24 de abril de 2019

La Edad Media, ¿oscuridad o consuelo?




Supongo que como la mayoría, había asociado siempre la Edad Media a un periodo oscuro y de involución tras la luz que trajeron griegos y romanos con el advenimiento del discurso lógico. Craso error, enmendado una vez más con la lectura y, por lo que intuyo, equívoco en gran parte provocado por una visión mediatizada de la influencia de la Iglesia, que más que originar, utilizó esa vuelta al mito en beneficio propio. Con la enorme paradoja de que, a pesar de renunciar e incluso luchar contra los vestigios que quedaron del discurso lógico fue gracias a una parte de la Iglesia que hoy en día podemos disfrutar de los clásicos y de su mensaje, que pudo ser retomado con el Renacimiento. Nunca me había planteado las carencias del discurso lógico como motivo para la vuelta al mítico. Esta elección del retorno al antiguo discurso se me presenta ahora, con frescura, como un camino nuevo para entender mejor una época por la que siempre he sentido una enorme curiosidad. El logos, fruto de un tiempo, un lugar y unas condiciones muy determinadas aportó respuestas a algunas de las preguntas que habían rondado las cabezas de nuestros antiguos durante largo tiempo, pero quizás no a las más trascendentales, aquellas que dan tranquilidad al espíritu y reconfortan ante las grandes adversidades a las que se enfrentaban; en un tiempo donde la vida no valía más que lo que se tardaba en perderla y durante el cuál, el discurso lógico, no había logrado dar una respuesta satisfactoria, a pesar de haber tenido a su disposición algunas de las mentes más preclaras que había dado hasta entonces la humanidad.

En descargo de esos primeros intelectuales valga decir que la mayoría de esas preguntas siguen flotando actualmente, y quizás con más fuerza, en las mentes de la mayoría de nosotros, las más débiles de las cuales, en un contexto de gran desigualdad social, son incapaces de entender que los dos discursos operan en esferas completamente estancas e independientes,  pudiendo hoy en día tender a buscar las respuestas más sencillas, o simplemente respuestas, en posiciones extremistas que prometen, en otra vida, lo que no pueden ofrecer en la presente.

La vuelta al territorio mítico en la Edad Media no supone, en un primer momento, la adopción de la concepción clásica del eterno retorno en el tiempo a las habituales acciones primordiales, tampoco supone la negación de la historia. Ese tiempo, que según Agustín de Hipona nace con la creación, pero que además anuncia ya su final, va a seguir siendo lineal, histórico, cada hecho será único e irrepetible y a pesar de que todo ocurre por designio divino, se acepta el libre albedrío, con la condición de actuar según el arquetipo del ideal cristiano para ganar la salvación o abrasarse en el más terrible de los infiernos. A medida que vayamos avanzando en la Edad Media nos iremos introduciendo poco a poco, una vez más, en la concepción ortodoxa del tiempo cíclico más propia del discurso mítico, con un calendario que vendrá marcado por el calendario litúrgico de la Iglesia y que marcará el tempo de la vida cotidiana.

En los próximos siglos va a ser la Iglesia quien establezca el modelo arquetípico ideal de comportamiento. Dispondrán de motivos para la celebración ya que han conseguido por fin situarse entre Dios y el Hombre, y se presentan ya como condición indispensable para llegar a él. El revolucionario mensaje inicial de amor incondicional accesible para cualquiera, lo que le infería de una gran universalidad, parece haberse perdido y las enseñanzas originales, demasiado lejos ya en el tiempo, sólo pueden ser transmitidas por los auto proclamados herederos de su reino en un modo que será cada vez más complejo.

El objetivo del pueblo, en adelante, va a ser la salvación, y sólo podrá ser lograda siguiendo las instrucciones establecidas por quien ostenta el poder de la redención. Pocos más consuelos que ese debían quedar ya, a saber, la esperanza de una futura vida mejor, en un mundo en el que las posibilidades de saltar en la escala social, de quebrar el modelo trifuncional “ideal” (¿para quién?), eran reducidas, sobretodo para los encargados de la nutrición en su parte más baja, el pueblo llano. Entiendo esta subordinación del pueblo a las cada vez más rígidas normas establecidas por la Iglesia, como el “peaje” a pagar por la vuelta al discurso mítico y la consiguiente tranquilidad de espíritu que se obtiene a cambio; entiéndase siempre peaje sin connotaciones negativas, simplemente como el coste inherente al disfrute de un servicio, o en este caso, a la elección libre de un discurso : el que más beneficios le ofrece al que lo selecciona.

