10 de julio de 2022

¿Hacia la oscuridad?

 



Solo se me ocurre una respuesta para el final de un viaje que se iniciaba, a principios del s. XVII, con la esperanza de conseguir el fin de todo sufrimiento humano o, cuanto menos, con la fe de disponer de las herramientas para lograr hacerlo, y acaba con una Gran Guerra, aun sin saber que tendríamos que numerarlas. Un viaje que acaba con no menos de 16 millones de muertes solo puede calificarse, en mi opinión, de final oscuro.

Con un liberalismo agotado que no ha logrado cumplir su promesa de igualdad, el mundo se enfrenta a un tipo de guerra desconocido hasta entonces. Fruto en parte de un enorme positivismo y una inercia generada en las décadas anteriores, que había creado unas poderosas fuerzas de cohesión interna, en sustitución de las que sostenían al antiguo régimen. Hablo de una de las mayores creaciones del s. XIX, el nacionalismo, que incluso logró superar, de largo, el incipiente socialismo que tantos logros había conseguido en la segunda mitad del siglo para la clase trabajadora, pero que fracasó a la hora de evitar que sus miembros fueran directos –e incluso felices en un principio– a la carnicería que iba a ser la Primera Guerra Mundial.

En una época en la que la ciencia y la tecnología abarcaba y se expandía por todos los campos, incluso los artistas tuvieron que reaccionar al hecho de que su camino debía ser algo más que la imitación de la naturaleza, dado que existían ya mejores formas de hacerlo. Debían experimentarse nuevas vías, como las de Monet y Kirchner, a través del impresionismo primero y como reacción a este con el expresionismo. Se trataba de que el factor humano continuara teniendo valor, de que el interés de procesar la realidad continuara vigente y pudiera ser transmitido a los que carecemos de ese sentido adicional o de esa capacidad.

Para la mujer se iniciaba un nuevo camino que empezaba a reflejarse también en el interés de las actividades culturales. El trayecto que iniciaba la mujer de clase alta occidental, principalmente en Gran Bretaña, Francia y Alemania, tardaría todavía muchas décadas en expandirse al resto de clases sociales y países, continuando su expansión todavía en la actualidad. Pero es, sin duda, uno de los hechos más importantes sucedidos en el s. XIX, a mi entender, tan relevante y característico del s. XIX como el liberalismo, el socialismo o el nacionalismo.

La llegada de Lenin al poder y el cambio de régimen que, a partir de la Revolución de Octubre de 1917, quedaría en manos de los bolcheviques, se convertiría, por primera vez en un contrapeso al liberalismo europeo predominante hasta entonces. La deplorable situación de las clases sociales en situación más desesperada sería utilizada, una vez más, como coartada para conseguir el poder. Y aunque son innegables también las mejoras sociales que se lograrían, como se consiguieron en Europa occidental, se acabaría demostrando, una vez más, la imperfección y las carencias de cualquier sistema político que haya sido implantado desde el principio de los tiempos.    

4 de junio de 2022

¿CÓMO NACIÓ EL MUNDO CONTEMPORÁNEO?



Si fuera posible establecer una fecha para el nacimiento del mundo contemporáneo más allá de los necesarios cánones académicos… espere, estimado lector…, puedo hacerlo mejor… Si consideramos la Revolución francesa como fecha del parto, podría sernos también útil para una mejor comprensión, conocer cuándo se fecundó el óvulo, cual fue ese preciso segundo en el cual el espermatozoide, después de haber atravesado el cuello del útero y subir por la trompa de Falopio, se encontró con el ovocito. Es conveniente por tanto hacer un pequeño salto temporal adicional antes de empezar a divagar sobre la manera en que nació nuestro mundo contemporáneo.

