18 de marzo de 2021

La Gran Divergencia



Resulta un tanto paradójico que, tal como el historiador británico A.G. Hopkins consideraba, la globalización y el estudio de sus “orígenes, naturaleza y consecuencias[1] no hubiera sido aun correctamente atendido, desde la generalización de su uso allá por los años 90, por la rama de las humanidades que parecería más lógico se encargara: la Historia, cuanto menos en lo que a sus orígenes se refiere:

A large and illuminating literature on the economics, politics, and sociology of the phenomenon now lies readily at hand. With a few exceptions, however, historians have still to participate in the discussion or even to recognize the subject. (A.G. Hopkins, “Globalization in World History”. Pimlico, 2002)

Y esa es precisamente la invitación de Hopkins, introducir la globalización en la agenda de los historiadores desligándola, además, de la convicción general de que fue un proceso en el que sólo estuvo implicado occidente. El debate acerca de cuándo se inició la globalización sigue abierto, sin embargo, es una discusión en la que sorprendentemente, hasta ahora, no se había implicado a los historiadores. Hopkins propone una categorización en las 4 formas que, según él, ha tomado la globalización a lo largo de la historia: globalización arcaica, protoglobalización, globalización moderna y postcolonial. Se trata para él de abrir el debate, de iniciar la vía que debe llevar al estudio sistemático de la globalización con todas las herramientas actualmente disponibles para los historiadores.

La primera de las categorías, la globalización arcaica,  abarca el periodo más extenso:” […] refers to a form that was present before industrialization and the nation state made their appearance[2]. Esta era estuvo caracterizada, tal como Hopkins apunta, por la combinación entre el, todavía débil, poder del estado y unos sistemas de creencias religiosas que permitían el movimiento de ideas, y con ellas:” people and goods, across regions and continents[3]. En este largo periodo ya se anunciaba la importancia que iban a tener las ciudades, así como la especialización del trabajo y, tal como nos indica Hopkins, su prevalencia en el debate actual sobre la globalización.

Parece claro que el término global en este periodo debe ser considerado desde un punto de vista relativo y no debería entenderse en la acepción actual y su capacidad de interconexión, ya sea de personas como de mercancías; pero creo que es conveniente pararse un segundo para valorar esa relatividad y encuadrarla con la concepción que del mundo se tenía en esa época. Y es que, posiblemente, el salto mental que se debió realizar para metabolizar mentalmente, por ejemplo, la amplitud geográfica de las nuevas rutas comerciales que se estaban creando, pueda ser, cuanto menos, comparable al que nos ha supuesto la irrupción del concepto de globalización de los años 90, sino mayor. 

Hopkins establece el siguiente periodo, la protoglobalización, aproximadamente entre el año 1600 y 1800, estableciendo un ámbito geográfico mucho más amplio del que cabría esperar desde una visión eurocentrista, este proceso  tiene lugar tanto en Europa como en Asia así como en partes de África:

[…] the “rise of the West” was complemented by developments in other parts of the world. The fact that these have yet to receive appropriate recognition points enticingly to prospects for future comparative work in the field of global history. (A.G. Hopkins, “Globalization in World History”. Pimlico, 2002)

Productos como el azúcar, que los portugueses llevaron a Brasil, el tabaco de la América precolombina, el té de las Indias Orientales, el café de los árabes o el opio chino crearon un mercado que trascendía los respectivos ámbitos culturales, creando un flujo, más o menos constante, que seguía el eje este-oeste, y que podía ya entenderse en el término más amplio de la palabra global.

La aparición del estado-nación y la difusión de la industrialización marcan el inicio de la tercera categoría, la globalización moderna, alrededor de 1800. Pero algo ha cambiado respecto a las dos etapas anteriores:

As Tony Ballantyne demonstrates the cosmopolitanism that was such a marked feature of archaic and proto-globalization was corralled, domesticated, and harnessed to new national interests. (A.G. Hopkins, “Globalization in World History”. Pimlico, 2002)

Aparece por tanto, en esta etapa, el marco en el que va a desarrollarse, a mi entender, nuestra globalización contemporánea. Un marco en el que llegaremos a ver a algunas de esas naciones estado pujando en aeropuertos por mercancías sanitarias compradas por otros países[4], velando exclusivamente por el interés de sus propias fronteras y mostrando, más descarnadamente si cabe, el mayor reto al que se enfrenta una globalización en la que ya no existen ciudadanos sino consumidores, tal como Hopkins nos explica: “Free trade is challenged by fair trade[5].

