26 de noviembre de 2019

Michael Jordan: del Logos al Mythos

“I'll always remember this as the night
that Michael Jordan and I
combined for 70 points”

Stacey King, 28 de marzo de 1990.


La noche en la que Stacey King, compañero de Michael Jordan en los Chicago Bulls, pronunció la conocida frase de la cita inicial, había anotado 1 punto a lo largo de todo el encuentro. Los 69 puntos restantes correspondían a la estrella nacida en Nueva York y habían llevado a su equipo, una vez más, a la victoria contra los Cavaliers de Cleveland por 113 a 117. Por aquel entonces, corría 1990, y aunque no había conseguido todavía ningún anillo de campeón, ya era reconocido como una auténtica estrella que iba camino de la leyenda: Oro Olímpico en Los Ángeles ’84, Rookie[1] del Año (1985), 1 MVP[2] (1988), 3 veces incluido en el Mejor Quinteto de la NBA, 2 veces incluido en el Mejor Quinteto Defensivo de la NBA, había jugado 4 veces el partido All-Star, siendo MVP en uno de ellos y había ganado 2 veces el Concurso de Mates, uno de ellos con el icónico mate que está representado en la foto de la portada de este ensayo.

Pero estrellas y jugadores de leyenda hay muchos… ¿qué sucede, más allá de sus estadísticas y de sus logros[3] como deportista, que hace trascender sus habilidades a un espacio que va más allá de la competición o del mero entretenimiento que nos ofrece el baloncesto? En definitiva, ¿qué convierte a Michael Jordan en un mito? Sin olvidarla, intentaremos ir un poco más allá de la idea del producto del marketing televisivo que permite vender más camisetas, partiendo de la base que la excepcionalidad de su figura se extiende sobre la posibilidad de crearlo artificialmente. Tal como nos explica el sociólogo argentino Juan José Sebreli en su Ensayo contra el mito del Che Guevara[4], y sin pretender entrar en la esfera política:

A diferencia de la aspiración a la universalidad de las representaciones científicas, los mitos dependen de una comunidad de creyentes que los fundan en los sentimientos particulares ajenos a la racionalidad. Los creyentes en mitos no se arriesgan a analizarlos porque su fe inhibe el uso de su razón, dado que han suspendido su capacidad crítica […].

La cita de Sebreli me permite desarrollar un concepto ya introducido anteriormente y que me parece fundamental, y es que lo que convierte al personaje en un mito, lo que hace que trascienda los datos objetivos, es efectivamente ajeno a la racionalidad. Ésta viene representada por los datos estadísticos conseguidos a lo largo de su carrera, pero el hecho es que su extenso palmarés y los innumerables records obtenidos no explican por sí mismos que Michael Jordan sea considerado un mito. Es algo habitual, sobre todo en cuanto a deportes se refiere, el tratar de objetivar lo intangible, de cuantificar la capacidad de un jugador para convertir en victorias la inversión que en él se realiza o la felicidad que proporciona a los aficionados. Pero hablamos de una escala superior, de un nivel de influencia que supera su propia carrera profesional y el acontecimiento deportivo. Trataremos de ahondar en ello. Lévi-Strauss[5] ya trataba de explicarnos esta disociación entre ciencia y mitología, así como su cronología:

El corte, la separación real entre ciencia y aquello que podríamos denominar pensamiento mitológico – para llamarlo de alguna manera, aunque no sea ése el nombre exacto – tiene lugar durante los siglos XVII y XVIII. En esa época, con Bacon, Descartes, Newton y otros, la ciencia necesitó erguirse y afirmarse contra las viejas generaciones del pensamiento místico y mítico; se pensó entonces que ella sólo podría existir si volvía la espalda al mundo de los sentidos, el mundo que vemos, olemos, saboreamos y percibimos, que el mundo sensorial era un mundo ilusorio frente al mundo real, que sería el de las propiedades matemáticas, que sólo pueden ser descubiertas por el intelecto y que están en total contradicción con respecto al testimonio de los sentidos.

No seré yo quien contradiga a Bacon, Descartes y Newton, pero lo cierto es que nos encontramos actualmente en una época en la que la diferencia entre mito y ciencia no es tan grande. Como ya hemos mencionado anteriormente, existe una clara relación entre el mito y la ciencia, la hemos establecido a través de la estadística, pero hemos también convenido que eso no resultaba suficiente para considerar un mito en base exclusivamente matemática. El pensamiento positivo de los tres genios, fruto del optimismo ilustrado, les daba la fuerza para afirmar eso, en la confianza de que la ciencia conseguiría definir al mito para superarlo y que era necesario para eso renunciar al mundo sensible, a los tremendamente tramposos sentidos. A día de hoy, todavía es imposible definir al mito, mucho menos prescindir de él, por lo menos en mi humilde opinión, y quizás sea precisamente en ese mundo sensible donde conseguiremos dar con la clave para, cuanto menos, entenderlo y valorarlo.

Pero volviendo a la cita, y si se me permite aplicarla a algo tan prosaico como el baloncesto, por lo menos en comparación con los personajes citados, diré que en esa necesidad de satisfacer el mundo de los sentidos es posible que hallemos parte de la explicación que hace que Michael Jordan pueda ser considerado un mito. ¿Ese momento de felicidad incomparable al ganar el  partido, por enésima vez en el último segundo, eleva por sí mismo al mito por encima de la leyenda? Su estética particular, el hombre hecho a sí mismo tan representativo del paradigma liberal en la cultura norteamericana, esa capacidad para sobreponerse a todos los problemas e inconvenientes que plantea la vida es un modelo en el que reflejarse pero, ¿es el mito un modelo a seguir? innegablemente también. Tenemos por tanto ya dos justificaciones por las que podríamos considerar Michael Jordan un mito: la capacidad de realizar unas acciones impensables para la inmensa mayoría de nosotros, no solo de manera puntual, sino de forma sostenida en el tiempo a lo largo de toda su carrera, que van más allá de unas espectaculares estadísticas, y que nos provocan una satisfacción estética y, por otro lado, el hecho que se haya convertido en un modelo a seguir no solo para otros jugadores profesionales, sino para el resto de los comunes mortales.

Otra característica de los mitos, nos la apunta el filólogo y helenista mallorquín Carlos García Dual en su Diccionario de mitos[6]:

La característica definitiva de los mitos es ser viejos relatos memorables de extraordinaria pervivencia. Como se ha dicho, los mitos habitan el país de la memoria. Es decir, perduran en nuestro imaginario colectivo, con una extraña fascinación, desafiando el olvido.

