Ana Cagigas
La ocultación de los referentes feministas puede producir en las mujeres —y en los hombres— la falsa impresión de que los problemas que afrontan solo les afectan a ellas como individuo. El desconocimiento de las estructuras patriarcales, las luchas previas, los éxitos conseguidos y los avances logrados pueden mantener en la ignorancia generaciones enteras de mujeres, impidiendo que se rebelen contra estas estructuras simplemente porque no son conscientes de que pueden hacerlo y que, de hecho, tienen el derecho a alzarse. Rebelarse con plena consciencia, además, de que otras lo hicieron antes con enorme perjuicio para ellas, pero esperando que sus acciones pudieran tener repercusión más allá de ellas mismas y de su tiempo.
A través de los temas planteados por los
personajes de las novelas Temporada de
huracanes, de Fernanda Melchor y L’últim
patriarca, de Najat El Hachmi, trataré de desenmascarar —desde una
perspectiva también sociológica— algunas de las estructuras que se encuentran
ocultas tras sus historias.
Gracias al análisis de algunas de esas
situaciones, todavía hoy en día ampliamente aceptadas y toleradas incluso en
nuestra confortable nube occidental —y con la ayuda de la bibliografía primaria
y secundaria referenciada al final de este ensayo— intentaré proponer, de forma
muy esquemática, alguna de las muchas soluciones que será necesario adoptar,
así como mostrar los matices de alguna otra aparentemente más obvia.
A priori, la educación como respuesta a la
ignorancia o el desconocimiento parece una razonamiento lógico e intuitivo. Al
final de este ensayo espero haber argumentado de forma suficiente y razonable que
no siempre es así, y que existen fuerzas poderosas —aunque no tan evidentes—
que silencian, minimizan y eliminan una memoria nada conveniente para el
patriarcado.
Antes de entrar en materia, hemos de ser capaces
de manejar con cierta soltura algunos conceptos clave que nos ayudarán a captar
mejor los temas que se encuentran (no tan) ocultos tras las obras que vamos a comparar.
Son conceptos que sobrevuelan constantemente nuestro día a día pero que
considero pertinente fijar de manera breve. El primero de ellos, ya utilizado
en este ensayo, es el patriarcado, Ana D. Cagigas lo define magistralmente del
siguiente modo:
[…]
la relación de poder directa entre los hombres y las mujeres en las que los
hombres, que tienen intereses concretos y fundamentales en el control, uso,
sumisión y opresión de las mujeres, llevan a cabo efectivamente sus intereses.
[…] Esta relación de poder provoca desigualdad entre los dominadores: los
hombres, y los subordinados: las mujeres.” (Cagigas, p. 307)
Es esta pervertida relación de poder —esta condena
(El Hachmi, p. 10)— la que lo atraviesa absolutamente todo. De forma sutil e
insospechada, a través del maltrato a Yesenia por parte de su abuela en la obra
de Fernanda Melchor y, de un modo mucho más evidente, reflejado en el
comportamiento de Mimoun en la novela de Najat El Hachmi.
Será necesario también atender al concepto de
rebelión, especialmente si lo hacemos al modo en que la entiende Giovanna Mérola:
El
feminismo es un movimiento de rebelión contra un orden no natural, por tanto
modificable. No es una ideología porque, al contrario de ésta, no es una
justificación de un orden e intereses materiales existentes, una justificación
de la explotación de las mujeres, en cuanto a sexo; todo lo contrario, desenmascara
los mecanismos que mantienen esta situación de opresión. (Mérola, p. 114)
Y es que conviene preguntarse, ¿qué otra
respuesta puede haber?, ¿qué otra opción queda ya que no sea rebelarse contra
un statu quo que duele físicamente a poco que uno tenga el coraje de
profundizar en el mundo que nos muestran nuestras autoras?
Hablaremos también de educación, a la que todas
y todos sentimos siempre la irremediable tentación de acudir en busca de ayuda
y consuelo:
Una
de las estrategias didácticas esenciales de la educación de la diferencia
sexual es resaltar las figuras femeninas con autoridad dando ejemplos de
libertad femenina y de las maneras en que logran realizar sus deseos, lo que
permite pensarlas por las alumnas y alumnos que están interesados en este
feminismo de la diferencia. (Barffusón, p. 367)
Pero que, quizás, no sea en este caso la panacea
que esperamos, por lo menos si no corregimos antes algunas tremendas desviaciones.