En nuestro caso, y si se me permite la libertad de seguir con el mismo ejemplo, la gestación va a durar algo más de lo habitual, exactamente el tiempo que va desde la publicación de De revolutionibus orbium coelestium por parte de Copérnico (1543), hasta la toma de la Bastilla, el 14 de julio de 1789. Muchos hombres ilustres van a desfilar en ese periodo, algunos incluso de mayor relevancia, pero si algún positivista me obligara, bajo amenaza de muerte o tortura, a establecer la fecha de la chispa inicial, sería indudablemente esta.

Dos factores de importancia infinita me llevan a esta conclusión de la mano de Rietbergen, el primero, por el atrevimiento que implicaba poner en duda el libro del que había emanado hasta entonces todo el conocimiento:

The text bears witness to great intellectual courage because it went against everything that the sixteenth-century Church and State saw as the established order of man and God, of earth and heaven. Thus, it laid the foundation for the modern, western world-view.  (Rietbergen, 2006, p. 315)

En segundo lugar, porque expresa y remarca la importancia de la utilización de las matemáticas como nuevo lenguaje para entender la naturaleza. Lenguaje que iba a ser imprescindible para cualquiera que quisiera buscar respuestas fuera de la Biblia.

Pero, obviamente, no estábamos –ni lo estamos todavía– preparados para que todo sea desentrañado a través de las matemáticas; para eso tuvimos la suerte de contar, entre otros, con Bacon, y sus primeros pasos en el desarrollo método científico, Descartes y su duda metódica o Locke, que nos enseño que no salimos del vientre de nuestra madre con ideas innatas y que estas son adquiridas a lo largo de nuestra vida en base a nuestra experiencia.

Subido a los hombros de estos gigantes, Newton pudo ir todavía un paso más allá, siendo capaz de predecir –si se me permite– en base al cálculo matemático, la posición de un cuerpo en un determinado momento dadas unas condiciones iniciales conocidas. Hasta ese preciso instante, siempre había sido Dios el que ejercía esa fuerza en todo momento y a su voluntad. Ahora que el movimiento se veía sometido a unas leyes ajenas a su dictamen, se había producido una ruptura de consecuencias impredecibles:” Newton confirmed what many had already suspected, or feared: God does not continuously interfere in man's life” (Rietbergen, 2006, p. 324). Se estaba creando el caldo de cultivo que iba a permitir a la gente observar con un nuevo espíritu crítico la realidad que le rodeaba, y lo que es más importante, iba a empezar a ponerla en duda:

Increasingly, people now argued that man should free himself of the paralysis of the past, of the authoritarian, unreasoned imposition of tradition used as an argument for the ideas and structures that, specifically, Church and State had created to hold their power over society and, even, man's soul. (Rietbergen, 2006, p. 325)

Sólidas y otrora indestructibles estructuras íntimamente ligadas a ese Dios iban a verse sacudidas desde sus mismísimos cimientos hasta la más alta de sus torres, otras simplemente iban a desaparecer. No se trataba entonces –Descartes daría fe de ello– como no se debería tratar ahora, de borrar de un plumazo lo que la fe había significado hasta ese momento a lo largo de siglos y siglos de historia para millones y millones de personas. Debemos ir ahora un poco más allá de la utilización maniquea que los poderosos han hecho de ella a través de los siglos.

No resulta fácil para un ateo como el que escribe reconocer, por ejemplo, que quizás sin esa inquebrantable fe, los puritanos del Mayflower que llegaron a lo que después se convertiría en los Estados Unidos de América, en 1620, no hubieran podido resistir las numerosas penurias que padecieron, para que siglo y medio después pudiera firmarse uno de los documentos históricos más influyentes de la historia, la Declaración de Independencia (1776) que, como no podía ser de otra manera, y al contrario de la Revolución francesa, no reniega en absoluto de su vínculo con Dios. Resulta cuanto menos desconcertante que fuera precisamente por esos nuevos aires humanistas que empezaban a soplar en la Inglaterra del siglo XVII por lo que se decidieron a buscar otro lugar, lejos de Europa, en el que poder practicar su ortodoxia puritana.

