Resulta complicado, para un pesimista nato como el que escribe, resistirse a iniciar este breve ensayo siquiera mencionando – y espantando de paso cualquier mal augurio – una de las peores conclusiones posibles a la cuestión de hacia dónde va el mundo. Así que, habrá que admitir – para mejor olvidar rápidamente – la verosimilitud de la posibilidad de una guerra entre EEUU y China; idea no del todo descabellada por poco que echemos la vista atrás. Graham Allison[1], exdirector del Centro Belfer sobre ciencias y asuntos internacionales en la Universidad de Harvard, utiliza la parábola de “la Trampa de Tucídides”, aplicada al escenario geopolítico actual, para explicar tal posibilidad[2]:” Según Allison, el poder establecido quiere defender el statu quo como Esparta reaccionó frente a la emergencia de Atenas como una potencia nueva. El poder dominante y el emergente son impulsados por ambiciones comunes: desear ser una gran nación; considerar a la otra parte como el obstáculo principal para realizar su sueño o visión […]”. Sobra decir quien es Esparta y Atenas en esta historia. Y efectivamente, queda justificada una postura, cuanto menos, no demasiado optimista[3]:” Desde la metáfora del historiador griego, el politólogo estadounidense analiza la trayectoria histórica en la cual, 12 de los 16 conflictos que derivaban de la rivalidad entre la nueva potencia y la dominante en los últimos 500 años, resultaban en guerras”.
En
cualquier caso, el escenario que plantea Allison no deja de arrastrar ciertas reminiscencias
del marco binario desarrollado a lo largo de la Guerra Fría que, aunque sin
llegar al enfrentamiento directo, concluyó con un claro vencedor. Y con ese
triunfo llegó la errónea presunción de que sólo existía una alternativa para la
gobernanza mundial: un único modelo político, llamado liberalismo, y un solo
sistema económico, el capitalismo. Según Hurrell, el orden mundial establecido
por los EEUU a lo largo del s. XX se cimentaba sobre tres pilares básicos[4]: un poder incomparable
desde varios puntos de vista (militar, económico, moral, …), el control de
diversas instituciones internacionales creadas tras la Segunda Guerra Mundial
(ONU, FMI, …) y su capacidad para conformar alianzas tanto hacia el este como al
oeste.
Pero,
aunque China podría representar el paradigma del auge de esa nueva potencia que
iba a configurarse como contrapeso a los EEUU[5]:” It is not only China's
dynamism that is so captivating. It is its scale. Never in human history have
so many people had their life chances changed so dramatically and so quickly.
The renowned development economist Jeffrey Sachs claims that China is the most
successful development story in world history”, podríamos concluir que un análisis
desarrollado desde ese punto de vista binario estaría lejos de representar la
realidad actual, y es que[6]:” For some time, China's
economic success put the almost as important modernization of India into the
shade”. Con una
reorientación de su economía hacia el sector servicios – fruto de profundas
reformas producto de la liberalización – iniciada a principios de los años
noventa, India se ha convertido en una potencia mundial en cuanto a prestación
de servicios de las Tecnologías de la Información[7]:” El sector de servicios es la parte más dinámica de la economía india.
Contribuye a más de la mitad del PIB (49,1%), y emplea a 31,8% de la fuerza
laboral. El rápido crecimiento de la industria del software estimula las
exportaciones de servicios y moderniza la economía india: el país ha
aprovechado su amplia población educada angloparlante para convertirse en un
gran exportador de trabajadores en servicios TI, subcontratación de servicios
de negocios y programación”.
Pero no sólo
China e India se presentan como paradigmas del éxito de los países emergentes,
podríamos añadir también estados como Rusia, Brasil y Sudamérica – para
completar los países BRICS – o Japón, Corea del Sur y Taiwán, por citar algunos
ejemplos más. Aunque pueden establecerse diversos motivos que explican el enorme
desarrollo económico de estos países tales como los mencionados por Bisley, a
saber, la adopción de los sistemas de libre
mercado, así como la adopción del principio de meritocracia y el estado de
derecho (Mahbubani 2008: 51-99), existe un catalizador principal que, por
encima de todos, lo ha permitido, se trata de la globalización[8]:” As Phil Cerny's chapter
in this volume explains, the linkages between states and societies facilitated
by the growth in networks of trade, investment and communication have provided
many with economic, political and cultural opportunities that had hitherto not
been available. Without the ability to tap into global markets, whether for
capital, finished goods, raw inputs or commodity sales, the dramatic changes in
economic fortunes in Shanghai, Caracas and Mumbai would have been unimaginable”.