Por supuesto, hablaremos con más detalle de este punto más adelante.
Por último introduciré los referentes; se trata,
en definitiva, de los puntos de anclaje o los faros que nos guían en la
oscuridad, que necesitamos para no sentirnos en soledad —especialmente quien
sufre algún tipo de opresión— y que, en el caso que nos ocupa, permitiría aprovecharse
de las luchas ya realizadas y del dolor sentido antes por tantas otras:
El
eco reivindicativo de todas las mujeres que nos antecedieron –que supieron
decir que no, incluso a riesgo de ser calcinadas en la hoguera que la
inmundicia y la ignorancia alimentó– generó una cadena a lo largo de los siglos
que desembocó en lo que Adrienne Rich llamó “el despertar de la conciencia”,
que se hizo colectiva. (Martínez-Gómez, p. 2)
Es lo que pienso necesitan las protagonistas de
las dos obras: referentes, modelos en los que descubrir otros comportamientos,
diferentes patrones más allá de los estereotipos que han conocido. Otras
maneras de afrontar las situaciones en las que se han visto obligadas a vivir.
Que las permita sentirse parte de un todo en el que ya se han ganado algunas
importantes batallas y que las lleve fuera del universo horrible en el que se
encuentran en absoluta soledad.
A través de una lectura atenta, analítica,
crítica y contrapuntal de las obras de Fernanda Melchor y Najat El Hachmi, he
buscado las situaciones y los personajes que me permiten ejemplificar mejor y
trasponer las motivaciones de las autoras y su relación con la temática que me
ha parecido más interesante y que expondré más adelante.
Pero tratemos ya de entrar en materia. Empezaremos
con la siguiente pregunta, ¿son conscientes las protagonistas de la existencia
del patriarcado? No por obvio debemos dejar de mencionar la evidencia de que el
primer paso para hacer frente a una dificultad es conocer el problema al que te
enfrentas, ser consciente de él.
Atendamos a lo que nos comenta la profesora Montserrat
Cabré a propósito de Gerda Lerner:” buscaba ofrecer una contraparte a la
historia del patriarcado trazando el pensamiento y la acción de muchas mujeres
que, antes de la eclosión del activismo feminismo político, resistieron y
subvirtieron el orden patriarcal” (Cabré, p. 420). O, en otras palabras, de
cómo Gerda Lerner iniciaba esa recuperación de la memoria de los referentes
feministas cuando el feminismo todavía no existía como tal. Quizás sorprenda
remarcar que nos encontramos todavía, con Gerda Lerner, en el s. XX, por lo que
no cabe duda de lo tarde que se inicia esta reparación y del largo camino que
nos queda por recorrer.
Es así como se me plantea la situación de las
protagonistas de las dos obras que sirven de base para nuestra argumentación
frente al patriarcado: son completamente ajenas a él, no existe para ninguna de
ellas. Es por eso por lo que el conocimiento y la consciencia del patriarcado,
oculto para ellas, sería un paso previo necesario sobre el que podrían actuar
los referentes:
I tot d’una es va esdevenir un d’aquells fets que faria de
Mimoun algú diferent de qui havia de ser, un fet que a hores d’ara ningú no
coneix o qui el coneix n’ha fet silenci. (El Hachmi, p. 15)
Como decía, ninguna de las protagonistas de las
dos novelas es consciente de la existencia del patriarcado, con la única excepción
de la hija de Mimoun —que sólo lo es de forma retroactiva— lo que impide que les
sea posible librarse de la culpa que este
hace caer sobre ellas:
Pero
Norma no estaba lista para contarle a Luismi sobre Pepe; ni siquiera quería
pensar en él y las cosas que habían estado haciendo, porque si llegaba a
contarle lo que realmente había pasado, él se daría cuenta de la persona tan
horrible que Norma era, y se arrepentiría de haberla ayudado, y la correría de
su casa y la enviaría de regreso a la oscuridad […]. (Melchor, p. 94)
Por otro lado, ¿en qué medida el acceso libre a
la educación —para mujeres y hombres— tal como la conocemos, permitiría
disminuir el sufrimiento de las protagonistas?
Aceptar la hipótesis de que la educación podría
ser una solución para que nuestras protagonistas pudieran liberarse del mundo
patriarcal en el que viven, sería dar por hecho que esta dispone ya de una
perspectiva feminista.