El caso es que un hueco tan profundo debía ser llenado. Se introdujeron muchas cosas en la oquedad: grandes declaraciones, como la anteriormente mencionada –que trataban de devolver al hombre su papel en el mundo, un papel que debía ser digno de las grandes ideas que ya hemos apuntado en este ensayo–, grandes personajes como Napoleón y toda una serie de grandes promesas basadas en una razón que debía llevarnos a la ruptura de todas las cadenas que nos habían mantenido presos hasta entonces en demasiados sentidos.

Pero el mundo contemporáneo nació, en cierta manera, huérfano, ¿podía sustituirse al fin esa legitimidad que Dios había otorgado hasta entonces a nuestros gobernantes y de la que parecía que no podíamos dejar de depender? Había que crear una idea superior, algo que rebasase la propia idea del gobernante, que lo abarcara y lo meciese como había hecho Dios hasta entonces, iba a aparecer por fin una de las creaciones más decisivas del mundo contemporáneo y de las más difíciles de definir, la nación.     

Su importancia radica en el hecho de que, tal como nos dicen Villares y Bahamonde:

La sustitución de las monarquías absolutas y de los grandes imperios, así como la agrupación en una unidad superior de pequeñas repúblicas y principados, ha sido realizada a través del estado-nación, que se ha convertido de este modo en la fórmula predominante de organización política del mundo contemporáneo. (Villares y Bahamonde, 2012, p. 75)

Es esa sustitución la que finalmente se realiza en este inicio de nuestro mundo contemporáneo y es en el eje del estado-nación en el que vamos a movernos a partir de entonces. Muchos de los conflictos activos en nuestros días tienen su origen en el esquema geopolítico que está comenzando a fraguarse ahora. Resulta imprescindible para cualquier intento de comprensión, remontarnos hasta las fechas en las que se está gestando nuestro futuro, un futuro que nos traerá terribles acontecimientos.

 

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BIBLIOGRAFÍA

 

Wong, B. (2018). Ch. 2 - 19th Century Industrialization. The Belknap Press of Harvard University Press.

Crow, T. (1989). Pintura y Sociedad en el París del Siglo XVIII. Nerea.

De la Villa, R. (2003). El origen de la Crítica de Arte y los Salones. Serbal.

Harvey, D. (2008). París, capital de la modernidad (Vol. 53). Ediciones Akal.

Honour, H. (2007). El Romanticismo. Alianza.

Nochlin, L. (1991). El Realismo. Alianza.

Ponting, C. (2001). World history: a new perspective. Pimlico.

Rietbergen, P. (2006). A cultural History. Routledge.

Villares, R., & Bahamonde, Á. (2012). El mundo contemporáneo: del siglo XIX al XXI. Taurus.

Žižek, S. (2011). Primero como tragedia, después como farsa (Vol. 10). Ediciones Akal.

29 de mayo de 2022

Los humildes (Cosette)


Y, ¿qué hay de nosotros los humildes?, ¿alguien ha contado nuestra historia? Mucho más allá de los grandes nombres, los grandes pensamientos y los magníficos descubrimientos que nos está brindando la ciencia y la filosofía, mucho más allá de la fe que teníamos en que por fin había llegado el momento de dejar de sufrir, nos preguntamos si sirvió de algo el sacrificio de que han supuesto todas estas revoluciones y las que vinieron después. ¿O simplemente cambiamos unos tiranos por otros? La promesa de libertad, igualdad y fraternidad, ¿dónde ha quedado? Es cierto que en este pleno siglo XXI se han consolidado muchos de los derechos por los que luchábamos allá por 1832, pero parece también que occidente se ha convertido en una isla con barreras insalvables para quien no ha tenido la suerte de nacer dentro de ellas.

