26 de octubre de 2018

¿Qué nos hace humanos?



Me atrevo a imaginar que el gran medievalista francés Georges Duby debiera sentir el mismo miedo del que habla al pensar en sus colegas historiadores del siglo XVIII [1] (en referencia a la gran cantidad de información de la que disponían) que sus otros colegas más fascinados por los hechos que se desarrollaron hace de 6 a 7 millones de años, aunque en este último caso, su miedo pudiera ser fruto más bien de las enormes lagunas que debería afrontar.

De hecho, arqueólogos y paleoantropólogos, sólo han contado hasta hace relativamente poco, con los vestigios materiales de los yacimientos objeto de sus estudios, aunque conviene tener siempre presente que no dejan de ser una ínfima parte de la muestra original. No es de extrañar entonces que éstos se hayan venido utilizando como herramienta cronológica y clasificatoria, refiriéndose siempre a ellos a la hora de establecer periodos.

No ha sido hasta la aplicación en el estudio de la historia de disciplinas científicas como la etoprimatología, la etnología, la arqueología experimental o la ecoetología cuando se han podido superar los anteriores criterios que relacionaban la aparición del género homo con la fabricación de las primeras herramientas de piedra. 

Dos hechos relevantes vendrían a confrontarse a la clásica afirmación, por un lado, el descubrimiento de los restos del “Australopithecus garhi” (Etiopía, 2.500.000 años)[2] que se asocian con marcas en huesos de animales producidos por herramientas líticas, lo que probaría, per se, su uso anterior a la aparición del género homo. Por otro lado, y gracias a la etología, se ha comprobado que diversos primates son capaces de fabricar herramientas con elementos vegetales (madera, hojas,...), la naturaleza de las mismas haría muy complicada su conservación hasta nuestros días, pero cabe suponer que si, por ejemplo, chimpancés actuales son capaces de utilizar palos para coger hormigas, sorber el agua de lluvia recogida en una hoja o defenderse, sea poco menos que imposible imaginar a nuestros primeros ancestros homínidos sin la misma capacidad.

Por tanto, parece lícito pensar que la fabricación de herramientas, sean o no de piedra, no sea un elemento diferenciador de nuestra propia especie (homo sapiens), siquiera tampoco del género homo. Sería por tanto una característica común a toda la familia de los homínidos a la que pertenecemos, incluyendo por supuesto a los grandes simios : chimpancés, bonobos, gorilas y orangutanes. 

La pregunta en este punto se hace entonces evidente, si no es la capacidad de fabricar herramientas, ¿qué es lo que nos define como humanos? 

La respuesta a esta pregunta puede ser abordada desde diversos ángulos. Quizás el lingüista nos convenciera de que sólo con la aparición del lenguaje nos diferenciamos del resto de los animales, pero sólo hasta que los biólogos nos hablaran, por ejemplo, de la complejidad de la comunicación entre ballenas o delfines. No sin antes hablar con el filósofo, que podría argumentar que sólo nos convertimos en humanos cuando llegamos a preguntamos, precisamente, qué es lo que nos convierte en humanos. 

En cualquiera de estos dos ejemplos, lingüistas y filósofos, no tendrán ningún problema en razonar su tesis mediante diferentes argumentos, pero en última instancia, se enfrentarán a las mismas dos cuestiones, estas son, ¿cuándo sucedió? y ¿de qué evidencias científicas se dispone para apoyar la tesis? 

El cuándo se presenta como una pregunta de capital importancia ya que, evidentemente, todos somos capaces de enumerar hoy en día multitud de nuestras diferencias con el resto del reino animal, unas más evidentes que otras, aunque convenga en ocasiones no generalizar en este aspecto y tener presente que no siempre será nuestra especie la que reciba la mejor valoración. En definitiva, nos estamos preguntando cuándo porque buscamos el primer hecho diferenciador, en qué momento nos convertimos en humanos, para ello deberemos huir del antropocentrismo que tan bien (y también) nos define como especie, pero volvamos a la pregunta inicial, ¿qué nos define como humanos?

Historiadores, arqueólogos y paleoantropólogos han encontrado en la preocupación por la muerte un hecho diferencial primigenio que les permite situarlo además cronológicamente y argumentarlo gracias al registro fósil. La clave son los enterramientos, su práctica implica una elevada capacidad de reflexión y auto-consciencia, una preocupación trascendente por su futuro, demostrando que se hacían unas primeras preguntas que ningún otro animal se había hecho hasta entonces. Se había plantado la semilla de la preocupación religiosa, que más adelante, en el Neolítico, formaría la base de nuestras religiones actuales. 

