Que gran suerte haber vivido en esta época, parece que por fin la
humanidad se ha propuesto transformar el mundo. No digo que las causas de todos
los fenómenos que nos envuelven no sean importantes, pero nada en comparación
con la propia manifestación de la naturaleza. Mi nombre no importa, pero déjame
decirte que hace ya muchos años vine a Florencia, en busca de esas nuevas investigaciones
que se anunciaban por doquier. Mi curiosidad y mis ganas de aprender fueron
pronto recompensadas, ¡aquí no importaba mi origen humilde! Así que pronto fui
capaz de prosperar, mis conocimientos sobre el trabajo del cuero me permitieron
pronto abrir mi propio negocio, a los pocos años ya comerciaba con todas las
ciudades del mediterráneo y ahora espero mi último día con paz y sosiego.
Que gran suerte haber disfrutado de los conocimientos y el arte de
Leonardo da Vinci, cuyo interés por la realidad de las cosas y su relación
entre ellas nos transmitió a todos un interés especial por la naturaleza, por
el mundo que nos rodea. Sus experimentos nos han maravillado, yendo más allá de
los clásicos nos ha demostrado que podemos avanzar, que nuestras vidas pueden
ser mejores gracias al nuevo conocimiento científico.
Y qué decir de Copérnico, sus avances en matemáticas demostraban que se
podía ir más allá de los dogmas establecidos en las Sagradas Escrituras, que
existen otras vías de conocimiento que solo dependen del estudio y la
experimentación. Ya no hay miedo, bueno, quizás un poco, y si no que se lo
pregunten a Galileo, que tras haber inventado una herramienta científica tan
increíble como el telescopio, ha puesto en jaque a la mismísima Iglesia, y su
monopolio de la verdad, cuyos poderosos tentáculos no ha podido más que
obligarle a que reniegue. El nuevo método científico de Galileo se ha
configurado como la herramienta más poderosa contra la creencia y el misticismo
cristiano.
Otra lucha requiere de una especial mención, pero esta vez se trata de
una lucha interior, la que tuvo Kepler contra sus propias creencias y
convicciones. Erguido sobre los hombros de Tycho Brahe, no pudo más que dimitir
del modelo aristotélico vigente durante 2.000 años, ¡qué coraje! Esa órbita
elíptica se me aparece ahora a mi como mucho más perfecta al ser fruto tanto
del esfuerzo humano como de la caída de un muro que nos ha mantenido ciegos
durante demasiados siglos.
No es que no me preocupe lo que me espera en la otra vida, si es que la hay, pero aquí hay mucho de lo que disfrutar, muchos amaneceres, muchas puestas de sol, muchas mujeres a las que amar y muchas cosas que entender. Soplan nuevos vientos, sin duda.
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