A la hora de valorar el Satiricón de Fellini (1969), y solo como punto de partida, me gustaría avanzar al lector que debería haber un término medio entre la fabulosa crítica realizada por Roger Ebert para el Chicago Sun Times[1]:
Federico Fellini
describes his "Fellini Satyricon" as a science-fiction film, but one
in which we journey to the past rather than to the future. Directors are
notoriously unreliable as sources of opinions about their own movies, but in
this case, I think Fellini is dead right.
His film is a
fantastical journey to a pre-Christian Rome that resembles no civilization that
ever was, in heaven or on Earth. And it is a masterpiece. Some will say it is a
bloody, depraved, disgusting film; indeed, people by the dozens were escaping
from the sneak preview I attended. But "Fellini Satyricon" is a
masterpiece all the same, and films that dare everything cannot please
everybody.
Y la de Dave Kehr para el Chicago Reader[2], que la califica de:” A shallow,
hypocritical film, without a glimmer of genuine creativity”. Y es en ese espacio
intermedio en el que me situaría a la hora de valorar esta película. Para
alguien como yo, amamantado con la romántica visión de Roma mejor representada
por el Gladiator de Ridley Scott (2000), cuesta desprenderse del positivismo hollywoodiense
del que nos habla el profesor Salvador Ventura y ver más allá de los hechos que
describe – verdaderos o falsos – para adentrarse en la vida misma de los que la
vivieron y dar con otro tipo de cine[3]:
Estas películas no intentan, a diferencia de
los documentales y las películas de ficción, reproducir el pasado, sino que, al
contrario. muestran aspectos que se consideran esenciales de los hechos y
juegan con ellos. suscitando preguntas sobre las certidumbres que sostienen
nuestros estudios e interactuando creativamente con los datos. En definitiva,
una película histórica es una innovación en imágenes de la Historia.
Y eso a pesar de que la
obra de Ridley Scott no anda tan alejada en cuanto a la representación del
poder de los juegos en la sociedad romana[4]:
¿Qué tenía éxito de taquilla en Roma? Los
héroes populares que triunfan sobre la adversidad gracias a su propia destreza.
La emoción de ver matar a seres humanos para tu propia diversión. Por encima de
todo, fue la experiencia sensorial total de los juegos lo que conquistó el
favor del público.
Emoción que tiene su
más limitado reflejo, en la película del magnífico director italiano, en la
escena del teatro, cuando es seccionada, sin aparente importancia, y para
regocijo del público, la mano de uno de los actores.
En cualquier caso, y
alejándonos de esta mirada un poco más fantástica, convendría más aproximarse a
esta obra de Fellini, por la que fue nominado al Oscar en el año 1970, con la
predisposición a sumergirse en un decadente mundo onírico de sensaciones donde lo que se cuenta no es tan importante
frente a cómo se cuenta. Y es que el intenso trabajo de documentación llevado a
cabo por Fellini fue puesto al servicio de la rotura de algunos mitos[5]:
Todo ello lo llevó a cabo con la intención de
un mayor conocimiento sobre la época que iba a tratar, pero, lejos de lo que
pudiera sospecharse en principio, no quería reproducir según un criterio
arqueológico y estético los modelos antiguos, sino que más bien pretendía
evitar a tocia costa esa visión formal de perfección que hasta el momento se
tenía del mundo clásico.
Pero situémonos primero
en el contexto histórico del Satiricón, ¿cuál es exactamente el mundo en el que
nos introduce Fellini? Aunque en una fase tardía, nos lo explica el profesor Lane[6]:
El «mundo clásico» es el mundo de los antiguos
griegos y romanos, unas cuarenta generaciones anteriores a la nuestra, pero
capaz aún de suponer un reto al compartir con nosotros una misma humanidad.
Y es el mismo profesor
Lane el que nos advierte de los peligros de dejarnos caer en el romanticismo de
películas como las mencionadas anteriormente: Gladiator, pero cuyos ejemplos no
faltaran a poco que uno sea medianamente cinéfilo, a saber: Ben-Hur, Cleopatra,
Julio César, Quo Vadis, …[7]:” Los que idealizan el pasado suelen no entenderlo: al querer
restaurarlo, lo mata con su cariño”. Parece ser esa, en última instancia,
la intención de Fellini, evitar que matemos el pasado a fuerza de embellecerlo
exageradamente.
No se sorprenda el osado espectador que se atreva a introducirse en el Satiricón ante la falta aparente de argumento o hilo conductor, ni espere disfrutar de una película al uso, la intención principal de Fellini no era entretener[8]:
Con este material podría Fellini haber
elaborado una obra cerrada, pero prefirió, en consonancia precisamente con sus
características y como medio a través del cual subrayar el carácter
fragmentario e incompleto de nuestra información, acentuarlo aún más, de forma
que toda la película es una especie de sucesión de pequeños tableaux, sin más
conexión, a veces, que la presencia de alguno o algunos de los protagonistas.