La
conclusión no parece ser simplemente un declive en el poder de influencia de
los EEUU en la gobernanza mundial, cuyo liderazgo parece ser todavía claro, más
bien podría decirse que se trata del nacimiento de un nuevo orden en el que
algunos países asiáticos parecen poder ofrecer una alternativa. Quién sabe si
eso nos llevará a la configuración de una nueva manera de gestionar las
relaciones internacionales, y es que parece que, por primera vez en las últimas
décadas parece existir una alternativa a la depredadora economía capitalista
que ha venido marcando el camino para beneficio de unos pocos. Tal y cómo Mahbubani
nos explica[9]:”
any lingering
Western assumption that the developed Western countries will naturally do a
better job in managing global challenges than any of their Asian counterparts
will have to be rethought. An objective assessment would show that Asians are
proving to be capable of delivering a more stable world order (2008: 234)”, quien parece
invitarnos, a los occidentales, a adoptar una posición de humildad frente a los
enormes retos ya planteados y cuya gestión va a marcar el camino que ha de
seguir nuestra civilización. Problemas como el cambio climático o la
erradicación de la pobreza son desafíos a los que nuestra cultura occidental no ha
sabido, hasta ahora, dar una respuesta clara a nivel global.
Esperemos
que esta aceptación implícita de demasiados sistemas de gobierno autocráticos
en el complejo nuevo orden mundial no lleve a una reducción del esfuerzo por
conseguir, por fin, que se cumplan todos y cada uno de los DDHH en todos y cada
uno de los países que componen el mundo. No puedo dejar de lamentarme tampoco por
el hecho de que el triunfo aplastante del modelo capitalista, aceptado incluso
por los países emergentes que le disputan la hegemonía a los EEUU, no haya sido
precedido por la victoria del modelo político liberal que lo apadrinaba, cuanto
menos, justo tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial, cuando el
recuerdo de los horrores cometidos estaba todavía fresco en la memoria y se
creía posible un mundo más justo y seguro para todos. El sincero entusiasmo por
el cercano anuncio de la erradicación de la pobreza en China[10] no debería hacernos
olvidar que se trata de una dictadura, aunque no deja de ser paradójico que la
promesa primigenia del capitalismo sea cumplida por un país autodenominado
comunista. La condición del primero era disponer de vía libre para actuar sin
ataduras, su sistema antagónico todo lo contrario. El primero lo consiguió, el
segundo nunca lo sabremos.
Parece
claro entonces que nos dirigimos a un cambio en el eje del poder sobre el cual
ha girado el mundo en el último siglo, tal como Bisley nos dice[11]:” Alongside the United
States, India, China, Russia and Japan will comprise the five most important
power-centers in world politics. The geographic concentration of these powers'
interests in Asia mean that world politics in the coming years is going to
become Asian-centric”.
Los
atentados sufridos por los EEUU en 2001 supusieron un giro radical en su
política exterior hacia un mayor intervencionismo unilateral que, junto con la
crisis económica de 2007, iniciada en el mismo corazón del capitalismo, no ha
venido sino a acelerar la aparición de una alternativa. Parece atisbarse una
mayor preocupación por una más justa distribución de la riqueza a nivel interno
y mundial, sin obtener correspondencia en algunos casos, lamentablemente, con
el mantenimiento de las libertades individuales básicas. Parece cumplirse, una
vez más, alguna especie de ley natural que impide convergir en un mismo tiempo
y lugar una justa distribución de la riqueza que permita una vida digna y un
gobierno democrático que consienta el cumplimiento de los DDHH. Quizás la única
esperanza que nos quede, viendo hacia donde nos dirigimos, es que, en algún
momento, lo segundo sea consecuencia de lo primero, aunque ya conocemos también
lo peligrosos que pueden ser este tipo de sueños.