Insisto, a lo largo de la historia han existido muchos grandes jugadores que podrían considerarse grandes estrellas y leyendas, muchos han conseguido igualar e incluso superar algunas de las gestas logradas por Michael Jordan. El hecho de que podamos considerarlo un mito tiene su punto de inicio precisamente cuando se retira en el año 2003, es en ese momento cuando deja de formar parte del presente y pasa a nuestra memoria. Es entonces cuando se engrandece su figura, cuando trasciende de lo que real y únicamente era, un simple jugador de baloncesto. Sus partidos ganados en el último segundo pasan a ser cientos, sus porcentajes de tiro llegan a alcanzar el 100%, nadie lo recuerda fallando ni perdiendo un partido, conforme va pasando el tiempo aumenta nuestra idealización, muere la leyenda y nace el mito.

García Dual, por supuesto, nos hablaba de los clásicos mitos helenos, pero si me he tomado la licencia de utilizar sus conclusiones en esta prosaica defensa de Michael Jordan, es porque he creído estar autorizado por el antropólogo Lluís Duch[7]:

Sembla que s’imposa el fet que «contràriament a allò que ensenya una pedagogia, almenys bicentenària, no hi ha cap mena de trencament entre els escenaris significatius de les antigues mitologies i l’agençament modern de les narracions culturals: literatura, belles arts, ideologies i històries...» 

... o deportes, me atrevería a añadir. El relato es similar, cambia el envoltorio. Como Sísifo, Jordan desafío una noche a los dioses, hecho del que dio fe su rival Larry Bird en 1986[8], quizás por ello Zeus lo obligó a vagar por las canchas con una esfera redonda en sus manos, una y otra vez como pretendido castigo, sin contar con que llegaría a dominarla de tal modo que, con inteligencia y astucia, lograría situarse a su lado en el mismísimo Olimpo.

Se trataba antes de saciar la necesidad de comprensión del mundo, de superar una complejidad inadmisible para la mente humana, ahora queremos evadirnos de él una vez la hemos reconocido. A nadie le importan los miles y miles de jugadores que se quedan a las puertas de la profesionalidad, que no consiguen alcanzar el sueño prometido por la vida de Michael Jordan, nadie piensa en las lesiones, en los sueños de niñez truncados en una adolescencia perdida tras horas y horas de entrenamientos y viajes. El relato que prevalece es el del mito, y es el único viable en la sociedad actual, el relato del éxito sublimado en su figura, pero esta vez en una huida hacia un mundo en el que solo existe el éxito y la victoria. Entiéndaseme bien, puede resultar un modelo positivo si se relativizan las posibilidades de alcanzarlo y se utiliza la figura del mito como guía, no como punto de llegada. Si se acepta también, por decirlo de algún modo, la parte negativa, enfatizando por encima de todo el esfuerzo necesario para alcanzarlo, la dedicación y las horas de entrenamiento. A saber, que por mucho que te compres unas zapatillas de 250€ no vas a ser capaz de realizar un mate desde la línea de tiros libres como el que realiza el angelito en la siguiente foto.




Y, paradójicamente, lo que es un deporte de equipo como el baloncesto, se convierte en el trampolín perfecto para encumbrar al individuo, al líder, al que toma las decisiones en la confianza de que compensará la mediocridad del resto de compañeros. En el equipo campeón de Michael Jordan, los Bulls de Chicago, debían haber unos diez o doce jugadores más, sin contar los técnicos; hoy apenas seríamos capaces de recordar un par de nombres de los que lo acompañaron en el triunfo. Se aparece entonces el solitario del que habla el profesor Duch[9], el que perdido en una maraña de estadísticas que hablan de porcentajes de tiro, pelotas robadas y rebotes, acaba por olvidar la belleza del deporte, los valores del equipo que suman más que la capacidad individual de cada uno de sus componentes o la perfección de un triple que entra limpio.


Situats al bell mig d’una «civilització de l’oblit», els mites degradats [...] acostumen a fer irrupció com a «objectes no-identificats» en la nostra consciència de postmoderns, perquè hem oblidat les trets identificadors (els criteris) que ens permetien de transitar amb una certa coherència pels viaranys de l’existència.
No hi ha dubte però, que, aleshores, es tracta d’una perillosa invasió «mi(s)tificadora» esdevinguda en el camp propi del logos, perquè, prèviament, hom havia envaït i colonitzat el camp que pertanyia al mythos amb l’excusa de portar a terme una pretesa racionalització, benèfica i guaridora, de totes les distorsions de l’existència humana.
(Lluis Duch, “El mite i la seva definició”. Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1995)

Jordan es, en definitiva, un mito contemporáneo, no solo no nos sirve para comprender el mundo, sino que además, ha tomado su ancestral función y prestigio para decirnos, no cómo somos o hemos sido, sino cómo debemos ser. Y tiene más influencia, gracias a los medios de comunicación y a las redes sociales, que las personas más cercanas de nuestro entorno. Porque, razonando ahora al modo del historiador Harari, ¿cómo es posible alcanzar la felicidad si nos comparamos con el mejor jugador de baloncesto de todos los tiempos?, ¿no estamos condenados a la frustración si nos empecinamos en alcanzar lo que solo un hombre ha sido capaz de hacer en toda la historia del baloncesto?, ¿tengo que medir mi felicidad con el nivel que sea capaz de alcanzar en la “escala Jordan”?

Aquí tenemos el verdadero peligro del mito, que establece unos baremos con los cuales nos estamos comparando continuamente; hoy en día es sencillo, a través de las redes entran en nuestra vida, lo sabemos prácticamente todo de ellos, es casi como si los conociéramos desde siempre. Pero no nos lo cuentan todo, no hay ni rastro del sufrimiento que padecieron para alcanzar la categoría de mitos, todo es belleza, no hay dolor, y la vida también es dolor. Sin embargo el dolor no vende.

Quizás, como nos indica Eliade, solo se trate de una confusión: una cuestión semántica.