Desde una visión
nominalista de la historia, Fellini no pretende reconstruir un mundo del que ya
sólo quedan sus nombres, ni lamentarse por la información perdida a lo largo de
los siglos. Utiliza lo que tiene para presentarnos su propia interpretación de
una época que quizás hayamos idealizado en demasía, olvidando que también
fueron mujeres y hombres corrientes quienes la conformaron y no solo poderosos
emperadores o ilustres senadores con elevados ideales acerca de la democracia.
Mujeres y hombres que disfrutaron, pero sobre todo padecieron, graves
sufrimientos y privaciones, en mayor contraste, si cabe, frente a los niveles
de lujo y opulencia de la élite.
Es ante la visión de
los frescos en la última escena de la película en los que, maltratados por el
tiempo, aparecen los personajes principales de la historia, cuando aparece
nítidamente la intención de Fellini, que nos acaba situando en el presente. Ya
no son unas simples caras desconocidas como las que podríamos visitar
actualmente en Pompeya, ahora conocemos su historia, sus alegrías y sus miedos,
lo que sufrieron y disfrutaron.
Ya no son extraños
anónimos que vivieron en la idealizada cuna de la democracia. Fellini nos
presenta, en definitiva, una opción, su propia alternativa basada, como hemos
mencionado anteriormente, en un cuidadoso y esmerado estudio de la época. Es
esta interpretación novelesca del
mundo clásico, al estilo del grandísimo historiador George Duby[9], el verdadero valor de la
obra de Fellini:
Es, por decirlo así, lo que separa al discurso
del historiador, o histórico, del discurso novelesco; efectivamente, creo que
un libro de historia, que la historia, es un género literario, un género que se
integra en la “literatura de evasión”, al menos en gran medida; que sacia un
deseo de evadirse de uno mismo, de lo cotidiano, de lo que te encierra; de esto
estoy seguro.
Pero la diferencia entre el novelista y el
historiador es que éste está obligado a tener en cuenta cierto número de cosas
que se le imponen; que está determinado por una necesidad de “veracidad”, por
así decirlo, más que, quizá, de “realidad”. En todo caso esto no tiene nada que
ver con la materialidad de estas huellas: la huella de un sueño no es menos
“real” que la de una pisada, o el surco de una carreta en la tierra. Creo que
lo imaginario tiene tanto de realidad como lo material; es necesario que
estemos de acuerdo sobre esto. El historiador no puede borrar todas estas
huellas conscientemente, no puede borrar ninguna. Y está obligado a insinuar su
invención, su parte de imaginación y de creación, en el interior de un
archipiélago.
La huella de la que
habla Duby son esos frescos crepusculares que Fellini ha intentado convertir en
su sueño, sí, pero un sueño plausible y, aunque quizás desmesurado en algunos
momentos, como debe suceder en cualquier novela que se precie, crea una
conexión que nos lleva más allá del tiempo y nos ayuda a entender quienes
fueron esos personajes – ahora personas familiares – que tantas veces vemos en
representaciones antiguas.
Pero tras esta cariñosa,
y quizás demasiado extensa, advertencia introduzcámonos un poco más en el
Satiricón de Fellini. Se trata de una adaptación libre de la obra de Petronio
con guion de Bernardino Zapponi, Fellini nos narra las peripecias de Encolpio y
Ascilto, dos estudiantes en la Roma del s. I d.C., cuya única preocupación
parece ser disfrutar al máximo, sin demasiadas exigencias morales, del corto
periodo de tiempo que les han concedido los dioses para vivir en la tierra.
Estrenada en 1969, nos
presenta, a través de escenas aparentemente inconexas – y no tan aparentemente
– la decadencia de un imperio cuya élite se ha abandonado a todos y cada uno de
los placeres mundanos, deleites de los que, en el momento de máximo esplendor
de su mundo, habían tratado de huir. El resto del pueblo, siempre despreciado,
parece vivir bajo la esperanza de llegar a convertirse en un entretenimiento
para ellos, que les permita alejarse de su penosa existencia.
Nos lo explica Toner y
lo desarrollaremos un poco más a través de una de las escenas más importantes
de la película, la que nos muestra el banquete de Trimalción al que asiste
Encolpio[10]:
Lo que ayudaba a sobrellevar esta enorme
desigualdad en el reparto de la riqueza era la expectativa social de que los
ricos y poderosos compartieran parte de su buena fortuna con los ciudadanos de
a pie. Ya fuese ofreciendo pan subsidiado, pagando espectáculos en los teatros
o fomentando la cacería de animales y el combate entre gladiadores en la arena,
organizando banquetes públicos o construyendo grandes baños en la ciudad, las
viejas élites políticas ofrecían a muchos ciudadanos pobres, especialmente en
la Roma del Imperio, medios para disfrutar de los placeres de una buena vida.
