“I'll always
remember this as the night
that Michael
Jordan and I
combined for 70
points”
Stacey King, 28 de marzo de 1990.
La noche en la que Stacey King, compañero de Michael
Jordan en los Chicago Bulls, pronunció la conocida frase de la cita inicial,
había anotado 1 punto a lo largo de todo el encuentro. Los 69 puntos restantes
correspondían a la estrella nacida en Nueva York y habían llevado a su equipo,
una vez más, a la victoria contra los Cavaliers de Cleveland por 113 a 117. Por
aquel entonces, corría 1990, y aunque no había conseguido todavía ningún anillo
de campeón, ya era reconocido como una auténtica estrella que iba camino de la
leyenda: Oro Olímpico en Los Ángeles ’84, Rookie[1] del
Año (1985), 1 MVP[2]
(1988), 3 veces incluido en el Mejor Quinteto de la NBA, 2 veces incluido en el
Mejor Quinteto Defensivo de la NBA, había jugado 4 veces el partido All-Star,
siendo MVP en uno de ellos y había ganado 2 veces el Concurso de Mates, uno de
ellos con el icónico mate que está representado en la foto de la portada de
este ensayo.
Pero estrellas y jugadores de leyenda hay muchos… ¿qué sucede, más allá de sus estadísticas y de sus logros[3] como deportista, que hace trascender sus habilidades a un espacio que va más allá de la competición o del mero entretenimiento que nos ofrece el baloncesto? En definitiva, ¿qué convierte a Michael Jordan en un mito? Sin olvidarla, intentaremos ir un poco más allá de la idea del producto del marketing televisivo que permite vender más camisetas, partiendo de la base que la excepcionalidad de su figura se extiende sobre la posibilidad de crearlo artificialmente. Tal como nos explica el sociólogo argentino Juan José Sebreli en su Ensayo contra el mito del Che Guevara[4], y sin pretender entrar en la esfera política:
A diferencia
de la aspiración a la universalidad de las representaciones científicas, los
mitos dependen de una comunidad de creyentes que los fundan en los sentimientos
particulares ajenos a la racionalidad. Los creyentes en mitos no se arriesgan a
analizarlos porque su fe inhibe el uso de su razón, dado que han suspendido su
capacidad crítica […].
La cita de Sebreli me permite desarrollar un concepto ya
introducido anteriormente y que me parece fundamental, y es que lo que
convierte al personaje en un mito, lo que hace que trascienda los datos
objetivos, es efectivamente ajeno a la
racionalidad. Ésta viene representada por los datos estadísticos
conseguidos a lo largo de su carrera, pero el hecho es que su extenso palmarés
y los innumerables records obtenidos no explican por sí mismos que Michael
Jordan sea considerado un mito. Es algo habitual, sobre todo en cuanto a
deportes se refiere, el tratar de objetivar lo intangible, de cuantificar la
capacidad de un jugador para convertir en victorias la inversión que en él se
realiza o la felicidad que proporciona a los aficionados. Pero hablamos de una
escala superior, de un nivel de influencia que supera su propia carrera
profesional y el acontecimiento deportivo. Trataremos de ahondar en ello. Lévi-Strauss[5] ya
trataba de explicarnos esta disociación entre ciencia y mitología, así como su
cronología:
El corte, la
separación real entre ciencia y aquello que podríamos denominar pensamiento
mitológico – para llamarlo de alguna manera, aunque no sea ése el nombre exacto
– tiene lugar durante los siglos XVII y XVIII. En esa época, con Bacon,
Descartes, Newton y otros, la ciencia necesitó erguirse y afirmarse contra las
viejas generaciones del pensamiento místico y mítico; se pensó entonces que
ella sólo podría existir si volvía la espalda al mundo de los sentidos, el
mundo que vemos, olemos, saboreamos y percibimos, que el mundo sensorial era un
mundo ilusorio frente al mundo real, que sería el de las propiedades
matemáticas, que sólo pueden ser descubiertas por el intelecto y que están en
total contradicción con respecto al testimonio de los sentidos.
