“El impacto más importante de la escritura en la historia humana es precisamente el cambio gradual de la manera en que los humanos piensan y ven el mundo. La asociación libre y el pensamiento holístico han dado paso a la compartimentalización y la burocracia.”
Yuval N. Harari, Sapiens. De animales a dioses.
Es posible que uno de los argumentos más potentes en contra del clásico determinismo que ha venido rigiendo el camino de la percepción que de la tecnología ha tenido desde siempre la sociedad, sea la eventualidad de que los artefactos, productos de esa tecnología, o la misma tecnología, tengan política; veamos cómo. Si tenemos en cuenta una de las principales acepciones que podemos atribuir a la política, a saber, las relaciones de poder que se establecen entre individuos, deberemos empezar por preguntarnos el papel de esos dispositivos en esas relaciones de poder entre individuos o quizás, desde una perspectiva constructivista, que desarrollaré a lo largo del ensayo, diluir esas diferencias entre objeto y sujeto.
Tal como nos indica el
profesor Eduard Aibar
a propósito del determinismo tecnológico, se trata, en resumen, de[1]:
la idea
que la tecnologia constitueix l'agent causal més important en els canvis
socials al llarg de la història; la tesi, en resum, de què el canvi tecnològic
determina el canvi social o, dit d'una altra manera, que la tecnologia és,
senzillament, el motor de la història.
La duda radica – y significa
para mí un escollo importante en esta mi primera aproximación al
constructivismo más radical según el modelo SCOT, que viene a cuestionar esa
idea de la tecnología como el principal motor de la historia – en el alcance de
la influencia de la sociedad en esa modulación del poder de la tecnología a lo
largo de nuestra historia:[2]
El problema se establece cuando se intenta
precisar la extensión de la influencia de lo social en lo científico. Es decir,
si no hay nada más que la mera construcción social -relativismo- o si queda
algún papel a la evidencia científica.
Es ahí donde juega su papel en
este texto el profesor Langdon, que no va a solventar mi dilema de forma
directa, pero si ayudar provocativamente con la atribución (o no) de poderes
políticos, hasta ahora solo atribuibles al sujeto, a esos objetos que, según afirma
el constructivismo, podrían no ser tan influyentes, o al menos no tanto como
habíamos podido pensar hasta ahora, y de esta forma dejar de ser nosotros, como
sociedad, simples sujetos pasivos que bailan al son que marca la tecnología.
Qué mejor forma de romper esa barrera que atribuyendo a los dispositivos capacidades que, intuitivamente, solo creeríamos propias de la sociedad que pretenden cambiar. Es de esta forma como se evidencia la bidireccionalidad y la simetría entre tecnología y sociedad tan propia del modelo SCOT; tan fácil de asumir la primera, como contraintuitiva es – en mi opinión – la segunda.
Langdon nos presenta dos
estudios de caso, en la línea de la profunda vocación empírica del modelo SCOT
y ANT – del que más adelante hablaré – para argumentar a favor de su tesis;
pero ya que hemos definido anteriormente lo que se entenderá como “política”, es
conveniente también centrar un poco más el término “tecnología” que, según él
mismo, se referirá a[3]:” piezas o sistemas más o menos grandes de hardware de cierto tipo
especial”. El primero de esos estudios de caso nos hablará de cuando esa
tecnología es utilizada para[4] alcanzar un determinado fin dentro de una comunidad. El segundo nos
descubrirá las implicaciones políticas – no evidentes – que tienen la adopción
de un cierto tipo de tecnología.
En el primer caso, Langdon nos
presenta a Robert Moses, urbanista de gran influencia en Estados Unidos durante
la segunda mitad del s. XX, quien se encargó de diseñar, entre otros muchos
grandes proyectos, los puentes sobre las avenidas de Long Island, en la ciudad
de Nueva York. Cualquiera podría pensar, sin profundizar demasiado, que su
reducida altura podía ser debida a algún complejo y técnicamente
super-razonable motivo de eficiencia, que es lo que uno suele pensar de la
tecnología y lo que le confiere su pretendida neutralidad. Sin embargo, a poco
que uno profundice en estudios constructivistas como el de Langdon, descubrirá
que los motivos para utilizar esa tecnología pueden ser más prosaicos, y que
muchas veces, también, pueden ser utilizados para modificar esas relaciones de
poder entre individuos de las que hablábamos al principio, es decir, para hacer
política.