Desde hace más de medio siglo, los estudiosos occidentales han situado el estudio del mito en una perspectiva que contrastaba sensiblemente con la de, pongamos por caso, el siglo XIX. En vez de tratar, como sus predecesores, el mito en la acepción usual del término, es decir, en cuanto «fábula», «invención», «ficción», le han aceptado tal como le comprendían las sociedades arcaicas, en las que el mito designa, por el contrario, una «historia verdadera», y lo que es más, una historia de inapreciable valor, porque es sagrada, ejemplar y significativa.
(Mircea Eliade, “Mito y realidad”. Editorial Labor, 1991)


Es decir, que como nuestros antepasados, hayamos creído y tomado como verdadera la mítica historia de un hombre que una vez se convirtió en Dios y bajó a la tierra para ganar un partido, en lugar de entender la vida de Michael Jordan como un cuento con final feliz, enormemente inspirador, sí, y con la vocación de que su ejemplo pueda ayudar a cuanta más gente mejor, también, pero sin que empuje a nadie a creer que alguien puede volver a repetirlo y condicionar su vida por ello, porque eso es, sin ningún tipo de duda, imposible, y retaré en singular duelo de espadas a primera sangre a cualquiera que piense lo contrario. Es lo que tienen los mitos.






[1] Jugador debutante.
[2] Most Valuable Player: Mejor Jugador.
[3] Palmarés: Campeón de la NCAA (1982). Rookie del Año de la NBA (1985). Mejor quinteto de rookies de la NBA (1985). Mejor Defensor de la NBA (1988). 6 veces Campeón de la NBA (1991, 1992, 1993, 1996, 1997 y 1998). 5 MVP de la Temporada (1988, 1991, 1992, 1996 y 1998). 6 MVP de las Finales de la NBA (1991, 1992, 1993, 1996, 1997 y 1998). 10 veces Mejor Quinteto de la NBA (1987-1993, 1996-1998). 9 veces Mejor Quinteto Defensivo (1988-1993, 1996-1998). 14 veces All-Star de la NBA (1985-1993, 1996-1998, 2002-2003). 3 MVP del All-Star Game de la NBA (1988, 1996 y 1998). 2 veces campeón del Concursos de Mates de la NBA (1987 y 1988). 2 Medallas de Oro Olímpicas (1984, 1992). Fuente: Wikipedia.
[4] Sebreli, J. J. (2010). Ensayo contra el mito del Che Guevara. Santander: Revista Santander. https://revistas.uis.edu.co/index.php/revistasantander/article/view/8828
[5] LÉVI-STRAUSS, C. “Mito y significado” Las conferencias de Massey de 1977.
[6] GARCÍA, C. “Diccionario de mitos”, p. 3.
[7] DUCH, Ll. “El mite i la seva definició”, p. 5.
[8] Larry Bird, jugador de leyenda de los Boston Celtics, declaró tras finalizar el partido: “No creo que nadie sea capaz de hacer lo que Michael nos ha hecho esta noche. Es el jugador más increíble del mundo ahora mismo. Creo que esta noche Dios se ha disfrazado de jugador de baloncesto”. Fuente: Diario AS, 2016
[9] DUCH, Ll. “El mite i la seva definició”, p. 38.


BIBLIOGRAFIA.

García Gual, C. (1997). Diccionario de mitos. Barcelona, Planeta.
Duch, Ll. (1995) “El mite i la seva definició”, a: Duch, Ll. Mite i cultura. Aproximació a la logomítica I. Barcelona: Publicacions de l’Abadia de Montserrat.
Eliade, M. (1985) “La estructura de los mitos”, a: Eliade, M. Mito y realidad, Barcelona, Labor.
Lévi-Strauss, C. (1992) “La estructura de los mitos”, a: Lévi-Strauss, C. Antropología estructural. Barcelona: Paidós.
Lévi-Strauss, C., & Arruabarrena, H. (1987). Mito y significado.
Noah, Harari Y. (2015). Sapiens. De animales a dioses. Barcelona, Debate.
Fuente fotografía de portada: Arvell Dorsey Jr.



12 de junio de 2019

Salvini somos todos

Fuente: https://lnt.ma/turquie-proces-des-deux-responsables-de-la-mort-deylan/

Vivimos en un mundo cuyos recursos son finitos. Comenzar con esta afirmación, que no por obvia debe dejar de ser subrayada, me parece una buena manera de iniciar un texto cuyo eje principal va a ser la reacción, en el sentido más peyorativo del término, de una comunidad que recibe a migrantes y refugiados. En la medida en que el actual gobierno italiano represente a su sociedad, solo soy capaz de explicar en base al miedo provocado por esa escasez, el hecho de que se penalicen, en la manera que nos muestra el artículo de Xavier Montanyà, soluciones inteligentes, imaginativas, prácticas y efectivas como la llevada a la práctica por Domenico Lucano.

Conviene aclarar en este punto que la chocante afirmación inicial no lleva consigo la opinión particular de que ya hayamos alcanzado ese límite de los recursos, ni mucho menos, mi intención era señalar que el miedo a esa posible finalización resulta muy útil, en último término, para agrupar a la gente y abocarla a la confrontación frente a un pretendido enemigo exterior, desestimando otras descabelladas y disparatadas ideas, tales como una mejor distribución de los recursos, un cambio en nuestro confortable sistema económico, o el simple cumplimiento de los Derechos Humanos. En realidad, tal como nos dice el Profesor Harari[1] a propósito del carácter finito de los recursos y el miedo a su agotamiento:” El crecimiento económico necesita también energía y materias primas, y estas son finitas. Cuando se agoten, si es que lo hacen, todo el sistema se desmoronará. Sin embargo, las pruebas que proporciona el pasado es que son finitas solo en teoría. De forma contra intuitiva, mientras que el uso que ha hecho la humanidad de la energía y las materias primas ha crecido mucho en los últimos siglos, las cantidades disponibles para nuestra explotación en realidad han aumentado. Cada vez que una escasez de una u otras ha amenazado con hacer más lento el crecimiento económico, han fluido las inversiones hacia la investigación científica y tecnológica. Esto ha producido de forma invariable no solo maneras más eficientes de explotar los recursos existentes, sino también tipos completamente nuevos de energía y materiales.”

De este modo, ¿de dónde viene nuestro miedo a qué nos roben algo que solo nos pertenece de forma tan contingente?, quizás podamos responder a eso con una nueva pregunta, esta vez retórica, ¿qué necesidad tiene ningún gobernante de solucionar los problemas de sus ciudadanos cuando puede enfrentarlos a malvados ladrones extranjeros?, o ¿qué necesidad hay de dar explicaciones a los votantes cuando puedes distraerlos de sus propias “miserias” asustándolos con el anuncio de la llegada del leviatán? Lo lamento, finalmente han sido dos preguntas.