Tal como sucede en este
banquete, uno entre los que frecuentemente ofrece a sus invitados al más puro
estilo del emperador Nerón, y tal como nos explica el profesor Jerry Toner[11]:
No obstante, el crecimiento del Imperio, la
riqueza y los centros urbanos como Roma contribuyó de forma decidida a
incrementar la variedad de experiencias sensoriales al alcance de, al menos,
una parte de la no élite. Asimismo, alteró de manera radical la conducta de la
élite. En lugar de la contención y sobriedad tradicionales, hubo ricos que,
estando en posición de gastar sumas enormes de dinero, optaron por dedicarse al
lujo, parte del cual llegó al pueblo. Eso creaba problemas graves para la
élite, pues se consideraba que el lujo estimulaba sensaciones que tenían un
impacto moral directo y degradante.
Reflejo de lo que el
mismo Toner llama confusión sensorial durante
la República tardía y el Alto Imperio,
con su apogeo en la época en la que se sitúa el Satiricón de Petronio y la adaptación
de Fellini[12]:
Los romanos estaban aprendiendo a usar sus
sentidos de una forma más amplia, pero las tensiones que esta reorganización
sensorial creó se expresaron a través de lo que se percibía como una enfermedad
del cuerpo social. A ojos de los escritores moralistas de la élite, el cuerpo
del varón romano, cuya legendaria reciedumbre le había permitido forjar un
imperio, estaba reblandeciéndose como consecuencia de tanta sensualidad.
Era esa diferente
percepción sensorial lo que marcaba la diferencia entre la élite y el pueblo
llano, no hay más que observar el contraste entre el lugar donde viven Encolpio
y Ascilto, arrasado por un terremoto al principio de la película, y la clásica
villa romana que visitan tras el suicidio de los patricios, que parecen haberse
dado cuenta de que los gloriosos tiempos de Roma están tocado a su fin. Una vez
más, Toner nos da la clave de cómo gestionaban esas percepciones las clases
altas[13]:
La élite usaba los sentidos como un medio de
distinción social. El establecimiento de un cordón sanitario alrededor de la
alta cultura que excluía a la mayoría de la población apelando a un gusto
basado en la riqueza y, por ende, dejaba fuera a la no élite, el «Otro». El
gusto de la élite se estableció a través de medios como el uso de pinturas
lujosas para decorar sus habitaciones o la costosa educación que se requería
para poder leer y apreciar la literatura. Ser un conocedor era lo que contaba,
pues permitía convertir una serie de elecciones arbitrarias en la cultura dominante
y legítima. El gusto se convirtió en un medio de distinción social, y se usó
como prueba de la superioridad cultural de la élite. Con todo, la no élite
podía ser bastante exigente acerca de las cosas que le importaban. Eran
consumidores activos y críticos de los juegos y los espectáculos. Los actores
que estaban por debajo de los estándares exigidos podían pasar un mal rato.
Pero la élite siempre intentó ir más allá de lo sensual. De forma continua se
definieron a partir del rechazo de lo bajo, lo sucio, lo ruidoso y lo
maloliente. En muchos sentidos, era el acto de exclusión lo que constituía su
identidad.
Había también
diferencias más sutiles entre la élite y el pueblo, en este caso sólo reconocibles,
al menos para el que escribe, si se visiona el Satiricón de Fellini en versión
original subtitulada al inglés. Estoy refiriéndome al lenguaje, y es que en V.O.
los subtítulos establecen claramente cuando se está utilizando el latín vulgar,
lo que permite darse cuenta más fácilmente de este importante detalle del que
toma buena cuenta Fellini y del que también nos habla Toner[14]:
Siempre habría una gran área gris entre el
latín más refinado y el habla cotidiano de la gente. Pero, en general, el latín
elevado estaba vedado a la no élite; algo que le tenía sin cuidado, pues este
era irrelevante para sus preocupaciones diarias. La cuestión no era solo de
acento, sino también de tono. La no élite tenía que ser muy cautelosa al tratar
directamente con los poderosos. Su discurso, vacilante, dubitativo, indirecto,
expresaba su subordinación. Usaba la adulación para intentar convencer a sus
superiores sociales de que le proporcionaran lo que quería.