Para un determinado grupo
social relevante (GSR), en este caso las clases más desfavorecidas, el diseño
significaba la imposibilidad de desplazarse a los fantásticos parques y playas
de Long Island, ya que impedía la llegada de autobuses, que con sus doce pies
de altura no podían superar los 9 pies de esos pasos elevados. El otro GSR, con
suficiente capacidad adquisitiva para desplazarse en su propio vehículo, no
debía tener ningún problema. La flexibilidad
interpretativa acerca del diseño utilizado establece un claro sesgo de
clase.
Siguiendo el modelo SCOT, cuyo
nacimiento es posterior a los hechos perpetrados por el Sr. Moses, podríamos
concluir que la controversia entre los dos GSR – dicho desde una perspectiva
marxista – no llevaron a la clausura
y estabilización de la tecnología
utilizada, obviamente por la imposibilidad de modificar el “artefacto” sin
incurrir en grandes costes. Y es que Moses pertenecía a otro marco tecnológico, el que incluye a los
que no necesitan desplazarse en transporte público ni les gusta ver pobres en
sus ricos barrios. Moses utiliza este diseño para dividir a la sociedad, tal
como podrían hacerlo, por ejemplo, dos partidos políticos. En este tipo de
casos es donde los estudios CTS pueden ofrecer una valiosa ayuda,
proporcionando una mejor perspectiva sobre el uso no-inmediato que conllevará
una determinada tecnología.
En su segundo caso de estudio,
más potente y mucho menos evidente que el anterior según mi opinión, Langdon
nos muestra las implicaciones sociales que conllevan la elección de ciertas
tecnologías y que le llevan a evidenciar el carácter inherentemente político de las mismas[5]:
[…] la adopción de un determinado sistema
técnico requiere de hecho la creación y mantenimiento de un conjunto particular
de condiciones sociales como ambiente de funcionamiento de dicho sistema. Esta
posición es la que sostiene un autor contemporáneo que mantiene que: "si
aceptamos la construcción de centrales nucleares, también aceptamos la
existencia de una élite de técnicos, científicos, industriales y militares. Sin
este tipo de gente, no podríamos tener energía nuclear" (Mander, 1978)
La pregunta que cabe hacerse
es, según Langdon, si aceptamos la energía nuclear por unas determinadas
cualidades técnicas o se nos ofrece a la sociedad como medio para llegar a un
determinado sistema de organización. ¿Qué elegirá un gobernante como tecnología
para ofrecer a sus ciudadanos, una que le permita un mayor control u otra le
permita una mayor independencia de él como podrían ser las renovables? Langdon
no ofrece la respuesta, pero plantea claramente, para nuestra consciencia, el
fin político del camino al que lleva una elección u otra.
Siguiendo la tesis de Langdon,
podemos entonces asignar capacidades políticas a la tecnología, la pregunta que
me viene a la cabeza es, ¿podríamos llevar el reto un paso más allá todavía en
el desmontaje de las categorías? La investigadora visitante de la Universidad
de California, Verónica Sanz, cree que sí y desde una perspectiva de género
afirma que:
El feminismo constructivista afirma que el
género no sólo se “asocia” a las tecnologías una vez estas construidas, sino
que es incorporado a la propia materialidad de los artefactos […]. Los procesos
de generización se incorporan al nivel “material” de estas […]. Si las
relaciones de género están “incorporadas” a los aparatos, estos van a
contribuir, a su vez, a construir y a reforzar esas relaciones.