No seré yo quien contradiga a Bacon, Descartes y Newton,
pero lo cierto es que nos encontramos actualmente en una época en la que la
diferencia entre mito y ciencia no es tan grande. Como ya hemos mencionado anteriormente,
existe una clara relación entre el mito y la ciencia, la hemos establecido a
través de la estadística, pero hemos también convenido que eso no resultaba
suficiente para considerar un mito en base exclusivamente matemática. El
pensamiento positivo de los tres genios, fruto del optimismo ilustrado, les
daba la fuerza para afirmar eso, en la confianza de que la ciencia conseguiría
definir al mito para superarlo y que era necesario para eso renunciar al mundo
sensible, a los tremendamente tramposos sentidos. A día de hoy, todavía es
imposible definir al mito, mucho menos prescindir de él, por lo menos en mi
humilde opinión, y quizás sea precisamente en ese mundo sensible donde
conseguiremos dar con la clave para, cuanto menos, entenderlo y valorarlo.
Pero volviendo a la cita, y si se me permite aplicarla a
algo tan prosaico como el baloncesto, por lo menos en comparación con los
personajes citados, diré que en esa necesidad de satisfacer el mundo de los sentidos es posible que
hallemos parte de la explicación que hace que Michael Jordan pueda ser
considerado un mito. ¿Ese momento de felicidad incomparable al ganar el partido, por enésima vez en el último
segundo, eleva por sí mismo al mito por encima de la leyenda? Su estética particular,
el hombre hecho a sí mismo tan representativo del paradigma liberal en la
cultura norteamericana, esa capacidad para sobreponerse a todos los problemas e
inconvenientes que plantea la vida es un modelo en el que reflejarse pero, ¿es
el mito un modelo a seguir? innegablemente también. Tenemos por tanto ya dos
justificaciones por las que podríamos considerar Michael Jordan un mito: la
capacidad de realizar unas acciones impensables para la inmensa mayoría de
nosotros, no solo de manera puntual, sino de forma sostenida en el tiempo a lo
largo de toda su carrera, que van más allá de unas espectaculares estadísticas,
y que nos provocan una satisfacción estética y, por otro lado, el hecho que se
haya convertido en un modelo a seguir no solo para otros jugadores
profesionales, sino para el resto de los comunes mortales.
Otra característica de los mitos, nos la apunta el
filólogo y helenista mallorquín Carlos García Dual en su Diccionario de mitos[6]:
La
característica definitiva de los mitos es ser viejos relatos memorables de
extraordinaria pervivencia. Como se ha dicho, los mitos habitan el país de la
memoria. Es decir, perduran en nuestro imaginario colectivo, con una extraña
fascinación, desafiando el olvido.
Insisto, a lo largo de la historia han existido muchos
grandes jugadores que podrían considerarse grandes estrellas y leyendas, muchos
han conseguido igualar e incluso superar algunas de las gestas logradas por
Michael Jordan. El hecho de que podamos considerarlo un mito tiene su punto de
inicio precisamente cuando se retira en el año 2003, es en ese momento cuando
deja de formar parte del presente y pasa a nuestra memoria. Es entonces cuando
se engrandece su figura, cuando trasciende de lo que real y únicamente era, un
simple jugador de baloncesto. Sus partidos ganados en el último segundo pasan a
ser cientos, sus porcentajes de tiro llegan a alcanzar el 100%, nadie lo
recuerda fallando ni perdiendo un partido, conforme va pasando el tiempo
aumenta nuestra idealización, muere la leyenda y nace el mito.
García Dual, por supuesto, nos hablaba de los clásicos
mitos helenos, pero si me he tomado la licencia de utilizar sus conclusiones en
esta prosaica defensa de Michael Jordan, es porque he creído estar autorizado
por el antropólogo Lluís Duch[7]:
Sembla que s’imposa el fet que «contràriament a allò que ensenya una
pedagogia, almenys bicentenària, no hi ha cap mena de trencament entre els
escenaris significatius de les antigues mitologies i l’agençament modern de les
narracions culturals: literatura, belles arts, ideologies i històries...»
... o deportes, me atrevería a añadir. El relato es
similar, cambia el envoltorio. Como Sísifo, Jordan desafío una noche a los
dioses, hecho del que dio fe su rival Larry Bird en 1986[8],
quizás por ello Zeus lo obligó a vagar por las canchas con una esfera redonda
en sus manos, una y otra vez como pretendido castigo, sin contar con que
llegaría a dominarla de tal modo que, con inteligencia y astucia, lograría
situarse a su lado en el mismísimo Olimpo.