Y llegamos, según la clasificación de Hopkins, a nuestra etapa contemporánea que denomina postcolonial. Ésta se iniciaría alrededor de 1950 con la creación de las modernas estructuras supranacionales que intentarán encauzar, de forma efectiva y por la vía diplomática, los conflictos surgidos de esas relaciones internacionales cada vez más sencillas a nivel logístico, con un transporte cada vez más rápido y económico tanto de mercancías como de personas, y técnico, gracias a las nuevas formas de comunicación, que van a permitir el traslado de la información a un ritmo desconocido hasta entonces. Según Hopkins, con la creación de estas nuevas estructuras supranacionales – valga de ejemplo la ONU – se rompe el marco del estado nación como vehículo de globalización.

En mi opinión, la creación de estas nuevas instituciones, vendría más bien a reforzar el marco en el que las naciones más poderosas podrían revestir de legitimidad el poder conseguido tras la Segunda Guerra Mundial – tras haber fracasado en el intento de creación de la Sociedad de Naciones al finalizar la Gran Guerra – ¿cómo podría entenderse sino, que en la mayor organización a nivel mundial, las mayores potencias[6] se reservaran el derecho a veto? Permítaseme aludir una vez más, y no como ejemplo más flagrante (solo más reciente), al caso mencionado anteriormente, tristemente brindado por la crisis del covid-19.

El mismo Hopkins, a propósito del liderazgo de los Estados Unidos, reconoce que el debate está abierto:” This theme connects directly with the lively debate in the current social science literature on whether globalization strengthens or weakens the nation state[7]. Mi posición en este debate sería de reserva en cuanto al estado nación como concepto todavía por definir de forma clara e inequívoca, pero claramente a favor del beneficio que, para los estados-nación más fuertes, ha supuesto la globalización.

A propósito de la definición del resbaladizo concepto de estado nación y de su pretendida fuerza y  composición monolítica, conviene atender al profesor Philip White, historiador estadounidense que nos advierte:” Clearly those who believe globalization will eliminate the “nation state” have yet to define what it is that will be eliminated or what will replace it[8]. Y es que, volviendo a mi absurdo ejemplo anterior, caeríamos en un error al pensar que un gobierno que roba material sanitario representa a todos los ciudadanos de ese país.

Por supuesto, White va mucho más allá, y nos habla de los diferentes grupos étnicos que componen esa nación, pero lo hace además de la heterogeneidad étnica subyacente en esos países, que la globalización está potenciando. White es, en definitiva, defensor de la idea del debilitamiento del estado nación gracias a la globalización:” My conclusion will be that, if we are fortunate, globalization will indeed relegate the ‘nation estate,’ as originally conceived, to the dustbin of history.[9], entendiendo el estado nación como un grupo étnico único o, cuanto menos, en el que solo se defienden los intereses del grupo predominante. Continuando con el hilo de mi opinión, me permitiría añadir que ese debilitamiento solo será de aplicación en los estados-nación más débiles, a saber, la gran mayoría.    

Pero volvamos a la clasificación de las diferentes etapas por las que, desde un punto de vista histórico, ha transcurrido la globalización. Y es que ya anunciábamos que la propuesta de división de Hopkins era más bien una invitación a su revisión por parte de la comunidad académica. El historiador Robbie Robertson reduce a tres las etapas, según él, la verdadera globalización se iniciaría aproximadamente en el año 1500, fecha a partir de la cual podría considerarse completo el comercio a través de todos los continentes. Aquí encontramos la principal diferencia con Hopkins, que consistiría principalmente en no considerar como globalización verdadera épocas anteriores al año 1500 pero, si bien es cierto que nunca constituyeron procesos verdaderamente globales según nuestra visión actual, me inclino más por la clasificación de Hopkins, dado que considero tiene más en cuenta la visión que de su universo tenían nuestros antepasados. Globalización arcaica sí, pero globalización al fin y al cabo; quizás desde el preciso momento en que el hombre salió de áfrica.

Siguiendo con las etapas establecidas esta vez por Robertson, llegaríamos a la segunda, que se iniciaría con la industrialización aproximadamente en el año 1800, fecha en la que se iniciaría la Gran Divergencia, para llevarnos hasta el inicio, en el año 1945, de la tercera etapa, en la que nos encontramos y que coincidiría también con la clasificación establecida por Hopkins.

Centrémonos un poco más en la Gran Divergencia, ese momento clave en el que Europa parece despegarse del resto del mundo iniciando el liderazgo económico occidental que ha llegado hasta nuestros días. Veámoslo en el siguiente gráfico (en términos de PIB per cápita):

¿Cómo se explica este salto? El geógrafo estadounidense J. Diamond lo hace desde un punto de vista, cómo no, geográfico. Su visión determinista sitúa la Gran Divergencia en Europa por casualidad, como producto de, entre otros, unos accidentes geográficos relativamente salvables, un clima benigno y la inmunidad microbiana conseguida tras siglos de convivencia con animales domésticos y ganadería.