El éxito del proyecto del alcalde de Riace vendría a poner en duda ese miedo al otro, y vencido ese miedo ¿cómo se mantiene el estado actual de las cosas? La manera en que tanto Italia como el resto de los países de la Unión Europea está tratando a los migrantes y refugiados nos causará en el futuro tanta vergüenza como la que debieron sentir los habitantes de Dachau, cuando en 1945 fueron obligados por el ejército aliado que liberó el campo de concentración situado en sus inmediaciones, a desfilar por su interior para ver las atrocidades que allí se habían estado cometiendo. Cuando, con la perspectiva del tiempo, seamos capaces de reconocerlo, no podremos alegar desconocimiento, como sin duda hicieron la mayoría de ellos; fotos como las del niño kurdo Aylan, ahogado en una playa turca en 2015, playa que podría haber sido española o italiana, martillearán nuestra conciencia tal como lo hará el hecho de haber procesado a un alcalde italiano, cuya única culpa ha sido enfrentarse con soluciones a un derecho inalienable, el de poder huir de una tierra natal desolada por la guerra o simplemente en busca de un futuro mejor.

¿Qué sentido tiene preocuparnos por las cifras del paro cuando están muriendo niños en nuestras playas?, ¿qué sentido tiene hablar de sanidad pública cuando hay millones de personas muriendo de hambre en el mundo? Los migrantes y refugiados nos enfrentan con nuestras peores pesadillas, las que nos despiertan para recordarnos que nuestro etnocentrismo no puede levantar muros insalvables, que la desesperación humana no entiende de fronteras y que por mucho que nos empecinemos en negarlos, existen, y han venido a nuestra casa para recordárnoslo. Sólo parece haber una alternativa, o los odiamos o nuestra conciencia no nos permitirá disfrutar, ni que sea por un tiempo más, de nuestro magnífico Estado del Bienestar. Ese es el motivo principal de que proyectos como el de Domenico Lucano y sus vecinos no deban triunfar. Su victoria podría llevarnos a una conclusión catastrófica, que un discurso alternativo es posible, y que ese discurso conlleva, en esencia, que un cambio sustancial en el sistema político y económico es posible, un cambio a un sistema en el que no sean necesarios intermediarios, rentistas, facilitadores ni demás burocracia, y en el que toda la enorme estructura gubernamental modelada alrededor de nosotros, los ciudadanos, sea prescindible. Si el alcalde Lucano ha sido capaz de hacerlo desde dentro mismo de ese sistema, ¿que no podría hacerse sin tantos factores en contra? la simple duda podría explicar las acciones emprendidas contra él.

Pero, ¿cómo explicamos la necesidad de un líder político de enfrentarse, y enfrontar a los que representa, con seres humanos que huyen de la guerra o de situaciones de extrema pobreza? Si echamos un vistazo a los problemas que acucian a esa sociedad que los recibe es posible que hallemos algunas respuestas. Pero no podemos limitarnos solo a Salvini, él no representa solo a sus votantes italianos. El ministro del Interior italiano personifica tanto la desastrosa política de expolio colonial llevada a cabo por todos los países europeos desde mediados del siglo XIX y especialmente tras la Primera Guerra Mundial, como la incapacidad de la Unión Europea de dar una solución en origen y en tiempo (nadie quiere ser migrante), o en destino, una vez la situación se ha visto ya desbordada. Somos todos culpables, en tanto que nuestro Estado del Bienestar se ha basado en las últimas décadas en la desestabilización de las sociedades que ahora llaman a nuestras puertas.

Sólo desde un punto de vista etnocentrista, por poner un ejemplo, pueden explicarse los pocos escrúpulos franceses e ingleses (con el conocimiento y aprobación de italianos y rusos) a la hora de establecer los límites geográficos en Oriente Medio tras los acuerdos Sykes-Picot (1916), división que no tuvo en cuenta ningún tipo de condicionante social, cultural o religioso y que es la fuente primordial de los conflictos actuales, los que están enviando a nuestras costas europeas a millones de personas. Tal como nos comenta Bohannan[2]: “[…] la tendencia a elevarse a uno mismo a expensas de otros es un universal humano”, por lo que parece, luchamos contra nuestra propia naturaleza humana. En definitiva, nunca interesó a los gobiernos occidentales fomentar en esos países sistemas políticos que permitieran el buen desarrollo de esas sociedades, fuera el que fuera, que siguieran su propio camino. Muy al contrario, fue siempre de la máxima prioridad la instauración de gobiernos títere que, enriqueciéndose hasta límites inmorales y maltratando e incluso aniquilando a su población sin ningún tipo de remordimiento por nuestra parte, se mantuvieran a nuestro servicio, alimentando nuestro desarrollo económico y nuestra pretendida superioridad cultural.

Ese es Salvini, Salvini también es Conte, es Macron, es Sánchez y Rajoy, es May; incluso es Merkel. Salvini nos representa a todos, a todos los que no somos capaces de pararlo todo ante tal desastre. Bueno, a todos no, en ningún caso representa a Domenico Lucano, quizás él sea la última esperanza que nos queda como sociedad, alguien con la convicción y el valor necesarios para apearse de un sistema que nos tiene a todos adormecidos ante el dolor ajeno. Nos hemos construido una agradable realidad a la que, gracias a las redes sociales, tiene acceso el resto del mundo, y la paradoja es que no podemos compartirla ya que, de hecho, se nutre precisamente de esa otra realidad, en la que viven miles de millones de personas[3].

Somos diferentes, de eso no hay ninguna duda y conviene no olvidarlo; somos diferentes a esos hombres mujeres y niños que llegan a nuestras costas, como lo somos de nuestro vecino, de nuestro compañero de trabajo o de nuestro amigo. Ese no es el problema. Se trata de la utilización que se hace de esa diferencia para, en palabras de Bohannan[4], bloquear oportunidades, en este caso la de buscar la felicidad. Es la diferencia al servicio de la derecha reaccionaria. Nuestra incapacidad comprensiva de asumir esa diferencia, ese cambio, esa variación, y la necesidad subyacente de homogenización y simplificación, es la que no nos permite aceptarla como real y positiva. Añadiendo el miedo a la pérdida de lo que consideramos nuestro por derecho de nacimiento, es cuando se convierte en una poderosa herramienta al servicio de los poderosos.