No deja de ser necesaria y curiosa la visión romántica que ahora se tiene, por ejemplo, de la Revolución de 1789; eso lo acepto sin ambages, las personas necesitan alimentar su mente también con mitos y grandes hazañas, pero mi padre, Jean Valjean, que contaba 20 años cuando el pueblo –liderado por quien no era el pueblo– tomó la Bastilla en París, siempre recuerda el hambre que él y su familia pasaba. Si no le creéis a él, quizás confiéis más en el prestigioso historiador Clive Ponting:

During the eighteenth-century grain prices rose faster than wages and about 40 per cent of the population (as many as 70 per cent in some regions) were living in conditions of long-term malnutrition because they ate less than 1,800 calories a day and most of that came from poor-quality grains. Conditions were as bad as during the great boom in European population around 1300. Not until after 1825 did the average amount of food eaten per person in France reach the levels found in India in the late twentieth century. (Ponting, 2001, p. 642)

Como decía, es necesario conocer las grandes ideas de los grandes hombres, las que nos llevaron a derrocar al Antiguo Régimen –cuando no sabíamos que sería necesario todavía un segundo intento– pero también, tanto o más, los sufrimientos más íntimos que llevaron a provocar los enormes cambios que vendrían o las privaciones provocadas por el alto precio del pan.

Nos arrancaron de nuestras lejanas provincias con la promesa del fin del trabajo duro de sol a sol, y con el anuncio del fin de la incertidumbre que provocaba el caprichoso paso de las estaciones en nuestras cosechas. Venid a Paris dijeron, olvidad que sabéis cultivar vuestro propio sustento y tendréis estabilidad a cambio de vuestro trabajo. Lo que no advirtieron es que querían, no una parte de nuestro tiempo, lo querían todo, el nuestro y el de nuestros pequeños hijos.

Tengo la absoluta seguridad de que ni tan solo nos consideraban personas, éramos simples prolongaciones de las nuevas máquinas que los ingenieros mejoraban día tras día para poder prescindir de nosotros, ¿qué comeremos?, ¿de qué viviremos cuándo nos hayan sustituido a todos definitivamente? Nadie ve ya a los dueños de las fábricas, para los que somos poco menos que delincuentes, cuyo único delito es la pobreza a la que nos han condenado.

Se empieza ahora a oír hablar de socialismo, y es que no puede haber libertad sin igualdad, y algo o alguien debe poner freno a esta codicia humana que parece no tener límites. Entiendo que esas grandes ideas de progreso y crecimiento no pueden ser contenidas, ya que forman parte de la naturaleza humana, pero debemos también hacer valer nuestro derecho a una vida digna.   



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BIBLIOGRAFÍA

 

Wong, B. (2018). Ch. 2 - 19th Century Industrialization. The Belknap Press of Harvard University Press.

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4 de mayo de 2022

La esperanza (1750 - 1850)

Ha sido un año duro, un año muy duro, pero también ilusionante a la par que esperanzador. Encontrándome como estoy a finales de 1848, parece más que conveniente echar la vista atrás y hacer balance, intentando encontrar en el pasado los ecos que han desembocado en los hechos trascendentales que se han vivido y preguntarnos, como lo hará dentro de poco más de siglo y medio el catedrático de Antropología y Geografía de la Universidad de Nueva York, aunque lo hagamos en sentido inverso: “¿hasta qué punto y de qué maneras se encontraban prefiguradas las transformaciones alcanzadas a partir de 1848 en el pensamiento y en las prácticas de los años anteriores?” (Harvey, 2008, p. 25). O, dicho de otro modo, ¿hasta qué punto puede reconstruir el pasado un nominalista moderado –al modo de G. Duby– como yo para poder transmitirlo?

