La propia Guerra Fría iba a contribuir a tapar los fracasos, antes y
durante la guerra, de los líderes europeos en Europa occidental, algunos de los
cuales habían incluso colaborado con el enemigo. Era terreno abonado para que
el socialismo se abriera camino como alternativa razonable, oportunidad
truncada por el miedo al modelo totalitario comunista[1]
que traería la nueva política de bloques. Europa central y oriental, en cambio,
no tuvo opción ninguna de adoptar un modelo democrático, con sus países
arrasados por la guerra y las antiguas élites desaparecidas o directamente
eliminadas, los gobiernos fueron directamente situados en la órbita de Moscú.
La necesidad de protección fronteriza que tenía la URSS frente a una
tercera invasión alemana era el punto a partir del cual iba a desencadenarse el
choque de trenes que ya anunciaban las diferencias ideológicas[2]:” La Unión Soviética había sido invadida dos
veces a través de Polonia a lo largo de este siglo […]. Ni Churchill ni
Roosevelt podían entender plenamente el shock que había sido la invasión
alemana en 1941 ni la determinación de Stalin de establecer un cordón de
seguridad de estados satélites para que los rusos no pudieran volver a ser
sorprendidos nunca más. Cabría afirmar que los orígenes de la Guerra Fría se
sitúan en esa experiencia traumática.”
Polonia es un caso paradigmático de esta fase inicial de la Guerra
Fría, el control de ese país era considerado imprescindible para la seguridad
de la URSS[3]:” Convencido de que los alemanes se recuperarían
pronto y volverían a constituir una amenaza para la Unión Soviética, Stalin
consideraba imprescindible tomar las medidas necesarias para asegurar la futura
seguridad de su país mientras el mundo era todavía maleable. Esa seguridad
exigía, como mínimo, instaurar gobiernos sumisos en Polonia y en otros estados
clave de Europa del Este”. Todas las promesas de establecer un gobierno
democrático en Polonia fueron rotas tras la entrada de las tropas rusas en 1944;
paradójicamente era la segunda vez que lo hacían en 5 años, la primera en
connivencia con los invasores ─ gracias al Pacto Mólotov-Ribbentrop ─ que ahora
expulsaba. El muro “protector” construido a base de países estaba empezando a
levantarse incluso antes de finalizar la guerra.
El año 1953 marca el inicio de la que probablemente fuera la época más
peligrosa de la Guerra Fría y, posiblemente, de la historia de la humanidad. En
los diez años que van hasta 1963 se produjo el fin de los grandes imperios
coloniales francés y británico en África y Asia, al menos, como los habíamos
entendido hasta ese momento. La forma de ejercer el dominio iba a cambiar, así
como el eje de poder, que se configuraba ya claramente entre las dos
superpotencias[4]:
EEUU y URSS. El proceso de descolonización fue decisivo en la preparación del
nuevo terreno de juego, que iba a dejar vacante el espacio en el que iba a
librarse la guerra sin batallas entre los Estados Unidos y la Unión Soviética.
Los británicos supieron prever mucho mejor que los franceses lo que
iba a suceder y optaron más pronto que tarde por una retirada que les
permitiera ahorrar esfuerzos frente a lo que veían inevitable, manteniendo además
lazos afectivos y económicos con la creación de la Commonwealth. París pagó más
caro el proceso queriendo mantener el control de sus colonias por la fuerza,
sobretodo en el caso de Argelia, que estuvo a punto de costarle su propia
república en 1958, cuando el presidente De Gaulle tuvo que detener un golpe de
estado que pretendía socavarla.
1953 es también el año en el que muere Stalin; con la desaparición de
la figura del dictador se pone fin también a la tremenda influencia que su
personalidad había ejercido en todas las esferas de poder, por encima incluso
del propio PCUS. Tras una intensa batalla política, Kruschev se hace con el
mando del partido. Estos movimientos hicieron creer a algunos países que la
fuerza ejercida desde Moscú se había debilitado, atreviéndose a reclamar
reformas, entre ellos Hungría, donde se produjo una revuelta en 1956 que pedía
la llegada de la democracia. Kruschev se encargó de recordarles que Moscú
mantenía todavía el control mandando tanques a Budapest y aplastando de forma
sangrienta la revuelta.
Entretanto, el General Eisenhower, antiguo comandante supremo de los
aliados en Europa, accedía a la presidencia de los EEUU en el año 1952. El
nuevo presidente pensaba que la expansión del comunismo era un problema real e
inminente, iniciando así una política más intervencionista[5] y
cambiando la visión del uso que habían de tener las armas nucleares. En esencia
se trataba de que, ya que ambas potencias disponían de la capacidad de
aniquilarse mutuamente, y de que esa fuerza podía desatarse en cualquier
momento por factores irracionales, debían prepararse para que se mantuviera un
equilibrio que evitara el desastre. Algo parecido debieron pensar los
soviéticos, ya que ese equilibrio se iba produciendo en base al aumento de la
capacidad destructiva de ambos bandos. El caso es que la nueva política de
Eisenhower supuso un llamativo aumento en el gasto armamentístico norteamericano,
que había sufrido, como es lógico, una bajada espectacular desde el fin de la
Segunda Guerra Mundial. El gasto militar se casi cuadruplicó en el periodo
1950-1953[6].