Pero, ¿cómo se articula todo eso?, ¿cuál es el factor de cohesión alrededor del cual se produce la unidad de una sociedad frente a quienes pretenden asaltarla? Se trata de la nación, y más concretamente, la defensa de la nación y de sus fronteras. Hemos topado con el núcleo central del argumentario de la extrema derecha europea, alrededor del cual gira todo su discurso, todo empieza en la nación y acaba en ella. Resulta sorprendente que un término tan etéreo y difícilmente definible pueda convertirse en el motor que vuelve a mover en estos momentos los engranajes europeos más activos políticamente, y que sin ser las fuerzas más relevantes representativamente, están condicionando y dirigiendo el debate en todos los países de la UE:


Fuente: Carles Planas Bou (corresponsal de “el Periódico” en Alemania), vía Twitter

¿Es razonable que un antiguo independentista como Salvini, que defendía la separación del norte de Italia, ahora con un 17,3% de representación en el Parlamento italiano, se haya erigido actualmente en el máximo defensor de la nación italiana y de sus fronteras? ¿O es que el nacionalismo no es sino la coartada para alcanzar la mayor cuota de poder, prestigio, propiedad y placer[5] posible?

En cualquier caso, no me preocupa tanto el ascenso de estos discursos xenófobos como el hecho de que no estamos siendo capaces de salir de la mera indignación formal. Colaboramos con ONGs y votamos partidos moderados a izquierda y derecha, pretendiendo así que luchamos contra ellos, pero son esos mismos partidos a los que elegimos para que nos representen los que no hacen más que beber de ese discurso del odio y del absurdo, de alimentarse de ellos encauzando nuestra indignación hacia sus propios intereses. Entre tanto va creciendo la ultra derecha, poco a poco, los migrantes siguen llegando a nuestras costas y siguen muriendo en ellas, y empezamos a creernos, con el miedo metido en el cuerpo, que vienen a quitarnos lo “poco” que nos queda. Por suerte, quedan personas como Domenico Lucano, que con su lucha nos muestran que podemos redimirnos todavía, que podemos apearnos de un sistema agotado y decir en voz alta que esto no puede tolerarse, que hay fotos de niños muertos en playas que merecen que se pare todo, y cuando no lo hacemos, nos retratamos, es por eso que Salvini somos todos, yo el primero.

Fuente: NILUFER DEMIR /REUTERS






[1] Harari, Y. (2014). Sapiens. De animales a dioses, p. 411.
[2] Bohannan, P. (2010). Para raros, nosotros. Introducción a la antropología cultural, p. 171.
[3] Según datos del Banco Mundial “Dollar a Day Revisited,” 2009, publicados en la web de la ONG children international, casi la mitad de la población mundial vive con menos de $2,50 al día.
[4] Bohannan, P. (2010). Para raros, nosotros. Introducción a la antropología cultural, p. 172.
[5] Bohannan, P. (2010). Para raros, nosotros. Introducción a la antropología cultural, p. 188.



BIBLIOGRAFIA / REFERENCIAS.

Duranti, A. (2000). Antropología lingüística. Madrid. Ed. Cambridge University Press.
Aguilera, R. (2002-05). El problema del etnocentrismo en el debate antropológico entre Clifford Geertz, Richard Rorty y Lévi-Strauss. Gazeta de antropologia. >
BOHANNAN, P. Para raros nosotros. Introducción a la antropología cultural. Madrid, Akal, 2010
HARARI, Y. Sapiens. De animales a dioses. Ed. Debate, 2015.
Llobera, J. Materials didàctics de la UOC.


24 de abril de 2019

La Edad Media, ¿oscuridad o consuelo?




Supongo que como la mayoría, había asociado siempre la Edad Media a un periodo oscuro y de involución tras la luz que trajeron griegos y romanos con el advenimiento del discurso lógico. Craso error, enmendado una vez más con la lectura y, por lo que intuyo, equívoco en gran parte provocado por una visión mediatizada de la influencia de la Iglesia, que más que originar, utilizó esa vuelta al mito en beneficio propio. Con la enorme paradoja de que, a pesar de renunciar e incluso luchar contra los vestigios que quedaron del discurso lógico fue gracias a una parte de la Iglesia que hoy en día podemos disfrutar de los clásicos y de su mensaje, que pudo ser retomado con el Renacimiento. Nunca me había planteado las carencias del discurso lógico como motivo para la vuelta al mítico. Esta elección del retorno al antiguo discurso se me presenta ahora, con frescura, como un camino nuevo para entender mejor una época por la que siempre he sentido una enorme curiosidad. El logos, fruto de un tiempo, un lugar y unas condiciones muy determinadas aportó respuestas a algunas de las preguntas que habían rondado las cabezas de nuestros antiguos durante largo tiempo, pero quizás no a las más trascendentales, aquellas que dan tranquilidad al espíritu y reconfortan ante las grandes adversidades a las que se enfrentaban; en un tiempo donde la vida no valía más que lo que se tardaba en perderla y durante el cuál, el discurso lógico, no había logrado dar una respuesta satisfactoria, a pesar de haber tenido a su disposición algunas de las mentes más preclaras que había dado hasta entonces la humanidad.

En descargo de esos primeros intelectuales valga decir que la mayoría de esas preguntas siguen flotando actualmente, y quizás con más fuerza, en las mentes de la mayoría de nosotros, las más débiles de las cuales, en un contexto de gran desigualdad social, son incapaces de entender que los dos discursos operan en esferas completamente estancas e independientes,  pudiendo hoy en día tender a buscar las respuestas más sencillas, o simplemente respuestas, en posiciones extremistas que prometen, en otra vida, lo que no pueden ofrecer en la presente.

La vuelta al territorio mítico en la Edad Media no supone, en un primer momento, la adopción de la concepción clásica del eterno retorno en el tiempo a las habituales acciones primordiales, tampoco supone la negación de la historia. Ese tiempo, que según Agustín de Hipona nace con la creación, pero que además anuncia ya su final, va a seguir siendo lineal, histórico, cada hecho será único e irrepetible y a pesar de que todo ocurre por designio divino, se acepta el libre albedrío, con la condición de actuar según el arquetipo del ideal cristiano para ganar la salvación o abrasarse en el más terrible de los infiernos. A medida que vayamos avanzando en la Edad Media nos iremos introduciendo poco a poco, una vez más, en la concepción ortodoxa del tiempo cíclico más propia del discurso mítico, con un calendario que vendrá marcado por el calendario litúrgico de la Iglesia y que marcará el tempo de la vida cotidiana.

En los próximos siglos va a ser la Iglesia quien establezca el modelo arquetípico ideal de comportamiento. Dispondrán de motivos para la celebración ya que han conseguido por fin situarse entre Dios y el Hombre, y se presentan ya como condición indispensable para llegar a él. El revolucionario mensaje inicial de amor incondicional accesible para cualquiera, lo que le infería de una gran universalidad, parece haberse perdido y las enseñanzas originales, demasiado lejos ya en el tiempo, sólo pueden ser transmitidas por los auto proclamados herederos de su reino en un modo que será cada vez más complejo.