Es sólo ese punto de vista feminista el que
podría aportar las herramientas para poner al alcance de las mujeres esos
referentes tan necesarios para hacerlas conscientes de su capacidad de
rebelarse contra las injusticias que padecen. Pero ¿es cierta esa suposición?
Ana López-Navajas y Ángel López García-Molins nos demuestran en su trabajo El
desconocimiento de la tradición literaria femenina y su repercusión en la falta
de autoridad social de las mujeres que no es así. Veamos brevemente algunas
de sus conclusiones.
Tomando como ejemplo de su estudio el periodo
que va del siglo XII al XVIII, y analizando el número de escritores y
escritoras que se incluyen en los manuales de literatura de 3º de ESO, llegan a
terribles conclusiones:
El
resultado de las escritoras presentes en los manuales de las tres editoriales
en estos periodos resulta significativo: entre los siglos XII y XVIII, durante
más de 600 años, en un periodo que va desde la Edad Media hasta la Ilustración
solo encontramos una única escritora y citada (con la sola mención de su
nombre) entre 65 escritores: Santa Teresa de Jesús. (López-Navajas & López
García-Molins, p. 9)
La invisibilización es sobrecogedora.
Probablemente el dato sorprendiera a nuestras protagonistas —aunque necesitaran
más ayuda que sorpresas— pero lo más desconcertante es la ignorancia, frente a
estos datos, que tenemos la población en general y lo peligroso que resulta
emitir opiniones desde una ignorancia sesgada per la demonización del
feminismo, a la que estamos asistiendo en los últimos años.
El porcentaje mejora un poco en el siglo XX
—temario para los alumnos de 4º de ESO— pero conviene no alegrarse demasiado:
Frente
a los 224 escritores que aparecen en el canon general del siglo XX, se
presentan 24 escritoras, un 10,7%. El canon español muestra un porcentaje de
presencia femenina del 12%, 20 escritoras entre 147 escritores. (López-Navajas
& López García-Molins, p. 10)
El sesgo es tan desproporcionado que uno tiene
la tentación de retirar de manera inmediata la educación de la lista de
soluciones posibles, a menos que antes sea revisada esta desviación que no
dispone de argumentación razonable más allá de su relación con el patriarcado. Las
repercusiones son evidentes en el aprendizaje de las mujeres:
A
las mujeres y a las escritoras en concreto, esta exclusión las hace parecer
advenedizas, ya que ni se reconocen sus contribuciones ni el orden simbólico de
donde parten. De este modo, quedan sin modelos y sin tradición donde anclarse,
“Con gran parte de la historia propia hurtada, sentimos confusamente que no
somos herederas legítimas de ese mundo” (Valcárcel, 2008, 83). Esto las excluye
de nuestras referencias culturales y epistemológicas y las sitúa en una
precaria posición social. (López-Navajas & López García-Molins, p. 10)
Por último, ¿qué papel juegan los referentes
feministas? En realidad, este es el punto que hace saltar la liebre y el que se
constituye como motivo principal de la elección del tema del presente ensayo. Lo
provoca la hija sin nombre, la protagonista de L’últim patriarca, y es
que “la filla de Mimoun pensa que no hi ha hagut cap supermana a la història”
(El Hachmi, p. 155). A pesar de las barbaridades que acontecen a prácticamente
todas las mujeres de las dos novelas, es una reflexión que me produce profunda
tristeza, aunque también algo de esperanza. Un punto de esperanza al que asirse
—retirar ese velo de ignorancia— en contraposición con las diferentes
protagonistas —Norma, Yesenia o la Bruja— de Temporada de huracanes, para las que parece que no hay ninguna
esperanza ni atisbo de sororidad. Escuchemos a Marco Antonio Islas hablándonos
acerca de ello:
En
última instancia, se trata de una ficción que relata la historia de un acto de
violencia principal, rodeado de muchos otros, narrados a través de distintas
voces que se encuentran aisladas sin ninguna escapatoria de aquella vorágine de
violencia. (Islas, p. 263)
La hija de Mimoun es la única que tiene acceso a
un referente, alguien en quien poder ver algo diferente a lo que ha vivido en
el seno de su familia, su antigua maestra es la única excepción, tal como nos
dice Katarzyna Moszczyńska:
De
hecho, el personaje siente una gran confusión y lo que desde la perspectiva
posterior llamará la crisis de identidad al no saber cómo responder ante las
expectativas y los deseos contradictorios: se pregunta, por ejemplo, cómo
cumplir la prohibición de hablar con los chicos de su edad, de vestir
pantalones o usar tampones, impuesta por su familia, y la necesidad de ser como
otras compañeras de la escuela para no “parecer rara” (2010: 290). “Todo era un
problema y yo cada día salía menos, a las nueve en casa, a las ocho en casa, a
las siete en casa, cuando sea de noche en casa, e iba al revés que el resto del
mundo” (2010: 290). Inmersa en este caos de necesidades y prohibiciones
contradictorias, encuentra entendimiento y apoyo en su antigua maestra que le
brinda respaldo emocional e intelectual al sugerirle lecturas que abren nuevas
perspectivas hermenéuticas y motivarle para encontrar libertad en la escritura.