Conviene,
no obstante, rebajar el nivel de optimismo. Lo que parecía una nueva
configuración del orden mundial, basado en la posibilidad de influencia en la
gobernanza mundial de varios países ha venido desinflándose en los últimos años
y, con la excepción de China, parece que, en su mayoría han vuelto a adoptar un
papel secundario[12].
La incapacidad de algunos países emergentes, como Brasil o Sudáfrica, para
ofrecer a sus ciudadanos unas condiciones de vida conforme al papel protagonista
que esperaban adoptar en el escenario internacional, debilita enormemente la
alternativa que habían presentado y parece invitar a ordenar primero el propio
jardín.
Otro de los
factores que parece haber puesto freno a una mayor influencia de muchos de los
países emergentes es la posibilidad de su acceso a las armas nucleares[13]:” The renewed importance of nuclear weapons is apparent; they are central
to the structure of regional security complexes, and in the construction of
great power hierarchies and the distribution of seats at the top tables”. Pudiera parecer
un contrasentido que uno de los mayores peligros a los que se enfrenta el mundo
– cuya supuesta amenaza supuso la intervención unilateral de los EEUU en Irak,
que por su carácter desestabilizador parecía anunciar el declive de su papel principal
en el orden mundial – vuelva a configurarse en una herramienta geopolítica tan
poderosa; más si cabe teniendo en cuenta que en ninguno de esos horribles
atentados perpetrados por al-Qaeda fue utilizada ninguna arma de destrucción
masiva.
Actualmente,
se piensa que sólo nueve países disponen de armas nucleares: EEUU, Rusia, Reino
Unido, Francia y China – todos miembros permanentes del Consejo de Seguridad de
la ONU – además de India, Paquistán, Corea del Norte e Israel. Pero el temor de
las potencias nucleares no parece ser tanto que otros países se unan al club
nuclear, que también, como que lo hagan otro tipo de elementos[14]:” Globalization has
heightened concern that a non-state actor such as a terrorist organization or
criminal group might try to acquire a nuclear weapon or radiological material—the
kind that could be used in a so-called 'dirty bomb'(Allison 2005)”. Pero, habiendo
quedado tan terriblemente claro que no es necesario para un grupo terrorista
disponer de armas de destrucción masiva para causar innombrable dolor y que,
muy al contrario, lo que debería causar pavor es su horrible simplicidad, ¿a
qué se debe esta renovada centralidad de las armas de destrucción masiva en el
escenario mundial?, o quizás, ¿dejó alguna vez de ser importante?
El giro
fue, sin duda, tremendo[15]:” Seized by the urgency of
the terrorist challenge and exasperated by the perceived inadequacy of existing
collective security institutions, the Bush Administration embraced a strongly
unilateralist foreign policy agenda after 9/11, proclaiming the need for
pre-emptive strikes and ‘regime change’ as necessary expedients to prevent the
uncontrolled spread of WMD to both ‘rogue’ states and terrorists”. Presentaba al
terrorismo como la mayor amenaza a la que se enfrentaban los EEUU en particular
y el mundo en general. La posibilidad de que estos grupos terroristas
obtuvieran acceso a las armas de destrucción masiva era simplemente la excusa
necesaria para emprender la nueva guerra.
Tras el
nacimiento de al Qaeda, y con la aparición de Estado Islámico en el año 2014 se
producía una evolución en los objetivos de los radicales islámicos, además de
continuar llevando el terror a los mismos centros neuronales de occidente[16]:” For al-Qaeda, the goal of
establishing a caliphate encompassing the global ummah was a distant
aspiration, which would be realized only following the defeat of the
'Zionist-Crusader' alliance and the collapse of its associated puppet regimes
in Muslim-majority countries. Conversely, establishing a stem-land for the
caliphate has been a far more immediate priority for IS's followers”.
