14 de diciembre de 2020

Estado de sitio, de Costa-Gavras.

 


Decía el grandísimo Gabriel García Márquez en su famoso discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura, en el año 1982, a propósito de La Soledad de América Latina[1]:” Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo. En este lapso ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado […]”. Se refería García Márquez al periodo comprendido entre el incendio del Palacio de la Moneda de Chile, en el que resistía el Presidente Allende en 1973, y los dudosos accidentes aéreos en los que perdieron la vida el presidente Jaime Roldós de Ecuador y el general Ómar Torrijos de Panamá[2] en 1981.

Costa-Gavras sitúa su película un poco antes, en 1970, pero conviene recordar cual era la situación general en la América Latina de entonces, convertida en el patio trasero de los EEUU, campo en el que jugaba con ventaja frente a su adversario, la URSS, por simple proximidad geográfica.

El escenario que nos plantea el director griego es un país, Uruguay, cuya oligarquía económica mantiene el poder bajo una apariencia democrática con el apoyo soterrado de los EEUU, que se encarga de instruir al aparato policial y militar para mantener a raya las demandas de libertad de las nuevas generaciones, que quedan encarnadas por los jóvenes idealistas universitarios de doctrina marxista. Costa-Gavras retrata la lucha ideológica que representa la Guerra Fría. Por un lado, el mantenimiento de un sistema capitalista estable y predecible que aboga por un estado liberal basado en la promesa de recompensa a los méritos y el trabajo individual. Por el otro, el descontento con la realidad de un mundo en el que el éxito está restringido a una reducida élite por derecho de nacimiento.

Esa es la trampa de la Guerra Fría, que nadie gana, porque parece no haber más salida que la propuesta por los dos extremos en conflicto. Este hecho queda perfectamente reflejado en el momento en que la guerrilla izquierdista, Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros­, se enfrenta finalmente al dilema de tener que utilizar la más extrema violencia para combatir la misma violencia contra la que lucha, pero que no resulta tan evidente. ­   

Nos lo vuelve a explicar muy bien García Márquez en el mismo discurso pronunciado en Estocolmo que siempre conviene revisitar:” Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad.” Eso era, en definitiva, la Guerra Fría, dos grandes disputándose el mundo o, en este caso, un pequeño país de América Latina.