No deja de resultar curioso que el Profesor Lewis Wolpert defienda la completa separación entre ciencia y tecnología en el marco del Nobel Symposium[1]. Resulta llamativo por dos razones principales, las cuales son consecuencia una de la otra; y es que conviene recordar que en los Premios Nobel son galardonadas aquellas personas o instituciones que, con investigaciones, descubrimientos o con sus notables contribuciones, han colaborado – for the greatest benefit to humankind[2] – en algunos de los campos más destacados de las ciencias duras, como son la Física o la Química, poniéndolas además en el mismo nivel de contribuciones que podríamos llamar menos cuantificables, como la Literatura, y el que quizás sea el fin último: la Paz mundial.
Y es que, según parece, el famoso químico, ingeniero y escritor sueco, fundador de los Premios Nobel, tenía más clara que el profesor Wolpert su responsabilidad en las investigaciones que lo llevaron a la invención de la dinamita. No parecería, por tanto – en mi humilde opinión – y sin pretender valorar todavía la cuestión desde un punto de vista sociológico, el marco más adecuado para lavarse las manos, cual Poncio Pilato, acerca de las responsabilidades de los científicos en cuanto a las aplicaciones de sus investigaciones o lo que él denomina tecnología.
Obviando por ejemplo a Julio Verne o
Asimov, Wolpert parte de la idea de que el conocimiento científico es considerado,
desde siempre, peligroso, lo que contribuye a que veamos a los científicos como varones de mediana edad, emocionalmente
deteriorados y peligrosos; no puedo evitar preguntarme de dónde vendrá esa
idea tan diferente a la que tengo yo de los investigadores actuales. Como bien
dice el profesor la ciencia nos dice cómo
es el mundo, que es justo lo que hacen las ideologías, pero pretender que
el cómo es la única pregunta posible o, cuanto menos, la más importante, no
deja de tener ciertas connotaciones cientificistas.
La diferencia de la ideología con la
ciencia social o, tal como nos indica Bohannan, con cualquier otra ciencia – en
un enfoque muy en la línea de la sociología del conocimiento científico (SCC) –
radica en el hecho de que[3]:” sus proposiciones no son presentadas como teorías para para ser
criticadas, probadas y mejoradas sino como premisas para ser aceptadas con fe
[…] La moralidad de la ciencia, como la moralidad de la religión, debe ser
mantenida bajo constante y atenta vigilancia”. Creer ciegamente en la
ciencia puede ser tan pernicioso como hacerlo en la religión, con el peligro
añadido de creer – sí, creer – que se hace desde una atalaya inexpugnable donde
las debilidades del hombre no pueden alcanzarlo.
Parece por tanto Wolpert en la línea de
la imagen tradicional de la ciencia que, situada en esa atalaya mencionada
anteriormente, es completamente ajena al mundo en el que se desarrolla hasta el
punto de[4]:” considerar éticamente inaceptable o poco práctico censurar cualquier
aspecto relacionado con el intento de comprender la naturaleza de nuestro mundo”.
Concepción que ya en los años sesenta fue puesta en duda por los sociólogos de
la Escuela de Edimburgo que, a través del Strong
Programme, pretendían ir más allá de lo que había ido hasta entonces la
sociología de la ciencia y establecer por fin el estrecho vínculo existente entre
ciencia y sociedad a través de la SCC, es decir, abrir la caja negra de la ciencia y abordar el estudio de la ciencia desde
la ciencia, pero esta vez sin los complejos que hasta entonces habían tenido
los estudios que interrelacionaban el todo formado por la ciencia, la
tecnología y la sociedad.
Es a partir de los años ochenta, en
muchos casos como consecuencia directa del Strong
Programme, cuando se empieza a abordar esta nueva perspectiva desde las
diversas disciplinas sociales: filósofos, historiadores y, por supuesto,
sociólogos, empiezan a preguntarse el porqué de la forma final de los
dispositivos que disfrutamos gracias a las investigaciones científicas.
