Resulta un tanto paradójico que, tal como el historiador británico A.G. Hopkins consideraba, la globalización y el estudio de sus “orígenes, naturaleza y consecuencias”[1] no hubiera sido aun correctamente atendido, desde la generalización de su uso allá por los años 90, por la rama de las humanidades que parecería más lógico se encargara: la Historia, cuanto menos en lo que a sus orígenes se refiere:
A large and illuminating literature on the economics,
politics, and sociology of the phenomenon now lies readily at hand. With a few
exceptions, however, historians have still to participate in the discussion or
even to recognize the subject. (A.G. Hopkins, “Globalization in World History”.
Pimlico, 2002)
Y esa es precisamente la
invitación de Hopkins, introducir la globalización en la agenda de los
historiadores desligándola, además, de la convicción general de que fue un
proceso en el que sólo estuvo implicado occidente. El debate acerca de cuándo
se inició la globalización sigue abierto, sin embargo, es una discusión en la
que sorprendentemente, hasta ahora, no se había implicado a los historiadores. Hopkins
propone una categorización en las 4 formas que, según él, ha tomado la
globalización a lo largo de la historia: globalización arcaica,
protoglobalización, globalización moderna y postcolonial. Se trata para él de
abrir el debate, de iniciar la vía que debe llevar al estudio sistemático de la
globalización con todas las herramientas actualmente disponibles para los
historiadores.
La primera de las categorías,
la globalización arcaica, abarca el periodo más extenso:” […] refers
to a form that was present before industrialization and the nation state made
their appearance”[2]. Esta
era estuvo caracterizada, tal como Hopkins apunta, por la combinación entre el,
todavía débil, poder del estado y unos sistemas de creencias religiosas que
permitían el movimiento de ideas, y con ellas:” people and goods, across regions
and continents”[3]. En este largo periodo ya
se anunciaba la importancia que iban a tener las ciudades, así como la
especialización del trabajo y, tal como nos indica Hopkins, su prevalencia en
el debate actual sobre la globalización.
Parece claro que el término
global en este periodo debe ser considerado desde un punto de vista relativo y no
debería entenderse en la acepción actual y su capacidad de interconexión, ya
sea de personas como de mercancías; pero creo que es conveniente pararse un segundo
para valorar esa relatividad y encuadrarla con la concepción que del mundo se
tenía en esa época. Y es que, posiblemente, el salto mental que se debió realizar
para metabolizar mentalmente, por ejemplo, la amplitud geográfica de las nuevas
rutas comerciales que se estaban creando, pueda ser, cuanto menos, comparable
al que nos ha supuesto la irrupción del concepto de globalización de los años
90, sino mayor.
Hopkins establece el siguiente
periodo, la protoglobalización,
aproximadamente entre el año 1600 y 1800, estableciendo un ámbito geográfico
mucho más amplio del que cabría esperar desde una visión eurocentrista, este
proceso tiene lugar tanto en Europa como
en Asia así como en partes de África:
[…] the “rise of the West” was complemented by
developments in other parts of the world. The fact that these have yet to
receive appropriate recognition points enticingly to prospects for future
comparative work in the field of global history. (A.G. Hopkins, “Globalization
in World History”. Pimlico, 2002)
Productos como el azúcar, que
los portugueses llevaron a Brasil, el tabaco de la América precolombina, el té
de las Indias Orientales, el café de los árabes o el opio chino crearon un
mercado que trascendía los respectivos ámbitos culturales, creando un flujo,
más o menos constante, que seguía el eje este-oeste, y que podía ya entenderse
en el término más amplio de la palabra global.
La aparición del estado-nación
y la difusión de la industrialización marcan el inicio de la tercera categoría,
la globalización moderna, alrededor
de 1800. Pero algo ha cambiado respecto a las dos etapas anteriores:
As Tony Ballantyne demonstrates the cosmopolitanism
that was such a marked feature of archaic and proto-globalization was
corralled, domesticated, and harnessed to new national interests. (A.G.
Hopkins, “Globalization in World History”. Pimlico, 2002)
Aparece por tanto, en esta
etapa, el marco en el que va a desarrollarse, a mi entender, nuestra
globalización contemporánea. Un marco en el que llegaremos a ver a algunas de
esas naciones estado pujando en aeropuertos por mercancías sanitarias compradas
por otros países[4],
velando exclusivamente por el interés de sus propias fronteras y mostrando, más
descarnadamente si cabe, el mayor reto al que se enfrenta una globalización en
la que ya no existen ciudadanos sino consumidores, tal como Hopkins nos
explica: “Free trade is challenged by fair trade”[5].