El objetivo del pueblo, en adelante, va a ser la salvación, y sólo podrá ser lograda siguiendo las instrucciones establecidas por quien ostenta el poder de la redención. Pocos más consuelos que ese debían quedar ya, a saber, la esperanza de una futura vida mejor, en un mundo en el que las posibilidades de saltar en la escala social, de quebrar el modelo trifuncional “ideal” (¿para quién?), eran reducidas, sobretodo para los encargados de la nutrición en su parte más baja, el pueblo llano. Entiendo esta subordinación del pueblo a las cada vez más rígidas normas establecidas por la Iglesia, como el “peaje” a pagar por la vuelta al discurso mítico y la consiguiente tranquilidad de espíritu que se obtiene a cambio; entiéndase siempre peaje sin connotaciones negativas, simplemente como el coste inherente al disfrute de un servicio, o en este caso, a la elección libre de un discurso : el que más beneficios le ofrece al que lo selecciona.

El discurso lógico, cuya presencia en la historia no deja de ser testimonial en términos cuantitativos, no satisfizo entonces las necesidades más primarias del alma humana, como parece no hacerlo en estos momentos presentes; nuestro “peaje” pudiera ser ahora el agotamiento de nuestros recursos naturales, consecuencia de un consumismo voraz que intenta aplacar las carencias de nuestro discurso lógico y unas desigualdades sociales fruto de las cuales, emanan odios que buscan justificación histórica allá donde pudieren. Llegados a este punto se me aparece como meridianamente claro que, a lo largo de la historia, incluyendo nuestro presente, la búsqueda de las respuestas a las preguntas fundamentales que se ha formulado el hombre nunca ha sido, ni será, gratuita.

Tal como avanzaba anteriormente, el gran historiador francés G.Duby, nos habla del modelo trifuncional y cómo es utilizado en su época, a mi parecer, más para intentar mantener el estado de las cosas, que para presentar un modelo social siquiera remotamente ideal, si el término puede contener alguna acepción que haga referencia, de algún modo, al carácter justo del mismo.

El proceso histórico que nos llevó a las cruzadas fue muy diferente en ambos bandos. Por un lado, los cristianos, que tuvieron que evolucionar desde una religión que en sus inicios predicaba el amor al prójimo y rechazaba cualquier forma de agresión, por el otro los musulmanes, cuya religión nació aceptando la violencia como simple aceptación de su modo de vida ya en tiempos de su fundación, aunque la yihad no tenía en ese momento las connotaciones religiosas que tiene actualmente y se entendía más bien como una guerra de conquista. Podemos hablar, en el caso cristiano, de un cambio radical en su doctrina, que fue desde el pacifismo más puro predicado por Jesús (cuyo intento de transmitir sus enseñanzas podríamos decir que no tuvo demasiado  éxito ni entre sus seguidores más cercanos, los apóstoles, ni entre su propio pueblo, que esperaba más un libertador guerrero y un líder que un salvador) hasta la guerra santa. 



En el caso musulmán se puede aceptar cierta coherencia en este sentido, no fue necesario ningún cambio doctrinal, el propio Mahoma practicó la yihad a modo de conquista, pero su finalidad última nunca fue la conversión, de hecho, la conversión no tenía cabida en el Corán, cuya fe sólo puede ser abrazada de forma voluntaria. Podríamos hablar, en este caso, de cierto respeto y tolerancia hacia las religiones monoteístas, consideración quizás no en el sentido que le asignaríamos hoy en día, pero en cualquier caso, parece que fue mucho mayor que el que mostraron los cristianos. No podríamos decir lo mismo de otras religiones politeístas, que sí fueron perseguidas.

Parece claro pues, que las actitudes respecto a la violencia de los dos fundadores de las religiones que nos ocupan eran en un principio diametralmente opuestas, quizás en parte también dado que la religión musulmana no tuvo tanto tiempo para degenerar respecto a su mensaje inicial como lo tuvo la cristiana hasta el tiempo de las cruzadas, aproximadamente 4 siglos en el caso de la religión de Mahoma, unos 11 en el caso del cristianismo. ¿Se está produciendo en estas últimas décadas la degradación del mensaje inicial del profeta? Cuanto menos, da para una breve reflexión al respecto. Una vez el cristianismo adopta el concepto de guerra santa hay que volver a buscar las causas de la cruzada en el mito, la maquinaria hacía tiempo ya que estaba en funcionamiento y se había creado la exaltación y el fervor religioso necesario para emprender tal empresa, recuperar la cuna de su religión de las manos de los infieles. El objetivo principal del cristianismo tampoco era la conversión de los musulmanes, ni su exterminio.

La salvación para quienes emprendieran la aventura estaba asegurada, así como el perdón por todos los pecados; no habría mejor acicate para un pueblo que había entendido esta vida como una mera forma de ganarse la eternidad. El cambio del discurso lógico al mítico había llegado con las cruzadas a su máximo apogeo, ¿qué mejor conclusión para la elección del discurso mítico que la promesa de obtener todas las respuestas que no había podido ofrecer el discurso lógico al que renunciamos?

13 de febrero de 2019

"¿Quieres esto una vez más e innumerables veces más?"



“En algún apartado rincón del universo centelleante, 
desparramado en innumerables sistemas solares, 
hubo una vez un astro en el que animales inteligentes inventaron el conocimiento.”
Nietzsche, F.




Cuando Hegel nos anunciaba, por primera vez[1], la muerte de Dios, lo hacía desde la seguridad y la confianza de quien se creía capaz de llenar ese inmenso vacío con las herramientas ilustradas que habían permitido la caída del Antiguo Régimen tras la Revolución Francesa de 1789. La esperanza que le otorgaba la razón abría ante su mente la certeza de un futuro idealizado, en el que las relaciones entre los hombres no estarían basadas más que en el inmenso saber positivo recopilado en los siglos anteriores.

Tras Nietzsche, ya no queda nada de esa firmeza, y ese vacío queda ahora bajo nuestros pies presentándose tal como es, un abismo al que nos hemos abocado nosotros mismos en nuestro afán de búsqueda de las respuestas que han sacudido, desde que el hombre es hombre, nuestra consciencia. Pero de ese sentimiento de pérdida, de vértigo y miedo, que acompaña a quien valientemente decide afrontar esa verdad, nace una salida, un camino que pueda llevar al hombre a colocarse en el lugar que le corresponde, un lugar que no se encuentra en ningún punto lejano ni recóndito del universo, sino que está tan cerca y tan íntimamente ligado a nosotros, que no hemos sido capaces de aprehenderlo, en nuestro afán de fijación y conocimiento, hasta el exacto y preciso momento en el que él se ha dado cuenta. Y en su intento de mostrárnoslo acabó dejándose la vida, a pesar de que a través de su filosofía buscaba precisamente lo contrario, su curación, o cuanto menos un bálsamo, como nos dice Copleston[2]:” […] Nietzsche estaba habituado a hablar de doctrinas o teorías particulares, como si fueran estratagemas de autoconservación o tónicos autoadministrados”.
  