El orden mundial
que había mantenido estable Oriente Medio desde el final de la Primera Guerra
Mundial, en base al apoyo explícito o implícito, a sus respectivos socios
autocráticos locales, de las principales potencias de cada momento – Francia,
Reino Unido en primer lugar y posteriormente EEUU y la URSS – aun a costa de
las degradantes condiciones de vida de sus habitantes, había llegado a su fin. Ya
más recientemente, la Primavera Árabe de 2010 parecía la última oportunidad
para las grandes potencias, de arreglar el desaguisado[17]:” Despite early hopes that
the 'Arab Spring' would marginalize the jihadists, however, the swift failure
of reform efforts ultimately provided a new window of opportunity for extremism
in the Middle East and beyond”.
Lamentablemente,
los intereses de EEUU estaban centrados en otro sitio[18]:” With the advent of the
Arab Spring, and in the context also of the United States' ongoing rebalance to
the Asia-Pacific and away from other arenas, the delicate stability of the
post-Ottoman order is now disintegrating”. En definitiva, con la invasión de Irak de
2003, EEUU había iniciado el último capítulo de una serie histórica de
catastróficas intervenciones occidentales en Oriente Medio que iba a impedir
que sus propios ciudadanos decidieran por si mismos el camino que debía
llevarles a alcanzar la autonomía después de tantas décadas de intervencionismo
extranjero. Bien al contrario,
organizaciones terroristas como Estado Islámico se han encontrado, en el actual
mundo globalizado, el terreno abonado para causarnos el mayor daño en nuestras
propias ciudades, no solo con los más horrendos atentados, sino provocando la
huida de refugiados que, huyendo de la guerra, llegan a nuestras costas
alimentando, además, el discurso de la extrema derecha, que no hace sino
retroalimentar las causas que han provocado esa migración.
Lo que se
iniciaba con una confesión no puede sino acabar con otra, y es que más que entrever
hacia dónde va el nuevo orden mundial, si lo entendemos como una sucesión
lineal de la historia, lo que veo es un círculo vicioso del que nos va a ser
muy complicado salir.
[1] G. Allison
fue además exsecretario adjunto de Defensa de Estados Unidos para políticas y
planificación y autor del libro Destined for War: Can America and China Escape
Thucydides's Trap?
[2] Jenny
SHIN. Destinado a la guerra. Observatorio de Análisis de los Sistemas
Internacionales (OASIS), 2020, p. 253.
[3] Jenny
SHIN: op. cit., p. 251.
[4] Andrew HURRELL.
"Rising powers and the
emerging global order". En: John Baylis (Ed.). The globalization of World
Politics. Oxford University Press, New York, 2020, p. 85.
[5] Nick BISLEY:
"Global Power Shift: The
Decline of the West and the Rise of the Rest?". En: Mark Beeson and Nick
Bisley (Eds.). Issues in 21st Century World Politics, Basingstoke, Palgrave
Macmillan, 2017, p. 69.
[6] Nick
BISLEY: op. Cit., p. 69.
[7] https://santandertrade.com/es/portal/analizar-mercados/india/politica-y-economia
[consultado por última vez el 16-12-2020]
[8] Nick
BISLEY: op. Cit., p. 70.
[9] Nick
BISLEY: op. Cit., p. 73.
[10] https://www.lavanguardia.com/internacional/20201121/49563622495/el-paradigma-roto.html
[consultado por última vez el 17-12-2020]
[11] Nick
BISLEY: op. Cit., p. 78.
[12] Andrew
HURRELL: op. Cit., p. 95.
[13] Andrew
HURRELL: op. Cit., p. 95.
[14] Sheena CHESTNUT. "Proliferations
of weapons of mass destruction". En: John Baylis (Ed.). The globalization
of World Politics. Oxford University Press, New York, 2020, p. 468.
[15] Andrew PHILLIPS. "Global
Terrorism". En: Mark Beeson and Nick Bisley (Eds.). Issues in 21st Century
World Politics. 3ª Ed. Basingstoke: Palgrave Macmillan, cop. 2017, p. 57.
[16] Andrew PHILLIPS: op. Cit., p.
60.
[17] Andrew PHILLIPS: op. Cit., p.
58.
[18] Andrew PHILLIPS: op. Cit., p.
63.
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