Se trataba antes de saciar la necesidad de comprensión del
mundo, de superar una complejidad inadmisible para la mente humana, ahora
queremos evadirnos de él una vez la hemos reconocido. A nadie le importan los
miles y miles de jugadores que se quedan a las puertas de la profesionalidad,
que no consiguen alcanzar el sueño prometido por la vida de Michael Jordan,
nadie piensa en las lesiones, en los sueños de niñez truncados en una
adolescencia perdida tras horas y horas de entrenamientos y viajes. El relato
que prevalece es el del mito, y es el único viable en la sociedad actual, el
relato del éxito sublimado en su figura, pero esta vez en una huida hacia un
mundo en el que solo existe el éxito y la victoria. Entiéndaseme bien, puede
resultar un modelo positivo si se relativizan las posibilidades de alcanzarlo y
se utiliza la figura del mito como guía, no como punto de llegada. Si se acepta
también, por decirlo de algún modo, la parte negativa, enfatizando por encima
de todo el esfuerzo necesario para alcanzarlo, la dedicación y las horas de
entrenamiento. A saber, que por mucho que te compres unas zapatillas de 250€ no
vas a ser capaz de realizar un mate desde la línea de tiros libres como el que
realiza el angelito en la siguiente foto.
Y, paradójicamente, lo que es un deporte de equipo como
el baloncesto, se convierte en el trampolín perfecto para encumbrar al
individuo, al líder, al que toma las decisiones en la confianza de que
compensará la mediocridad del resto de compañeros. En el equipo campeón de
Michael Jordan, los Bulls de Chicago, debían haber unos diez o doce jugadores
más, sin contar los técnicos; hoy apenas seríamos capaces de recordar un par de
nombres de los que lo acompañaron en el triunfo. Se aparece entonces el solitario del que habla el profesor Duch[9],
el que perdido en una maraña de estadísticas que hablan de porcentajes de tiro,
pelotas robadas y rebotes, acaba por olvidar la belleza del deporte, los
valores del equipo que suman más que la capacidad individual de cada uno de sus
componentes o la perfección de un triple que entra limpio.
Situats al bell mig d’una «civilització de l’oblit», els mites degradats [...]
acostumen a fer irrupció com a «objectes no-identificats» en la nostra
consciència de postmoderns, perquè hem oblidat les trets identificadors (els
criteris) que ens permetien de transitar amb una certa coherència pels viaranys
de l’existència.
No hi ha dubte però, que, aleshores, es tracta d’una perillosa invasió
«mi(s)tificadora» esdevinguda en el camp propi del logos, perquè, prèviament, hom havia envaït i colonitzat el camp
que pertanyia al mythos amb l’excusa
de portar a terme una pretesa racionalització, benèfica i guaridora, de totes
les distorsions de l’existència humana.
(Lluis Duch, “El mite i la seva definició”. Publicacions de l’Abadia de
Montserrat, 1995)
Jordan es, en definitiva, un mito contemporáneo, no solo
no nos sirve para comprender el mundo, sino que además, ha tomado su ancestral
función y prestigio para decirnos, no cómo somos o hemos sido, sino cómo
debemos ser. Y tiene más influencia, gracias a los medios de comunicación y a
las redes sociales, que las personas más cercanas de nuestro entorno. Porque, razonando
ahora al modo del historiador Harari, ¿cómo es posible alcanzar la felicidad si
nos comparamos con el mejor jugador de baloncesto de todos los tiempos?, ¿no
estamos condenados a la frustración si nos empecinamos en alcanzar lo que solo
un hombre ha sido capaz de hacer en toda la historia del baloncesto?, ¿tengo
que medir mi felicidad con el nivel que sea capaz de alcanzar en la “escala
Jordan”?
Aquí tenemos el verdadero peligro del mito, que establece
unos baremos con los cuales nos estamos comparando continuamente; hoy en día es
sencillo, a través de las redes entran en nuestra vida, lo sabemos
prácticamente todo de ellos, es casi como si los conociéramos desde siempre.