Superado el qué (nos define como humanos) y el cómo (gracias al registro fósil), nos enfrentamos, en mi opinión, a la principal cuestión, ¿cuándo?, su respuesta implica el hecho contradictorio de que quizás, en definitiva, no hayamos sido la única especie que pueda haberse considerado humana según este criterio. En 1886, fue descubierta en la cueva de Brèche (Bélgica), una sepultura Neanderthal que, en principio, no fue calificada como tal por las implicaciones que conllevaba aceptar ese nivel de reflexión en una especie extinta diferente de la nuestra. Se entiende ahora mejor la necesidad de dejar a un lado nuestro antropocentrismo para abordar la cuestión inicial de este texto. 

Es posible que ateos, incluso agnósticos, quisieran presentar alguna objeción a estas conclusiones, argumentando especialmente los primeros, que el ser humano no tiene por qué ser espiritual, mi respuesta a ambos sería que, sin duda, un hombre de Neanderthal que se hubiera definido a sí mismo como ateo o agnóstico podría recibir, sin duda y de forma directa, la calificación de humano al igual que lo definía su religiosidad, simplemente por la complejidad conceptual que implicaría, otra cosa sería que pudiera verse reflejado también en el registro fósil.

Intentar encontrar lo que nos define como humanos no es desde luego una cuestión baladí, tengo que confesar que he estada dándole innumerables vueltas al asunto. Dejando a un lado el cuándo, así como la posibilidad o no de demostrar cualquier afirmación que pueda hacerse para contestarla y, en la medida de posible, mi propio antropocentrismo, tengo la intuición de que la respuesta no puede ser única y que con el avance de las disciplinas científicas y los métodos que estudian el comportamiento de los animales van a ir reduciéndose poco a poco. 

He tenido tentaciones de hablar del pensamiento abstracto, aunque sin haber profundizado, tengo la impresión de que estamos todavía tan solo rascando la superficie de las capacidades de determinadas especies. No me atrevo tampoco a hablar de sentimientos como el amor, el perdón, el altruismo o la capacidad de superación como propios únicamente de nuestra especie.

Me he dado cuenta también que hay quien piensa que no existe absolutamente nada que nos diferencie como especie, y que nuestra característica principal es que llevamos algunos factores cruciales a unos niveles superiores. Quizás sea la antítesis del antropocentrismo y aunque es tentador hablar desde el extremo opuesto del concepto del que pretendía huir, tampoco creo que sea del todo correcto.

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[1] Duby, G. (1988). “Un nominalismo moderado”. A: Diálogo sobre la historia. Conversaciones con Guy Lardreau (cap. I, pág. 40). Madrid: Alianza. 
[2] Serrallonga, J. (2005, febrer). “Hominización”. La Vanguardia Magazine (pág. 45)


12 de mayo de 2018

Nuevo punto de vista renacentista

 

Que gran suerte haber vivido en esta época, parece que por fin la humanidad se ha propuesto transformar el mundo. No digo que las causas de todos los fenómenos que nos envuelven no sean importantes, pero nada en comparación con la propia manifestación de la naturaleza. Mi nombre no importa, pero déjame decirte que hace ya muchos años vine a Florencia, en busca de esas nuevas investigaciones que se anunciaban por doquier. Mi curiosidad y mis ganas de aprender fueron pronto recompensadas, ¡aquí no importaba mi origen humilde! Así que pronto fui capaz de prosperar, mis conocimientos sobre el trabajo del cuero me permitieron pronto abrir mi propio negocio, a los pocos años ya comerciaba con todas las ciudades del mediterráneo y ahora espero mi último día con paz y sosiego.

Que gran suerte haber disfrutado de los conocimientos y el arte de Leonardo da Vinci, cuyo interés por la realidad de las cosas y su relación entre ellas nos transmitió a todos un interés especial por la naturaleza, por el mundo que nos rodea. Sus experimentos nos han maravillado, yendo más allá de los clásicos nos ha demostrado que podemos avanzar, que nuestras vidas pueden ser mejores gracias al nuevo conocimiento científico.