Desde otra visión, el historiador británico Niall Ferguson, le otorga al desarrollo de nuestras instituciones el papel principal, indicando además el camino para alcanzar el mismo nivel de desarrollo a través de las six killer apps of prosperity. La mirada de Ferguson tiene el inconveniente de que infravalora la complejidad y funcionalidad de algunas de las instituciones que se desarrollaron fuera de nuestro continente, por lo que podría tacharse de excesivamente eurocentrista.

Conviene por eso escuchar con atención lo que nos dice Kenneth Pomeranz, profesor de Historia de la Universidad de Chicago, que nos presenta un punto de vista diferente, poniendo en valor el desarrollo industrial de otras áreas geográficas, como el Delta del Yangzi, en China, además de restringir la Gran Divergencia a determinadas zonas geográficas europeas y no asimilarlas a todo el continente por igual[10]. Sin diferencias demográficas o económicas relevantes entre las zonas industriales comparadas por Pomeranz y en referencia a la visión que se tenía hasta ese momento, nos expone el verdadero hecho diferencial, el acceso a los recursos del Nuevo Mundo:

[…] such stories often “internalize” the extraordinary ecological bounty that Europeans gained from the New World. […] This ignores the exceptional scale of the New World windfall, the exceptionally coercive aspects of colonization and the organization of production there […] what happened in the New World was very different from anything in either Europe or Asia. (K. Pomeranz, “The Great Divergence”. Princeton University Press, 2000)

Parece que poniendo en valor las dos partes del estudio de la Gran Divergencia, y no solo la europea, afloran otro tipo de factores obviados hasta el momento, despiste que, por la evidencia flagrante de su peso, solo podrían ser explicado, una vez más, por una excesiva aproximación eurocentrista. Pomeranz establece como factor decisivo, además de los inmensos recursos llegados de ultramar, el fácil – y afortunado – acceso a los recursos energéticos, esenciales para la Revolución Industrial, incluso por encima de la supuesta mayor capacidad creativa de los europeos[11].

Pomeranz parece establecer el marco en el que podemos empezar a dudar acerca de que la globalización signifique occidentalización. Así parece haber sido desde el inicio de esta última (?) etapa de la globalización en la que estamos inmersos, pero la emergencia tecnológica y económica de países como China, parece querer determinar un cambio en el equilibrio mundial:

Quizás, solo quizás, hayamos también sobreestimado los parámetros a través de los cuales hemos medido hasta ahora la Gran Divergencia, de forma relativamente sencilla en términos de PIB, o a través de los diferentes parámetros que evalúan el bienestar, todos sin duda totalmente fiables y válidos, pero ¿qué hay de los parámetros que valoran la felicidad?, ¿podemos afirmar, sin lugar a equivocarnos, que hemos alcanzado también, en algún momento, un nivel de felicidad superior al del  resto de países de los que divergimos?, ¿podemos utilizar los mismos parámetros para evaluar la felicidad en el este que en el oeste?

¿No podría considerarse también una visión excesivamente eurocentrista el hecho de que predomine en la evaluación la preponderancia tecnológica y económica occidental? Y por último, ¿es posible que estemos asistiendo, con la emergencia de China, a una nueva etapa en la globalización mundial? Desde la caída del muro de Berlín, no ha existido ningún contrapeso al modelo de crecimiento capitalista occidental, por lo que es posible que estemos asistiendo a un cambio en las influencias que la globalización, entendida al estilo occidental, nos ha traído, o cuanto menos, algún tipo de alternativa; veremos.



[1] Hopkins, Globalization in World History, 2.

[2] Ibíd., 4.

[3] Ibíd., 5.

[4] “Subastas a pie de pista para quedarse con un avión y confiscaciones: la guerra entre países por las mascarillas”, eldiario.es, 02/04/20, https://www.eldiario.es/internacional/Sobornos-proveedores-homologacion-confiscacion-destinado_0_1012449582.html

[5] Hopkins, Globalization in World History, 1.

[6]  China, Francia, Rusia, Reino Unido y Estados Unidos.

[7] Hopkins, Globalization in World History, 10.

[8] White, Global History, 258.

[9] Ibíd., 259.

[10] “European industrialization was still quite limited outside of Britain until at least 1860. Thus, positing a European miracle based on features common to Western Europe is risky, all the more so since much of what was widely shared across Western Europe was at least equally present elsewhere in Eurasia”. Pomeranz, The Great Divergence, 16.

[11] “Technological inventiveness was necessary for the Industrial Revolution, but it was not sufficient or uniquely European”. The Great Divergence, 17. 

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