Pero a pesar de ese enorme gasto militar, EEUU podía ofrecer a la
mayoría de sus ciudadanos un floreciente estado del bienestar, contrapartida
que no podía brindar al suyo la Unión Soviética. Reflejo de esa diferencia fue
la creación del infame Muro de Berlín en 1961, que pretendía evitar por la
fuerza la huida de su población hacia Occidente en busca de libertad y unas
mejores condiciones de vida.
Con el triunfo en las elecciones norteamericanas del presidente Lyndon
Johnson, en 1964, se inició una nueva fase. La escalada armamentística parecía
pasar factura y el foco de atención se redirigía hacia el interior de las
propias fronteras, intentando mejorar las condiciones sociales y los derechos
civiles de los ciudadanos en general y los afroamericanos en particular. Aun
así, continuaban abiertos diversos conflictos, entre ellos la Guerra de
Vietnam, que de hecho acabaría costándole la presidencia a Johnson. A su vez,
en Moscú, Brezhnev lidiaba con cuestiones similares y debía también desviar
recursos militares para intentar mejorar las condiciones de vida de la
población de la URSS, aunque sin demasiado éxito. El desencanto con el sistema
centralista y burocrático impuesto por Moscú seguía creciendo, sobre todo en
las regiones más periféricas.
En Checoslovaquia, liderado por el líder del Partido Comunista Alexander
Dubček, se produjo un intento de reforma del sistema comunista impuesto por el
Kremlin, no se trataba de un proceso de ruptura, sino de reforma del propio
modelo, que simplemente buscaba más libertad. Inquieto por la posibilidad de
que Checoslovaquia se pasara al bloque occidental, Moscú decidió la invasión
del país, poniendo fin así a la Primavera de Praga el 21 de agosto de 1968.
Más preocupados ahora por la política interior, las dos potencias
habían iniciado un proceso de distensión que acabaría con la firma de los
acuerdos SALT I, el 26 de mayo de 1972, que limitaban el número de las armas
estratégicas de ambas superpotencias y la otrora impensable visita del
presidente norteamericano a la Unión Soviética en 1974.
Esa distensión llegó a su término a finales de la década de los 70. La
URSS había iniciado una fase muy activa de intervenciones en diversas zonas de
África y Afganistán en apoyo de los movimientos antiimperialistas iniciados en
los años 50. Los Estados Unidos, entretanto, estaban inmersos en una crisis
moral, política y económica. Este hecho, junto con las maniobras soviéticas en
el Tercer Mundo, que fueron vistas por la administración Carter como el inicio
de una nueva fase expansionista de los soviéticos, provocó un enfriamiento de
las relaciones que se alargó hasta la propia caída de la URSS en el año 1991.
Con la llegada de Reagan a la presidencia norteamericana en 1981 parecía
que se reactivaba la Guerra Fría; consciente de su superioridad económica y de
su fortaleza política, los EEUU pretendían arrinconar por fin a la Unión
Soviética en base a un considerable aumento del gasto militar, que se dobló[7] a
lo largo de su mandato. Seguir con la carrera armamentística iba a costarle a
la URSS enormes gastos que lastraban su economía. La rígida estructura
burocrática del Partido Comunista impedía la renovación de los órganos de
gobierno y, en contraste con el modelo occidental, no permitía el desarrollo
económico en un mundo en el que el capitalismo se estaba desatando
definitivamente.
La situación se estaba tornando incontrolable en los países del Este.
En Polonia, un sindicalista llamado Lech Walesa, iba a poner en jaque al
gobierno central. La situación fue reconducida internamente mediante el golpe
de estado del general Jaruzelski y Walesa fue encarcelado. Moscú había decidido
no intervenir, iniciando así una nueva doctrina de (no) actuación que iba a ser
el germen final de la caída del gigante soviético.
La llegada Gorbachov a la presidencia iba a suponer el último intento
de evitar lo inevitable; sus reiterados intentos de realizar las reformas
necesarias fueron completamente inútiles. En noviembre de 1989, ante la total
inacción de Moscú, caía el principal símbolo de la Guerra Fría el Muro de
Berlín. Poco faltaba ya para el golpe definitivo, que llegó en agosto de 1991,
en forma de intento de golpe de estado contra Gorbachov. La población, liderada
por Borís Yeltsin, impidió que tuviera éxito, pero no pudo evitar el
desmembramiento de la URSS en 15 nuevas repúblicas independientes. A partir de
ese momento el sistema capitalista dejaba de tener un contrapeso en toda su
área de influencia occidental y podía campar a sus anchas.
______________________________________
[1] Y a los esfuerzos realizados por EEUU a través del plan Marshall, cuya
ayuda en la reconstrucción de Europa fue vital, evitando además la búsqueda de
alternativas al modelo político y económico establecido.
[2] Antony BEEVOR: La Segunda Guerra Mundial, Ediciones de Pasado y
Presente, 2012.
[3] Robert J. McMAHON: La Guerra Fría. Una breve introducción, Madrid,
Alianza Editorial, 2009.
[4] A pesar de los intentos de los países no alineados, que trataban de
configurar una alternativa y que fueron, de hecho, imprescindibles para que el
proceso de descolonización fuera llevado a cabo.
[5] Como el patrocinio de golpes de estado en Irán y Guatemala.
[6] Base de datos de gastos militares del SIPRI. https://www.sipri.org/sites/default/files/SIPRI-Milex-data-1949-2019.xlsx
[Consultado por última vez el 5-10-2020].
[7] Base de datos de gastos militares del SIPRI. https://www.sipri.org/sites/default/files/SIPRI-Milex-data-1949-2019.xlsx
[Consultado por última vez el 20-10-2020].
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