No negaré la ventaja de disponer a mi voluntad de la máquina del tiempo que me ha traído hasta aquí, pero tampoco el inconveniente de una concepción del mundo que no he podido dejar en el siglo XXI y de la que he de intentar, en la medida de lo posible, separarme. Por un lado, puedo aprovecharme –a riesgo de marear al lector con tanto salto temporal– del que me parece uno de los mejores análisis de los hechos concretos acaecidos en este 1848 que, como el de Harvey, ha de tardar todavía unos pocos años en realizarse y que desarrollará Marx parafraseando a Hegel:

Marx comenzó el Dieciocho brumario de Luis Bonaparte con una corrección de la idea de Hegel de que la historia necesariamente se repite a sí misma: «Hegel observa en alguna parte que todos los grandes acontecimientos y personajes de la historia mundial se producen, por así decirlo, dos veces. Se le olvidó añadir: la primera vez como tragedia, la segunda como farsa». (Žižek, 2011, Introducción)      

Y es que, con la reciente llegada a la presidencia de la Segunda República francesa de Carlos Luis Napoleón, uno no puede dejar de reconocer ciertas similitudes con el papel que tuvo su tío en la salvación de la Revolución de 1789 –de la que hablaremos en su momento– tema para otro ensayo sería lo que pasó finalmente con la Primera República. Semejanzas que, en cualquier caso y, como anunciará Marx, deberían ser entendidas como una mera farsa.

Pero empecemos ya a tratar de comprender como hemos llegado a la mitad de este alucinante siglo XIX. Villares y Bahamonde (2012) nos hablan del elemento central que, a partir de mediados del siglo XVIII, va a trastocarlo todo; hablamos de la novedosa posibilidad de aplicar el conocimiento científico al proceso productivo que iba a desarrollarse con la Revolución Industrial. Dos pensadores ingleses, John Locke e Isaac Newton habían puesto las bases del movimiento ilustrado que ahora nacía, y que iba a poner la razón y las ciencias naturales en el centro de la existencia humana. Más allá de lo que iba a suponer la aplicación del conocimiento científico, contenía además tácitamente, otras consecuencias tanto o más importantes. Y es que la ruptura con el modelo aristotélico, vigente hasta entonces, suponía la aceptación implícita de que ya no era necesaria la intervención constante de un Dios vigilante para el mantenimiento del orden cuyo poder había sido sustituido por novedosas leyes del movimiento basadas en un nuevo lenguaje universal, las matemáticas.

El hueco que empezaba a aparecer en el lugar que había pertenecido al Dios de cualquier confesión a lo largo de milenios, iba a generar un vacío que todavía no ha sido llenado completamente. Desde entonces, con épocas de mayor y menor optimismo acerca del progreso científico, se podría decir que muchos de los acontecimientos más relevantes para la humanidad, han tenido esta ausencia como una de sus causas más relevantes.   

De este modo, la legitimación de la aristocracia y del orden social establecido hasta entonces, cuyo poder estaba íntimamente ligado a ese Dios, iba a verse en entredicho por la afirmación de Locke, ya a finales del siglo XVII, de la existencia de ciertos derechos del hombre obtenidos de forma natural el mismo día de su nacimiento, inherentes a su existencia e inalienables. Las implicaciones de tal reconocimiento, al cabo de tantos siglos, van a modificar tan profundamente nuestra existencia, y a tantos niveles, que tan solo me va a ser posible esbozar una ínfima parte en este ensayo.

En cualquier caso, necesitamos acudir nuevamente a Villares y Bahamonde (2012) para dar fe de la magnitud de los cambios que iban a iniciarse a partir de 1750, y es que iba a ser, en palabras de Hobsbawm o Landes, "transformación más fundamental experimentada por la vida humana" desde la época neolítica. Esta transformación contiene dos elementos principales a tener en cuenta que, aunque estrechamente ligados –y conviene no olvidarlo en ningún momento– es adecuado separar para tratar de reducir su complejidad. Por un lado, tenemos las transformaciones políticas –con la Revolución americana (1776) y la francesa (1789) como máxima expresión– y por el otro la Revolución Industrial, como eje de la metamorfosis económica que iba a producirse, primero en Inglaterra, para después expandirse a nivel global.