El discurso lógico, cuya presencia en la historia no deja de ser testimonial en términos cuantitativos, no satisfizo entonces las necesidades más primarias del alma humana, como parece no hacerlo en estos momentos presentes; nuestro “peaje” pudiera ser ahora el agotamiento de nuestros recursos naturales, consecuencia de un consumismo voraz que intenta aplacar las carencias de nuestro discurso lógico y unas desigualdades sociales fruto de las cuales, emanan odios que buscan justificación histórica allá donde pudieren. Llegados a este punto se me aparece como meridianamente claro que, a lo largo de la historia, incluyendo nuestro presente, la búsqueda de las respuestas a las preguntas fundamentales que se ha formulado el hombre nunca ha sido, ni será, gratuita.

Tal como avanzaba anteriormente, el gran historiador francés G.Duby, nos habla del modelo trifuncional y cómo es utilizado en su época, a mi parecer, más para intentar mantener el estado de las cosas, que para presentar un modelo social siquiera remotamente ideal, si el término puede contener alguna acepción que haga referencia, de algún modo, al carácter justo del mismo.

El proceso histórico que nos llevó a las cruzadas fue muy diferente en ambos bandos. Por un lado, los cristianos, que tuvieron que evolucionar desde una religión que en sus inicios predicaba el amor al prójimo y rechazaba cualquier forma de agresión, por el otro los musulmanes, cuya religión nació aceptando la violencia como simple aceptación de su modo de vida ya en tiempos de su fundación, aunque la yihad no tenía en ese momento las connotaciones religiosas que tiene actualmente y se entendía más bien como una guerra de conquista. Podemos hablar, en el caso cristiano, de un cambio radical en su doctrina, que fue desde el pacifismo más puro predicado por Jesús (cuyo intento de transmitir sus enseñanzas podríamos decir que no tuvo demasiado  éxito ni entre sus seguidores más cercanos, los apóstoles, ni entre su propio pueblo, que esperaba más un libertador guerrero y un líder que un salvador) hasta la guerra santa. 



En el caso musulmán se puede aceptar cierta coherencia en este sentido, no fue necesario ningún cambio doctrinal, el propio Mahoma practicó la yihad a modo de conquista, pero su finalidad última nunca fue la conversión, de hecho, la conversión no tenía cabida en el Corán, cuya fe sólo puede ser abrazada de forma voluntaria. Podríamos hablar, en este caso, de cierto respeto y tolerancia hacia las religiones monoteístas, consideración quizás no en el sentido que le asignaríamos hoy en día, pero en cualquier caso, parece que fue mucho mayor que el que mostraron los cristianos. No podríamos decir lo mismo de otras religiones politeístas, que sí fueron perseguidas.

Parece claro pues, que las actitudes respecto a la violencia de los dos fundadores de las religiones que nos ocupan eran en un principio diametralmente opuestas, quizás en parte también dado que la religión musulmana no tuvo tanto tiempo para degenerar respecto a su mensaje inicial como lo tuvo la cristiana hasta el tiempo de las cruzadas, aproximadamente 4 siglos en el caso de la religión de Mahoma, unos 11 en el caso del cristianismo. ¿Se está produciendo en estas últimas décadas la degradación del mensaje inicial del profeta? Cuanto menos, da para una breve reflexión al respecto. Una vez el cristianismo adopta el concepto de guerra santa hay que volver a buscar las causas de la cruzada en el mito, la maquinaria hacía tiempo ya que estaba en funcionamiento y se había creado la exaltación y el fervor religioso necesario para emprender tal empresa, recuperar la cuna de su religión de las manos de los infieles. El objetivo principal del cristianismo tampoco era la conversión de los musulmanes, ni su exterminio.

La salvación para quienes emprendieran la aventura estaba asegurada, así como el perdón por todos los pecados; no habría mejor acicate para un pueblo que había entendido esta vida como una mera forma de ganarse la eternidad. El cambio del discurso lógico al mítico había llegado con las cruzadas a su máximo apogeo, ¿qué mejor conclusión para la elección del discurso mítico que la promesa de obtener todas las respuestas que no había podido ofrecer el discurso lógico al que renunciamos?