Y qué decir de Copérnico, sus avances en matemáticas demostraban que se podía ir más allá de los dogmas establecidos en las Sagradas Escrituras, que existen otras vías de conocimiento que solo dependen del estudio y la experimentación. Ya no hay miedo, bueno, quizás un poco, y si no que se lo pregunten a Galileo, que tras haber inventado una herramienta científica tan increíble como el telescopio, ha puesto en jaque a la mismísima Iglesia, y su monopolio de la verdad, cuyos poderosos tentáculos no ha podido más que obligarle a que reniegue. El nuevo método científico de Galileo se ha configurado como la herramienta más poderosa contra la creencia y el misticismo cristiano.

Otra lucha requiere de una especial mención, pero esta vez se trata de una lucha interior, la que tuvo Kepler contra sus propias creencias y convicciones. Erguido sobre los hombros de Tycho Brahe, no pudo más que dimitir del modelo aristotélico vigente durante 2.000 años, ¡qué coraje! Esa órbita elíptica se me aparece ahora a mi como mucho más perfecta al ser fruto tanto del esfuerzo humano como de la caída de un muro que nos ha mantenido ciegos durante demasiados siglos.

No es que no me preocupe lo que me espera en la otra vida, si es que la hay, pero aquí hay mucho de lo que disfrutar, muchos amaneceres, muchas puestas de sol, muchas mujeres a las que amar y muchas cosas que entender. Soplan nuevos vientos, sin duda. 

7 de abril de 2018

Extraño final medieval

 

Recuerdo cuando fui a ver a mi Señor a su castillo, me dijo que no podía hacer nada por mí, que mi padre ya era porquero al servicio de su padre, y que mi abuelo fue porquero al servicio de su abuelo, que así había sido siempre y que siempre sería así, tal era la voluntad de Dios y ningún hombre podía hacer nada para cambiarla. Pero yo sufría, y mis hijos morían de hambre a causa de lo mala que había sido la cosecha ese año. ¡Qué podía hacer! Era imposible alimentar a mis cerdos aunque trabajaba sin descanso de sol a sol. Mi párroco decía que habíamos hecho algo malo, por lo que siempre me sentí culpable, y que todo lo que debíamos saber estaba en ese libro que siempre levantaba orgullosamente y con el que parecía querer golpearnos continuamente, pero yo tampoco entendía demasiado bien sus largos sermones, solo recuerdo el miedo que sentía desde pequeño al entrar en la penumbra de la casa de Dios, con esas extrañas pinturas en las paredes, que parecían escrutarme el alma.

Sudaba sangre para pagar los diezmos, e iba a la iglesia tal como se me exigía, pero nunca entendí el porqué de los castigos que nos enviaba nuestro Señor. Sabía que el fin de los tiempos estaba cerca, de eso no tenía la menor duda por la vehemencia con la que lo anunciaban, y me esforzaba por seguir el camino correcto, sino fuera por el convencimiento de la felicidad que me espera ahora, al final de todo este sufrimiento, no sé cómo lo hubiera resistido. Hoy, por fin, el sol ha dado para mí su última vuelta, y no deja de ser curioso verme aquí, desangrándome lentamente debajo de este maldito carro, sin posibilidad de recibir ayuda, cuando todo lo vivido, toda la dureza de mi existencia, cobra más sentido si cabe, ya que voy a reunirme por fin con mi Creador. Pero… un momento… ¡no voy a poder recibir confesión!, maldita sea mi hora… espero que mi Creador no sea tan desgraciado como el párroco que me ha obligado a hacer este viaje…

3 de marzo de 2018

Cómo conocemos según Aristóteles


Los sentidos nos permiten obtener la información. El sentido común ordena y unifica esa información. La imaginación crea la imagen en nuestra mente y la memoria la retiene. En este punto ya se ha producido el trasvase de información (de la naturaleza a nuestra mente), pero ahora tenemos que procesarla, tenemos que entenderla y por tanto, conocerla. En un primer momento interviene el entendimiento agente, que asigna el objeto a una categoría general, para pasar al entendimiento paciente, que a partir de ese momento será capaz de identificar objetos similares a la categoría asignada. 

10 de febrero de 2018

La formación del mundo según Platón


El Timeo es el intento de Platón de explicar la formación del cosmos a partir de un sistema basado en un método racional: las matemáticas. Partiendo del desorden, del caos, el Demiurgo (el artesano), creó el mundo sensible tomando como modelo el mundo inteligible de las ideas. Una vez finalizada su obra el artesano se retira, dejando al hombre solo. Me parece interesante remarcar la diferencia en este punto con las religiones del libro, la tarea del Demiurgo se limita a la ordenación, no hay en realidad creación, la materia estaba allí, solo hacía falta la acción bienintencionada del gran artesano.