Con la Declaración de Independencia de los Estados Unidos quedaban ya para la historia, negro sobre blanco, las bases a una de las corrientes ideológicas que iba a dominar el siglo siguiente, el liberalismo político, y cuyos fundamentos habían sido ya establecidos por John Locke a finales del siglo XVII. La guerra debía ser todavía ganada a los ingleses, pero la declaración de intenciones era totalmente radical. La Revolución francesa, en cambio, no pretendía fundar una nueva sociedad partiendo de cero con los conocimientos recién adquiridos; para poder hacerlo antes debía ser derrocado el Antiguo Régimen. La ola revolucionaria acabaría sacudiendo a toda Europa, marcando el inicio de la Edad Contemporánea. Una clase burguesa que reclamaba un nuevo marco que le permitiera desarrollar todo el nuevo potencial económico, combinado con el empobrecimiento de las clases más populares, parecen las causas más probables de la Revolución francesa según el historiador Ernest Labrousse. Serán esa clase burguesa, junto con las clases populares –ahora proletariado–, las que van a desempeñar los papeles principales a partir de entonces.

Pero había otra transformación en ciernes, iniciada un poco antes, hacia mediados del siglo XVIII. Los cambios no iban a ser todavía dramáticos en el plazo que debe llevarnos al año 1848 –donde nos encontramos, recuerde– pero la mecha estaba ya prendiendo. Tal como nos anuncia Ponting (2001), y más allá de los cambios tecnológicos tantas veces mencionados –entre ellos la famosa máquina de vapor de rotación continua de Watt– va a producirse una transformación radical en la cantidad de energía disponible:

For thousands of years it was vast amounts of human toil and effort, with its cost in terms of early death, injury and suffering, that were the foundation of every society. The power of the rulers and the elite was demonstrated by their ability to mobilize this effort for their own ends whether in monumental constructions or working on their agricultural estates. (Ponting, 2001, p. 645)

Las habilidades necesarias para el control social iban a ser muy diferentes a partir de entonces, así como la velocidad a la que iban a sucederse los cambios. El proceso iba a iniciarse en una zona del mundo muy concreta, Gran Bretaña, para después extenderse a lo largo de la Europa continental. Las razones de esta particularidad geográfica iban a ir mucho más allá de visiones románticas como la de Max Weber, que aludían a la ética protestante y el trabajo duro, según nos apunta Ponting (2001). En realidad, fueron motivos más circunstanciales y menos idealistas, como el aprovechamiento de ciertas materias primas a bajo coste fruto del trabajo de esclavos.


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BIBLIOGRAFÍA

 

Wong, B. (2018). Ch. 2 - 19th Century Industrialization. The Belknap Press of Harvard University Press.

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Žižek, S. (2011). Primero como tragedia, después como farsa (Vol. 10). Ediciones Akal.


25 de marzo de 2022

La Transición Española. Cambio u olvido.

 


Con el referéndum para la ratificación de la Constitución española, en diciembre de 1978, se pretendía dar por zanjadas varias décadas de gobierno totalitario. Fruto del recuerdo todavía fresco del dolor sufrido a lo largo de tantos años de represión, se instauró sobre él una especie de velo que pretendía la metamorfosis de una estructura totalitaria en democrática. De alguna manera, colectivamente, se decidió correr ese velo, con la consecuente desproporción en el esfuerzo que debía realizarse entre vencedores y vencidos en el año 1939.

No es el objetivo de este alumno realizar una revisión, ni realizar una crítica a los responsables que llevaron a cabo la transición, sino más bien hacer hincapié en el esfuerzo que se realizó –y se está realizando– para construir ese discurso y en cómo, ya en nuestros días, muy lejos ya del dolor vivido en carne propia, se puede establecer una nueva visión de lo que supuso la Transición que permita recuperar la memoria del sufrimiento provocado.