En realidad, no creo que se
trate de una aproximación muy diferente a la de Langdon. La Dra. Sanz no hace
sino analizar unos estudios de caso en los que tratará de evidenciar unas
relaciones de poder, también asimétricas, ya no entre individuos, sino entre géneros,
con el mismo fin de eliminar la ya mencionada dualidad objeto-sujeto, tan
propia de la teoría constructivista del actor-red (ANT). Aunque con un
importante apunte sólo esbozado anteriormente y verbalizado aquí por Sanz[6]:” […] la teoría clásica de ANT no desarrolla el hecho de que existe una gran
diferencia estructural de poder entre los distintos actores de las redes”,
afirmación que también podría aplicarse al sesgo de clase evidenciado por Langdon.
Parece como si la teoría constructivista estuviera más dispuesta a reconocer la
simetría, en cuanto a influencia mutua de tecnología y sociedad, que entre los
GSR que la componen.
Como Langdon, Sanz nos
presenta una serie de estudios de caso que siguen mostrando la importancia de
estudiar la tecnología cuando se está creando[7]:” los procesos de ‘generización’ comienzan ya en las fases de diseño e
innovación”. Nos habla en primer
lugar del peculiar diseño de ciertas máquinas de afeitar eléctricas para
mujeres estudiado por Ellen van Oost (2003), cuyo aspecto tecnológico no parece
ser del gusto femenino; es por eso que, según Sanz, presentan una mecánica
diferente que impide abrirlas para manipular su interior.
La conclusión de es que este
artefacto muestra las ideas preconcebidas de los diseñadores, a saber[8]:” mujeres tecnófobas y tecnológicamente incompetentes”. En mi
opinión, la conclusión del estudio dice más de las ideas preconcebidas de van
Oost acerca de las mujeres que de los diseñadores de la máquina de afeitar
eléctrica femenina. Es, creo, un buen ejemplo de lo que la misma Sanz concluye
como peligro[9]:
Una perspectiva feminista constructivista
se compromete explícitamente a no perpetuar los esencialismos de género, riesgo
que se corre a menudo (aunque sea inconscientemente) cuando realizamos
cualquier investigación con perspectiva de género.
¿No es, en definitiva, el
actante hombre – máquina (masculina)
equivalente al actante mujer – máquina
(femenina)? ¿Por qué debe establecerse la misma relación interna?, es
decir, ¿por qué no puede la mujer establecer una relación diferente con su
máquina que pueda ser tenida en cuenta por los diseñadores?
En el segundo y tercer caso, nos muestra el mismo proceso de generización aplicado al diseño de los procesadores de texto y softwares de recepción de llamadas en sendos estudios realizados por Janette Hofmann (1999) y Mass - Rommes (2007), en el que se repite el mismo esquema anterior. Un software aparentemente creado para simples y torpes secretarias o recepcionistas a las que se les pedía poco más que escribir a máquina o descolgar el teléfono.
Me cuesta creer, sin ninguna
intención de contradecir un estudio del que no se dan más detalles, que los
programadores se empecinaran de esa manera en obstaculizar el trabajo de sus
propios clientes incluso a costa de reducir su productividad, y no pueda ser
achacado simplemente a un error de diseño en unos años en los que ningún
software era sencillo de utilizar para nadie. Diversas preguntas no dejan de
rondar mi cabeza: ¿quién puede descartar que el mismo software no hubiera
tenido el mismo resultado si hubiera sido utilizado por secretarios y tele
operadores?, ¿hubieran preguntado los diseñadores cómo preferían que se
desarrollara el software si los empleados hubieran sido hombres?, ¿cómo es
tenido en cuenta este hecho en los estudios de caso mencionados?