(Moszczyńska, p. 282)
En realidad, su antigua maestra es su supermana,
pero ella no lo sabe todavía. Y es quizás el hecho de verbalizar esa negación
de la existencia de referentes la que inicia el camino hacia la recuperación de
su vida. Tampoco es consciente aún de que, en su propia mente, está asistiendo
ya al otoño del patriarca, si se me permite citar en este punto al grandísimo
García Márquez.
Norma, Yesenia o la Bruja, en cambio, no tienen
nada parecido a eso, no hay un solo personaje femenino —ni masculino— que pueda
adoptar ese rol. En ambas novelas, con la mencionada excepción de la maestra, son
las mismas mujeres las que contribuyen a la perpetuación del patriarcado
—siendo también ellas víctimas directas de él— con constantes actitudes completamente
machistas.
Su guerra, aunque no lo sepan, es también la batalla
contra un sistema que no es más que otra de las formas de expresión del
patriarcado, que no sólo no las entiende porque está dentro de él, sino que las
maltrata de forma cruel e injusta:
Norma
gritaba aterrada pero de su boca no salía ningún sonido, y cuando volvió a
despertarse ya no estaba sobre el colchón de la casita sino echada de espaldas
sobre una camilla […] bajo la mirada asqueada de la trabajadora social y el eco
de sus preguntas: quién eres, cómo te llamas, qué te tomaste, dónde lo botaste,
cómo pudiste hacerlo. (Melchor, p.117)
Tal como avanzaba al principio de este ensayo
uno tiende a pensar ingenuamente que todos los problemas que les son planteados
a las protagonistas de ambas novelas podrían ser resueltos con una mejor
educación en clave feminista o, simplemente, una mejor educación. Hay que
admitir también que existe la posibilidad de caer en la tentación de considerar
la educación como el bálsamo para todos los problemas, aunque sin miedo tampoco
a considerarla como uno de los factores más relevantes. En todo momento he
tratado de situarme en una situación de equilibrio al respecto.
La realidad parece ser que antes de fiar nuestras esperanzas a la educación real —no la ideal que podríamos tener en nuestra cabeza— deberíamos echar un vistazo y darnos cuenta del proceso de silenciamiento, invisibilización y eliminación que ha tenido lugar a lo largo de la historia, tal como han demostrado con su estudio Ana López-Navajas y Ángel López García-Molins. Es un proceso que nos ha afectado a todos sin saberlo, sin ser conscientes de ello, de ahí su enorme peligro, dado que extiende la falsa sensación de inexistencia de abajo hacia arriba y se constituye en una auténtica supresión del 50% de la memoria de la humanidad.
No podemos dejarnos en manos de una educación
que no haya sido analizada de forma crítica desde un punto de vista feminista
que incluya a todas las mujeres que, a lo largo de la historia, han contribuido
a llegar donde estamos.
La educación pública —principalmente en la etapa
de formación, pero también en las edades adultas— debe ser el medio natural de
transmisión del conocimiento adquirido y los avances realizados por esos referentes.
Es la institución de la educación la que debe proporcionar esos referentes que
permitan a la mujer ser consciente de que los problemas que enfrenta —fruto del
patriarcado— no son ni nuevos ni desconocidos, y es por eso por lo que debe
realizarse una profunda revisión de la institución que permita colocar a la
mujer en el lugar que, por derecho, le pertenece.
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