Tal como nos dice Gérard Namer, a propósito de Halbwachs:” […] la memoria colectiva propiamente dicha es, en sentido estricto, la memoria de un grupo o de una sociedad y, en sentido amplio, la memoria de la sociedad nacional que implica todas las sociedades particulares” (Namer, 1998, p. 43). Solo que ahora podemos notar, gracias a Pierre Nora, como esa memoria creada socialmente fluye y cambia con el transcurso del tiempo, el punto que lo que antes nos parecía una verdad inalienable se nos puede aparecer ahora como una mentira; sí, hasta ese punto puede ser cambiante.    

La Transición podría ser uno de esos lieux de mémorie de los que nos hablaba Nora en su obra homónima; me atrevo a ponerlo en sus propias palabras como punto de cristalización de nuestra herencia nacional (Nora, 1998, p. 17). Pero solo si somos capaces de hacerlo bajo la luz de las diferentes herramientas que las ciencias sociales ponen a nuestra disposición.

Si queremos convertir la Transición en un lugar de la memoria para todos deberemos ser capaces de construir algo que vaya más allá de lo que se consiguió, que reconozca la complejidad y pluralidad de quien concedió el olvido debido a miedos ahora ya desaparecidos. O dicho de otro moro, que la Transición no puede solo sostenerse sobre las espaldas de los perdedores.

Es importante entender este cambio, ese ascenso y declive del concepto de Transición, porque entre un extremo y otro encontraremos un lugar en el que poder reconocernos mutuamente nuestra heterogeneidad, así como nuestro errores y aciertos. En palabras de Nora, referidas por supuesto a Francia, pero aplicables a mi entender a España:” Consiste, ante todo, y aunque lo repitamos -pero es el punto central-, en el rechazo a insertar lo simbólico en un dominio particular, para definir a Francia como una realidad en sí misma y por completo simbólica, es decir, en rehusar toda posible definición que la redujera a un repertorio de realidades concretas” (Nora, 1998, p. 25).   

El profesor Manuel Álvaro nos advierte del final de un relato académico puesto al servicio de la construcción del relato oficial:

La historiografía académica, desde sus controversias teóricas y metodológicas, ha venido refutando estos relatos imaginarios e ideológicos sobre el pasado, dejando aparte aquella que tradicionalmente se ha ocupado de poner su erudición al servicio de la construcción de un relato oficial sobre la nación. (Álvaro, 2020, p. 25).

No estamos hablando ni de nuestros periplos por los Países Bajos hace más de tres siglos ni de armadas supuestamente invencibles, todavía podemos ir mucho más allá de la historiografía y aprovechar los testimonios vivos que deberíamos conservar como tesoros, tal como nos dice la profesora Yanet:

de esta manera se invita al historiador a investigar no solo por lo que pasó, sino por lo que los actores sociales recuerdan y por la manera como ellos han fijado esos recuerdos; asimismo por las intencionalidades que se desligan del recuerdo y del olvido. (Yanet, 2014, p. 59)

Estamos a tiempo, la memoria de la transición puede ser recuperada si atendemos y escuchamos a los que sufrieron desde el final de la Guerra Civil y nos reconocemos a nosotros mismos, a todos, como vencidos por una ideología totalitaria que es conveniente no olvidar.


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Acuña Rodríguez, O. Y. (2014). El pasado: historia o memoria. Historia y memoria, (9), 57-87. https://www.redalyc.org/pdf/3251/325132510003.pdf

Álvaro Dueñas, M. (2020). "La construcción de relatos sobre el pasado. Apología para la historia". Historia y memoria, (21), 21-70.  https://doi.org/10.19053/20275137.n21.2020.9886

Namer, G. (1998). Antifascismo y «La memoria de los músicos» de Halbwachs (1938). Ayer, (32), 35-56.

Nora, P. (1998). La aventura de Les lieux de mémoire. Ayer, (32), 17-34.

Solanilla, L. (2021) El caràcter social i patrimonial de la memòria. Barcelona: UOC.