Pero no nos lo cuentan todo, no hay ni rastro del sufrimiento que padecieron
para alcanzar la categoría de mitos, todo es belleza, no hay dolor, y la vida
también es dolor. Sin embargo el dolor no vende.
Quizás, como nos indica Eliade, solo se trate de una
confusión: una cuestión semántica.
Desde hace más
de medio siglo, los estudiosos occidentales han situado el estudio del mito en
una perspectiva que contrastaba sensiblemente con la de, pongamos por caso, el
siglo XIX. En vez de tratar, como sus predecesores, el mito en la acepción
usual del término, es decir, en cuanto «fábula», «invención», «ficción», le han
aceptado tal como le comprendían las sociedades arcaicas, en las que el mito
designa, por el contrario, una «historia verdadera», y lo que es más, una
historia de inapreciable valor, porque es sagrada, ejemplar y significativa.
(Mircea
Eliade, “Mito y realidad”. Editorial Labor, 1991)
Es decir, que como nuestros antepasados, hayamos creído y
tomado como verdadera la mítica historia de un hombre que una vez se convirtió
en Dios y bajó a la tierra para ganar un partido, en lugar de entender la vida
de Michael Jordan como un cuento con final feliz, enormemente inspirador, sí, y
con la vocación de que su ejemplo pueda ayudar a cuanta más gente mejor, también, pero sin que empuje a nadie a creer que alguien puede volver a repetirlo y
condicionar su vida por ello, porque eso es, sin ningún tipo de duda, imposible,
y retaré en singular duelo de espadas a primera sangre a cualquiera que piense
lo contrario. Es lo que tienen los mitos.
[1] Jugador debutante.
[2] Most Valuable Player: Mejor
Jugador.
[3] Palmarés: Campeón de la NCAA (1982). Rookie del Año de la NBA (1985).
Mejor quinteto de rookies de la NBA (1985). Mejor Defensor de la NBA (1988). 6
veces Campeón de la NBA (1991, 1992, 1993, 1996, 1997 y 1998). 5 MVP de la
Temporada (1988, 1991, 1992, 1996 y 1998). 6 MVP de las Finales de la NBA
(1991, 1992, 1993, 1996, 1997 y 1998). 10 veces Mejor Quinteto de la NBA
(1987-1993, 1996-1998). 9 veces Mejor Quinteto Defensivo (1988-1993,
1996-1998). 14 veces All-Star de la NBA (1985-1993, 1996-1998, 2002-2003). 3
MVP del All-Star Game de la NBA (1988, 1996 y 1998). 2 veces campeón del
Concursos de Mates de la NBA (1987 y 1988). 2 Medallas de Oro Olímpicas (1984,
1992). Fuente: Wikipedia.
[4] Sebreli, J. J. (2010). Ensayo contra el mito del Che Guevara. Santander:
Revista Santander.
https://revistas.uis.edu.co/index.php/revistasantander/article/view/8828
[5] LÉVI-STRAUSS, C. “Mito y significado” Las conferencias de Massey de
1977.
[6] GARCÍA, C. “Diccionario de mitos”, p. 3.
[8] Larry Bird, jugador de leyenda de los Boston Celtics, declaró tras
finalizar el partido: “No creo que nadie sea capaz de hacer lo que Michael nos
ha hecho esta noche. Es el jugador más increíble del mundo ahora mismo. Creo
que esta noche Dios se ha disfrazado de jugador de baloncesto”. Fuente: Diario
AS, 2016
BIBLIOGRAFIA.
García Gual, C. (1997). Diccionario de mitos. Barcelona, Planeta.
Duch, Ll. (1995) “El mite i la seva definició”, a: Duch, Ll. Mite i cultura. Aproximació a la logomítica I. Barcelona: Publicacions de l’Abadia de Montserrat.
Eliade, M. (1985) “La estructura de los mitos”, a: Eliade, M. Mito y realidad, Barcelona, Labor.
Lévi-Strauss, C. (1992) “La estructura de los mitos”, a: Lévi-Strauss, C. Antropología estructural. Barcelona: Paidós.
Lévi-Strauss, C., & Arruabarrena, H. (1987). Mito y significado.
Noah, Harari Y. (2015). Sapiens. De animales a dioses. Barcelona, Debate.
Fuente fotografía de portada: Arvell Dorsey Jr.