El cuarto caso presentado es
el de Anne-Jorunn Berg (1999), aun sin exhibir de salida el sesgo de género,
sigue en la misma línea que los anteriores. No puedo evitar preguntarme el
resultado del mismo análisis si los diseñadores hubieran tenido en cuenta las
tareas asignadas a priori, por la propia autora del estudio, a las mujeres, es
decir, una casa diseñada, de salida, para que la cocina pueda ser fácilmente
limpiada. Siguiendo el concepto de traducción propuesto por Callon y Latour, me
atrevo en este punto a proponer una muy simple traducción: casa inteligente = tecnología
= bienestar de la familia = casa confortable para el hombre = casa confortable
para la mujer = casa confortable para los hijos = felicidad. Podríamos decir
que, de alguna manera, la caja negra de las “casas sólo para hombres” se ha
abierto y, por primera vez, deben tenerse en cuenta también otros patrones de
uso y principalmente el femenino.
El quinto y último caso de
Rommes (2002) vuelve a insistir en lo mismo, el estudio sobre la Ciudad Digital
de Ámsterdam me parece redundante y no puedo esquivar la impresión de que, una
vez más, en cuanto a los estudios de caso se refiere, parece primar más la cantidad
de los mismos que su calidad. Y no me refiero aquí, por supuesto, a la calidad
del estudio en sí, sino a los ejemplos seleccionados.
Habiendo desgranado ya mi
posición a lo largo del ensayo y admitiendo de salida mi opinión de que los
artefactos tienen tanta política como género, he de confesar que se trata para
mí de un razonamiento más bien intuitivo, aunque potenciado después de haberme
introducido en las teorías constructivistas, sobretodo, y he de resaltarlo
vehementemente, en el caso de la asignación de género. A priori, me parecen mucho más consistentes – aunque, una vez más,
he de decir que me gustaría profundizar mucho más en ambos casos – los estudios
de Langdon que los presentados por Sanz. Y, dado el enorme peso que tienen los
estudios de caso en el constructivismo social, no puedo sino remarcar que no
consigo desprenderme de la sensación de que esa tan mencionada simetría entre
ciencia, tecnología y sociedad es algo más pretendida que real, más teórica que
práctica, y que necesito analizar más estudios de caso y más potentes, o contrarrestarla
con una mayor profundización por mi parte, para rendir mi moderado determinismo
innato.
BIBLIOGRAFÍA.
Aibar, Eduard. La visió constructivista de la innovació
tecnològica. Una introducció al model SCOT. Barcelona: UOC, 2021.
Domènech, Miquel y Francisco Javier Tirado Serrano. Teoria de l'actor-xarxa: Una aproximació
simètrica a les relacions entre ciència, tecnologia i societat. Barcelona: UOC,
2021.
Sanz,
Verónica. «Género en el 'contenido' de la tecnología: ejemplos en el diseño de
software». Revista iberoamericana de ciencia, tecnología y sociedad, Vol.
11(31) (2016): 93-118.
Winner,
Langdon. «Do Artifacts Have
Politics?». D. MacKenzie et al. (eds.), The Social Shaping of Technology, Open
University Press (1985). [Versión castellana de Mario Francisco Villa]
Zubieta,
Ana Fernández. El constructivismo social en la ciencia y la tecnología: las
consecuencias no previstas de la ambivalencia epistemológica. Arbor 185.738
(2009): 689-703.
[1] E.
Aibar, La visió constructivista de
la innovació tecnològica. Una introducció al model SCOT (Barcelona:
UOC, 2021), 7.
[2] A. Zubieta,
El constructivismo social en la ciencia y la tecnología: las consecuencias no
previstas de la ambivalencia epistemológica (Arbor, 2009), 7.
[3] Langdon Winner, Do Artifacts
Have Politics? (Philadelphia: Open University Press, 1985), 3.
[Versión castellana de Mario Francisco Villa].
[4] Ibíd.
[5] Ibíd.,
7.
[6] Verónica
Sanz, «Género en el 'contenido' de la tecnología: ejemplos en el diseño de
software». Revista iberoamericana de ciencia, tecnología y sociedad, Vol.
11(31) (2016): 97.
[7] Ibíd.,
100.
[8] Ibíd.,
104.
[9] Ibíd.,
113.
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