En La gaya ciencia, Nietzsche nos invita al conocimiento alegre, libre y despreocupado, al que solo puede accederse cuando se toma conciencia de que el pretendido saber no es sino un vano intento del hombre de ordenar la naturaleza para la tranquilidad de su espíritu, esa es la verdadera muerte de Dios: la toma de conciencia de nuestro propio engaño, el que solo podía tener sentido si conseguíamos olvidar que era precisamente eso, un engaño. Una vez desenmascarada la realidad, ésta se nos presenta tal y como es: cambiante, caótica, despiadada en ocasiones. Con Dios mueren conceptos como la humanidad[3], frente a lo que somos todos y cada uno de nosotros: diferentes, únicos, variables y contradictorios; como el amor, cuyo concepto platónico desaparece frente a lo que significa el amor para todos y cada uno de nosotros en todos y cada uno de los momentos que vivimos, nunca lo mismo, siempre diferente; o el bien, en nombre del cual se han cometido los peores crímenes de la historia así como los actos más sublimes. En definitiva, ¿qué nos queda cuando los valores que habíamos creído eran la guía de nuestro camino en este mundo se desmoronan?, quedamos nosotros, nosotros solos.

La invitación de Nietzsche en el conocimiento alegre[4] de La gaya ciencia es a sentirnos como un niño, sin prejuicios, sin miedo a la experimentación y el descubrimiento, aquel que no conoce las reglas del juego porque aún no se las han explicado, debido a que todavía no le han mostrado el engaño y no dispone por tanto de pretendidos conceptos de perfección inalcanzables que, con el tiempo, no harán más que provocarle frustración una vez le sean transmitidos y llegue a sentir que quedan fuera de su alcance.

Pero, ¿qué pasa si descubrimos que esos modelos conceptuales al modo platónico no existen?, el abismo: el nihilismo. ¿Qué pasa si tomamos conciencia de que allí donde habíamos creído estaba lo que debíamos hacer, pensar o sentir[5] no hay nada? ¿Qué sucede si nos damos cuenta de que solo estamos nosotros? ¿Qué sucedería si la culpa que hemos llevado a cuestas durante siglos desaparece? ¿Y si no existiera ni premio ni castigo? ¿Qué harían todos los hombres excepto un tipo muy especial de hombre que todavía no existe, pero que ha de venir? La mayoría sentiríamos el terror de descubrir que quizás todo es un sinsentido, el fin, pero ¿y si solo fuera el principio, el despertar? Por eso Nietzsche no nos deja solos en ese precipicio, no se conforma con aniquilar los valores que nos habían acompañado hasta ahora, sino que los invierte. Él enciende la luz en la caverna platónica y nos muestra los ideales tal como son: interpretables a través de la experiencia individual, lo que es para uno, puede no serlo para otro. Valores como el bien y el mal quedan supeditados a la experiencia particular de cada uno, a su interpretación, ¿o es que el terrorista es consciente de que encarna al mal cuando realiza un atentado? No, bajo su punto de vista, actúa por el bien de la causa que defiende[6].
    
Tal como Heidegger nos señala en su libro Nietzsche[7], El peso más abrumador, nombre del fragmento a partir del cual se desarrolla este texto, es la primera comunicación que Nietzsche realiza de la doctrina del eterno retorno. Más esclarecedora es la profesora Manzano[8], que nos plantea esta idea central del pensamiento de Nietzsche como una escalera de Wittgenstein, una herramienta con la que nos invita a plantearnos como sería nuestra vida, como podría ser nuestra vida si pudiéramos llegar a comprender lo que pretende transmitirnos. Nietzsche siente esa necesidad, de ninguna otra manera pretendería facilitarnos el acceso al nivel en el que se encuentra, parece empeñado en hacernos despertar: ”¿O has tenido la vivencia alguna vez de un instante terrible en que le responderías: ‘Eres un Dios y nunca escuché nada más divino’?”. Empeñado en que seamos valientes y nos atrevamos a destruir la mascarada que toda la historia de la filosofía ha dejado impresa en nuestro más profundo yo. Pretende que rompamos las cadenas, que nos liberemos del enorme peso que nos aplasta y que nos desliga del mundo real, el único que tenemos a nuestro alcance y cuyas potencialidades nos han sido negadas hasta ahora.
   
Pero, ¿qué pasaría si llegaras a darte cuenta?: ”Si aquel pensamiento llegara a tener poder sobre ti, así como eres, te transformaría y tal vez te trituraría”. Es decir, llegado el momento de entender la realidad desde el punto de vista interpretable de Nietzsche, pueden pasar dos cosas, que te “transforme” en superhombre[9]: capaz de crear y seguir su propio camino, en definitiva, de liberarse del peso que podría triturarle, o que el miedo que te provocaría sentir el nihilismo (el abismo) del que hablábamos anteriormente te paralizara y no permitiera la transformación. De este modo, a través del miedo que provocaría el sentimiento del eterno retorno a una vida anodina, basada en el engaño y la mentira (en sentido extramoral), Nietzsche nos invita a reaccionar y nos facilita el acceso a su pensamiento y a las implicaciones que tendría para nosotros, en términos de gozo de nuestra completa potencialidad como hombres.

Tal como Nietzsche nos plantea: “¿quieres esto una vez más e innumerables veces más?”, solo el superhombre puede responder que sí a esta pregunta, solo él puede seguir avanzando sin las referencias de las que disponíamos hasta ahora, solo el superhombre puede superar el miedo y crear sus propios valores conforme a él mismo y afirmarse como lo importante, lo único importante, y no padecer temor al reconocerlo. Bertrand Russell parece apuntar también en esta dirección y aduce que es precisamente del miedo de donde nace el superhombre, aunque desde un punto de vista completamente diferente[10]: ”No se le ocurrió nunca a Nietzsche pensar que el afán de Poder, con que adorna a su superhombre, es un producto del temor. Los que no temen a sus vecinos no ven la necesidad de tiranizarlos”. Más allá de la opinión negativa que deja traslucir Russell a lo largo de todo el capítulo que le dedica al filósofo alemán, y que podría estar influenciada en parte teniendo en cuenta el momento de la publicación del libro, un momento en el que las heridas están todavía sangrando tras la Segunda Guerra Mundial[11], es cierto que el superhombre debe superar el miedo, aunque en mi opinión se equivoca en cuanto al origen del mismo, que como ya he intentado explicar anteriormente, está relacionado con una estructura general de la realidad, configurada a lo largo de siglos y siglos,  que Nietzsche rompe completamente. De lo que no cabe duda es de que, tal como nos dice Copleston[12]:” […] el superhombre es todo lo que hubiese anhelado ser el afligido, el solitario, el atormentado y olvidado herr profesor doctor Friedrich Nietzsche”.   