Y llegamos, según la clasificación de Hopkins, a nuestra etapa contemporánea que denomina postcolonial. Ésta se iniciaría alrededor de 1950 con la creación de las modernas estructuras supranacionales que intentarán encauzar, de forma efectiva y por la vía diplomática, los conflictos surgidos de esas relaciones internacionales cada vez más sencillas a nivel logístico, con un transporte cada vez más rápido y económico tanto de mercancías como de personas, y técnico, gracias a las nuevas formas de comunicación, que van a permitir el traslado de la información a un ritmo desconocido hasta entonces. Según Hopkins, con la creación de estas nuevas estructuras supranacionales – valga de ejemplo la ONU – se rompe el marco del estado nación como vehículo de globalización.
En mi opinión, la creación de
estas nuevas instituciones, vendría más bien a reforzar el marco en el que las
naciones más poderosas podrían revestir de legitimidad el poder conseguido tras
la Segunda Guerra Mundial – tras haber fracasado en el intento de creación de
la Sociedad de Naciones al finalizar la Gran Guerra – ¿cómo podría entenderse
sino, que en la mayor organización a nivel mundial, las mayores potencias[6] se reservaran el derecho a
veto? Permítaseme aludir una vez más, y no como ejemplo más flagrante (solo más
reciente), al caso mencionado anteriormente, tristemente brindado por la crisis
del covid-19.
El mismo Hopkins, a propósito
del liderazgo de los Estados Unidos, reconoce que el debate está abierto:” This theme
connects directly with the lively debate in the current social science
literature on whether globalization strengthens or weakens the nation state”[7]. Mi
posición en este debate sería de reserva en cuanto al estado nación como
concepto todavía por definir de forma clara e inequívoca, pero claramente a
favor del beneficio que, para los estados-nación más fuertes, ha supuesto la
globalización.
A propósito de la definición del
resbaladizo concepto de estado nación y de su pretendida fuerza y composición monolítica, conviene atender al
profesor Philip White, historiador estadounidense que nos advierte:” Clearly
those who believe globalization will eliminate the “nation state” have yet to
define what it is that will be eliminated or what will replace it”[8]. Y es
que, volviendo a mi absurdo ejemplo anterior, caeríamos en un error al pensar
que un gobierno que roba material sanitario representa a todos los ciudadanos
de ese país.
Por supuesto, White va mucho
más allá, y nos habla de los diferentes grupos étnicos que componen esa nación,
pero lo hace además de la heterogeneidad étnica subyacente en esos países, que la
globalización está potenciando. White es, en definitiva, defensor de la idea
del debilitamiento del estado nación gracias a la globalización:” My
conclusion will be that, if we are fortunate, globalization will indeed
relegate the ‘nation estate,’ as originally conceived, to the dustbin of
history.”[9], entendiendo el estado
nación como un grupo étnico único o, cuanto menos, en el que solo se defienden
los intereses del grupo predominante. Continuando con el hilo de mi opinión, me
permitiría añadir que ese debilitamiento solo será de aplicación en los
estados-nación más débiles, a saber, la gran mayoría.
Pero volvamos a la
clasificación de las diferentes etapas por las que, desde un punto de vista
histórico, ha transcurrido la globalización. Y es que ya anunciábamos que la
propuesta de división de Hopkins era más bien una invitación a su revisión por
parte de la comunidad académica. El historiador Robbie Robertson reduce a tres
las etapas, según él, la verdadera globalización se iniciaría aproximadamente
en el año 1500, fecha a partir de la cual podría considerarse completo el
comercio a través de todos los continentes. Aquí encontramos la principal
diferencia con Hopkins, que consistiría principalmente en no considerar como
globalización verdadera épocas anteriores al año 1500 pero, si bien es cierto
que nunca constituyeron procesos verdaderamente globales según nuestra visión
actual, me inclino más por la clasificación de Hopkins, dado que considero
tiene más en cuenta la visión que de su universo tenían nuestros antepasados.
Globalización arcaica sí, pero globalización al fin y al cabo; quizás desde el
preciso momento en que el hombre salió de áfrica.
Siguiendo con las etapas
establecidas esta vez por Robertson, llegaríamos a la segunda, que se iniciaría
con la industrialización aproximadamente en el año 1800, fecha en la que se
iniciaría la Gran Divergencia, para llevarnos hasta el inicio, en el año 1945,
de la tercera etapa, en la que nos encontramos y que coincidiría también con la
clasificación establecida por Hopkins.
Centrémonos un poco más en la
Gran Divergencia, ese momento clave en el que Europa parece despegarse del
resto del mundo iniciando el liderazgo económico occidental que ha llegado
hasta nuestros días. Veámoslo en el siguiente gráfico (en términos de PIB per
cápita):
¿Cómo se explica este salto?
El geógrafo estadounidense J. Diamond lo hace desde un punto de vista, cómo no,
geográfico. Su visión determinista sitúa la Gran Divergencia en Europa por
casualidad, como producto de, entre otros, unos accidentes geográficos
relativamente salvables, un clima benigno y la inmunidad microbiana conseguida
tras siglos de convivencia con animales domésticos y ganadería.
