia i societat. Barcelona: UOC, 2021.

Sanz, Verónica. «Género en el 'contenido' de la tecnología: ejemplos en el diseño de software». Revista iberoamericana de ciencia, tecnología y sociedad, Vol. 11(31) (2016): 93-118.

Winner, Langdon. «Do Artifacts Have Politics?». D. MacKenzie et al. (eds.), The Social Shaping of Technology, Open University Press (1985). [Versión castellana de Mario Francisco Villa]

Zubieta, Ana Fernández. El constructivismo social en la ciencia y la tecnología: las consecuencias no previstas de la ambivalencia epistemológica. Arbor 185.738 (2009): 689-703.



[1] E. Aibar, La visió constructivista de la innovació tecnològica. Una introducció al model SCOT (Barcelona: UOC, 2021), 7.

[2] A. Zubieta, El constructivismo social en la ciencia y la tecnología: las consecuencias no previstas de la ambivalencia epistemológica (Arbor, 2009), 7.

[3] Langdon Winner, Do Artifacts Have Politics? (Philadelphia: Open University Press, 1985), 3. [Versión castellana de Mario Francisco Villa].

[4] Ibíd.

[5] Ibíd., 7.

[6] Verónica Sanz, «Género en el 'contenido' de la tecnología: ejemplos en el diseño de software». Revista iberoamericana de ciencia, tecnología y sociedad, Vol. 11(31) (2016): 97.

[7] Ibíd., 100.

[8] Ibíd., 104.

[9] Ibíd., 113.