El papel que Wolpert le asigna a la
tecnología es meramente gregario. Su relación con la ciencia es poco menos que
circunstancial. Pudiera decirse que invita a lanzar la piedra sin preocuparse
de a quien pueda alcanzar o el daño que pueda causarle; esa responsabilidad
debe quedar muy lejos de las preocupaciones de un científico, cuyo objetivo
debe estar centrado irremediablemente en descifrar a toda costa el mundo que le
rodea[5]: “La ciencia produce ideas acerca de cómo funciona el mundo, mientras que
las ideas en el campo de la tecnología dan lugar a objetos utilizables”,
eludiendo cualquier responsabilidad al respecto:” […] la verdadera naturaleza de la ciencia reside en que no es posible
predecir qué es lo que va a ser descubierto y cómo podrían aplicarse esos
descubrimientos”. Su único compromiso deberá ser advertirnos de los
peligros en tanto que sean capaces de predecirlos cuando no adquieran vida
propia, la decisión deberá quedar en manos de los representantes políticos de
la sociedad que representan, con lo que demuestra una enorme confianza en
nuestro sistema de organización.
La SCC pretende ayudarnos a encontrar el
término medio entre esta visión aséptica que nos ofrece Wolpert de la ciencia y
el punto en el que se cree que su descontrol y completa desvinculación de la
sociedad es la causa de todos los males que asolan el mundo. Podría decirse,
por ejemplo, que la investigación requerida para el desarrollo de una vacuna –
que en este caso sería el dispositivo o artefacto técnico – debería representar
el bien máximo para una sociedad, a no ser que los intereses socio-económicos
intervengan para limitar la distribución a través de las patentes.
La relación entre ciencia, tecnología y
sociedad es, como nos muestra la SCC, mucho más estrecha de lo que nos indica
el profesor Wolpert. Ya a finales de los sesenta se intuía esa relación y el
impacto que las dos primeras tenían sobre la tercera. Es en ese momento cuando
se inician los primeros movimientos sociales que exigen un control público que
pueda evaluar el impacto causado por la ciencia y la tecnología. En el ámbito
educativo ya se pretendía reforzar las ciencias sociales para que permitan a la
sociedad la obtención de una visión más crítica, y es en ese momento también
cuando se empieza a ver a la ciencia y la tecnología como un motor de
desarrollo económico que puede ser utilizado políticamente.
Todo esto crea el entorno necesario para
darse cuenta de la importancia de profundizar en el estudio de esas relaciones
y de la necesidad de afrontarlo, dada su complejidad, utilizando todas las
disciplinas de las ciencias sociales y, además, algunas de las ya empleadas por
las ciencias duras.
Nos dice Wolpert[6], en relación a quienes
pretenden establecer y clarificar esas íntimas relaciones entre ciencia,
tecnología y sociedad – bioeticistas
y biomoralistas – que pertenecen a
una industria en expansión y con interés personal en hallar dificultades.
Quizás sea este un buen momento para recordar, esperando que no se me acuse de
ventajismo, que la industria farmacéutica factura alrededor de 1,32 billones de
euros, que es casi el doble del presupuesto anual de EEUU en defensa y que la
mitad de esa producción está controlada por sólo quince multinacionales[7]. Ejemplos no faltarían, en
todo caso, para identificar y cuantificar las verdaderas industrias. Más
peligroso me parece, si cabe, el ejemplo utilizado para apoyar la amenaza de
prohibición que, según él, se cierne sobre su liberalismo investigacional, si se me permite llamarlo así, a propósito de la
relación entre raza e inteligencia.
No dudo de las buenas intenciones del
profesor Wolpert, tampoco creo que esté eludiendo, en ningún caso, la
responsabilidad y el compromiso de la comunidad científica con un mundo mejor,
es solo que yo no tengo la confianza que él demuestra en las instituciones que
gobiernan nuestra sociedad ni en la prensa que las capitaliza.
[1] “Virtual Museums and Public
Understanding of Science and Culture”, que se celebró entre el 26 y
el 29 de mayo de 2002 en Estocolmo (Suecia).
El Nobel Symposia ha sido administrado por la
Fundación Nobel hasta el año 2019.
Nobel Symposia. NobelPrize.org. Nobel Media AB 2021.
Wed. 17 Mar 2021. <https://www.nobelprize.org/about/nobel-symposia/>
[2] Alfred
Nobel.
[3] Bohannan,
Paul (2010). "Para raros, nosotros. Introducción a la antropología
cultural". Madrid: Akal. p. 250.
[4] Wolpert,
L. (2008). ¿Es peligrosa la ciencia? Ars Medica, 1, p. 134.
[5] Wolpert,
L. p. 129.
[6] Wolpert,
L. p. 133.
No hay comentarios:
Publicar un comentario