Desde otra visión, el
historiador británico Niall Ferguson, le otorga al desarrollo de nuestras
instituciones el papel principal, indicando además el camino para alcanzar el
mismo nivel de desarrollo a través de las six killer apps of prosperity. La
mirada de Ferguson tiene el inconveniente de que infravalora la complejidad y
funcionalidad de algunas de las instituciones que se desarrollaron fuera de
nuestro continente, por lo que podría tacharse de excesivamente eurocentrista.
Conviene por eso escuchar con
atención lo que nos dice Kenneth Pomeranz, profesor de Historia de la
Universidad de Chicago, que nos presenta un punto de vista diferente, poniendo
en valor el desarrollo industrial de otras áreas geográficas, como el Delta del
Yangzi, en China, además de restringir la Gran Divergencia a determinadas zonas
geográficas europeas y no asimilarlas a todo el continente por igual[10]. Sin diferencias
demográficas o económicas relevantes entre las zonas industriales comparadas
por Pomeranz y en referencia a la visión que se tenía hasta ese momento, nos
expone el verdadero hecho diferencial, el acceso a los recursos del Nuevo
Mundo:
[…] such stories often “internalize” the extraordinary
ecological bounty that Europeans gained from the New World. […] This ignores
the exceptional scale of the New World windfall, the exceptionally coercive
aspects of colonization and the organization of production there […] what
happened in the New World was very different from anything in either Europe or
Asia. (K. Pomeranz, “The Great Divergence”. Princeton University Press, 2000)
Parece que poniendo en valor
las dos partes del estudio de la Gran Divergencia, y no solo la europea, afloran
otro tipo de factores obviados hasta el momento, despiste que, por la evidencia
flagrante de su peso, solo podrían ser explicado, una vez más, por una excesiva
aproximación eurocentrista. Pomeranz establece como factor decisivo, además de
los inmensos recursos llegados de ultramar, el fácil – y afortunado – acceso a los recursos energéticos, esenciales para la
Revolución Industrial, incluso por encima de la supuesta mayor capacidad
creativa de los europeos[11].
Pomeranz parece establecer el marco en el que podemos empezar a dudar acerca de que la globalización signifique occidentalización. Así parece haber sido desde el inicio de esta última (?) etapa de la globalización en la que estamos inmersos, pero la emergencia tecnológica y económica de países como China, parece querer determinar un cambio en el equilibrio mundial:
Quizás, solo quizás, hayamos también sobreestimado los parámetros a través de los cuales hemos medido hasta ahora la Gran Divergencia, de forma relativamente sencilla en términos de PIB, o a través de los diferentes parámetros que evalúan el bienestar, todos sin duda totalmente fiables y válidos, pero ¿qué hay de los parámetros que valoran la felicidad?, ¿podemos afirmar, sin lugar a equivocarnos, que hemos alcanzado también, en algún momento, un nivel de felicidad superior al del resto de países de los que divergimos?, ¿podemos utilizar los mismos parámetros para evaluar la felicidad en el este que en el oeste?
¿No podría considerarse
también una visión excesivamente eurocentrista el hecho de que predomine en la
evaluación la preponderancia tecnológica y económica occidental? Y por último,
¿es posible que estemos asistiendo, con la emergencia de China, a una nueva
etapa en la globalización mundial? Desde la caída del muro de Berlín, no ha
existido ningún contrapeso al modelo de crecimiento capitalista occidental, por
lo que es posible que estemos asistiendo a un cambio en las influencias que la
globalización, entendida al estilo occidental, nos ha traído, o cuanto menos,
algún tipo de alternativa; veremos.
[1] Hopkins, Globalization in World History, 2.
[2] Ibíd.,
4.
[3] Ibíd.,
5.
[4] “Subastas
a pie de pista para quedarse con un avión y confiscaciones: la guerra entre
países por las mascarillas”, eldiario.es, 02/04/20, https://www.eldiario.es/internacional/Sobornos-proveedores-homologacion-confiscacion-destinado_0_1012449582.html
[5] Hopkins, Globalization in World
History, 1.
[6] China, Francia, Rusia, Reino Unido y Estados
Unidos.
[7] Hopkins, Globalization in
World History, 10.
[8] White, Global History, 258.
[9] Ibíd.,
259.
[10] “European industrialization was
still quite limited outside of Britain until at least 1860. Thus, positing a European miracle based on features
common to Western Europe is risky, all the more so since much of what was
widely shared across Western Europe was at least equally present elsewhere in
Eurasia”. Pomeranz, The Great Divergence, 16.
[11] “Technological inventiveness was necessary for the Industrial Revolution, but it was not sufficient or uniquely European”. The Great Divergence, 17.