Pero volviendo al eterno retorno, una vez más, totalmente de acuerdo con la profesora Manzano en su interpretación: solo desde una vida de plenitud de desarrollo de nuestras potencialidades, estando dispuesto a “ser bueno contigo mismo y con la vida”, podrías responderle al demonio que aceptarías, una y mil veces, volver a vivir tu vida, aceptando el deseo y las pulsiones como parte de nuestra naturaleza. En este punto nos encontramos, como es constante en la obra de Nietzsche, con la inversión del platonismo: la transvaloración de todos los valores, ¿cuál sería la posición de un “superhombre” platónico frente a la disyuntiva que nos propone el demonio? Muy someramente, ¿acaso no sería su objetivo vivir una vida conforme a los valores éticos y morales del ideal griego clásico, para llegar al final de su vida terrenal con la sensación del deber cumplido? Tras esa vida plena, nunca aspiraría al eterno retorno debido a que, probablemente, creyera que ya había cumplido con todas las expectativas posibles, por lo que no tendría para él ningún sentido repetir una vida que ya ha sido perfecta, pudiéndose por tanto ir en paz y, quizás, como nos proponía el profesor Grimaldi[13], habiendo tomado por buena, aun a sabiendas de su indemostrabilidad, la esperanza de una vida eterna como premio por haber seguido las reglas al pie de la letra.

Nuestro maestro de la sospecha[14] no fue un filósofo al uso, incluso hay quien duda que pueda calificársele como tal y lo incluye en una disciplina más literaria, como si la filosofía no fuera también literatura y no pudiera hacerse filosofía más que desde una posición preestablecida y dictada por la academia. De lo que no cabe duda es que el pensamiento de Nietzsche resulta incómodo si uno prefiere no cuestionarse ciertas cosas, una posición muy extendida actualmente. Por otro lado, la utilización que se ha hecho de su obra, en un caso similar al de Marx, no ayuda precisamente a que podamos aproximarnos fácilmente a ellos sin realizar antes un enorme esfuerzo de evasión de lo que ha sido la historia europea en los últimos dos siglos. Lo que se me aparece también como meridianamente claro es que un filósofo que se cuestiona los pilares de nuestra civilización occidental, tal como lo hace también Marx, no resulta demasiado conveniente para quien prefiere mantener el estado actual de las cosas y tiene además el poder para hacerlo; ¿a quién no le conviene? bueno, esa es otra historia.   
   




[1] JAESCHKE, W. «La consciència de la modernitat». Nota extraída de la web del Profesor Alcoberro:
[2] COPLESTON, F. “De Fichte a Nietzsche”, p. 521.
[3] Aquí es donde vemos al Nietzsche más filólogo, que aplica sus conocimientos sobre el nacimiento del lenguaje, el acuerdo al que llegamos, en definitiva, para la creación de las palabras que definen conceptos. Convención que olvidamos hemos realizado y que nos lleva a aceptar la realidad de un concepto artificial como el de humanidad, y a negar lo que realmente somos, un conjunto de humanos totalmente diferentes entre sí.
[4] IZQUIERDO, A. Prólogo de La gaya ciencia en la edición indicada en la bibliografía.
[5] En definitiva, el modelo de comportamiento occidental.
[6] Más que en ningún otro punto, y sin pretender caer en relativismos, he tratado aquí (pobre de mí) de ponerme en la piel de Nietzsche con un caso extremo, espero que se me entienda. Quede claro que ninguna acción que vulnere los DDHH puede ser defendida, desde un punto de vista ético, como idea del bien.
[7] Tras haber acudido a su libro en busca de un poco de luz, he de decir que no me ha servido demasiado para entender, entre otros, el concepto recurrente en Nietzsche del eterno retorno, opinión que en parte se ha visto confirmada gracias a un artículo de José Luis Molinuevo en la web El cultural. En la cabecera del artículo puede leerse: “[…] A partir de ahí se generó el tópico de que sirve más para entenderle a él que a Nietzsche”.
[8] Ver video en referencias.
[9] Me gusta infinitamente más la traducción que, de Übermensch, hacen los profesores ARCHILES, A.; RUIZ, J.J. y VILANA, V. en Nietzsche sobre verdad y mentira en sentido extramoral: “[…] suprahumano, el que va más allá de lo que hasta ahora los occidentales han llamado humano”.
[10] RUSSELL, B. “Historia de la filosofía occidental”, 1946, p. 1002
[11] La manipulación que de la obra de Nietzsche hizo su hermana Elisabeth, así como la apropiación de su pensamiento realizada por el nazismo ha estigmatizado enormemente a este pensador.
[12] COPLESTON, F. “De Fichte a Nietzsche”, p. 544.
[13] Ver video en referencias.
[14] Junto con Marx y Freud.


BIBLIOGRAFÍA / REFERENCIAS.


NIETZSCHE, F. «La gaya ciencia» Editor digital: ElCavernas, 1882
COPLESTON, F. «De Fichte a Nietzsche - 7» Editor digital: Titivillus, 1958
RUSSELL, B. «Historia de la filosofía occidental» Editor digital AlNoah, 1946
HEIDEGGER, M. «Nietzsche» Editor digital: Titivillus, 1961
DARÍO SZTAJNSZRAJBER. Nietzsche. [Consulta: diciembre de 2018]
GRIMALDI, N.; NÚÑEZ, F. Hablamos de Sócrates. MATERIAL DIDÀCTIC DE LA UOC.
MANZANO, Julia. Nietzsche en 8 minuts. [Consulta: diciembre de 2018]
ARCHILES, A.; RUIZ, J.J.; VILANA, V. «Sobre verdad y mentira en sentido extramoral de F. Nietzsche». Valencia: Ed. Diálogo, 2008.
ISBN 84-95333-08-2
Alcoberro, Ramon. Filosofia i pensament. Hegel [article en línia]. [Data de consulta: 18 de novembre de