La ostentación del
lujo, que había sido vista desde siempre como un signo de debilidad y
corrupción, era utilizado ahora para controlar a la no élite, ofreciéndoles
unas migajas a cambio de la estabilidad social[15]:
El lujo privado, que no ayuda a nadie y sirve
solo para degradar al individuo, se condenaba con severidad. El programa de
Augusto, en cambio, creaba un mundo sensorial que actuaba sobre el espectador
para producir un beneficio social. […] Representaba la creación de una forma de
gobierno más difusa y penetrante, una que utilizaba experiencias sensoriales
intensificadas para fines políticos.
Aunque no faltaba
ocasión para recordar lo poco que valía una vida y quien retenía claramente el
poder, una vez más, en el banquete de Trimalción, cuando él mismo, acusado de
plagio por el poeta ebrio de vino, lo sentencia a morir abrasado en el horno
sin posibilidad de juicio ni defensa. Ninguno de los asistentes al festín
parece sorprenderse lo más mínimo[16]:” Es importante reconocer que la autoridad de la élite fue siempre una
cuestión de mutuo acuerdo, cooptación e intimidación en igual medida que de
fuerza”, pero más remarcable es, quizás, el hecho de que sean los de su
misma clase social los que cumplan con las órdenes del amo incluso con gusto y
dedicación. ¿Qué hubiéramos pensado de Trimalción si su mausoleo hubiera
llegado hasta nuestros días?, ¿qué imagen hubiéramos tenido de él, de su vida y
sus obras, dos milenios después, leyendo el epitafio que habían preparado?
Suerte que tenemos a Fellini para explicarnos la verdad o, cuanto menos, una
verdad diferente a la que nos habían explicado la mayoría de los libros de
historia y prácticamente todas las películas hasta la fecha.
Y qué decir del papel
de Fortunata, su esposa, humillada y maltratada en público sin ningún tipo de
pudor, fiel reflejo del papel de la mujer en la sociedad romana y cuya labor no
era diferente entre la plebe. Lo refleja perfectamente Juan Crisóstomo tal como
nos recuerda el profesor Knapp[17]:
El papel fundamental de la mujer es ocuparse de
sus hijos, de su marido y de su hogar. La actividad humana se divide en dos
esferas; una perteneciente a la vida fuera del hogar y otra dentro de él; lo
que podríamos denominar esfera «pública» y «privada». Dios asignó un papel a
cada sexo; las mujeres han de encargarse de la casa y los hombres de los
asuntos públicos, de los negocios y de las actividades legales y militares, es
decir, de la vida fuera del hogar.
Y que él mismo concluye[18]:” Siguiendo este ideal, el mundo grecorromano introdujo la afirmación de la inferioridad física y mental de la mujer en todos los intersticios posibles de la vida […] La mujer era un medio para un fin, y probablemente ella se veía de este modo”.
He aquí un pasaje del
Satiricón de Petronio en referencia al papel de la mujer de Trimalción como
muestra, también, del concienzudo ejercicio de documentación que llevo a cabo
Fellini para la realización de su obra[19]:
Entonces por primera vez (pero no última), los
buenos tiempos pasaron a ser tiempos convulsos. Pues cuando un muchacho guapo
entró a formar parte del servicio, Trimalción lo agarró y empezó a besarlo
largamente. Así que Fortunata (la esposa de Trimalción), con el fin de
reivindicar sus derechos ante la ley, empezó a insultar a Trimalción,
llamándole sucio y desgraciado y acusándole de no poder controlar sus impulsos
lujuriosos. El insulto final que le lanzó fue «¡perro!». Trimalción se sintió
ofendido por los insultos y arrojó una taza a la cara de Fortunata. Ella gritó
como si hubiera perdido un ojo, tapándose la cara con manos temblorosas.
Escintila también se alarmó. Estrechó a su aterrorizada amiga contra su pecho
para protegerla.
Diríase que se trata de
un extracto del propio guion de la película.
Muy representativo es,
también, el paseo de Encolpio y Gitón de vuelta a casa. Como la escena del
sacrificio, en la que Fellini nos muestra el importante papel de la magia en la
cultura clásica como medio de comunicación con los dioses o para la adivinación
del incierto futuro, hecho que confirma, por supuesto, Toner[20]:
Mediante la combinación de lo exótico, lo
estrambótico y lo mundano de formas inesperadas, la magia creaba una
experiencia sensorial sobrecogedora. Un rito de iniciación (para qué no está claro)
creaba una confusión sensorial total: «Sobre dos ladrillos puestos de lado,
levantar una hoguera con leña de olivo» y cuando salga el sol «cortar la cabeza
de un gallo blanco y sin mácula», que ha de haberse traído «bajo el brazo
izquierdo». Una vez decapitado el gallo, «sujetarlo sin ayuda. Arrojar la
cabeza en el río y beber la sangre, vertiéndola en la mano derecha, y arrojar
el resto del cuerpo en el altar encendido; luego saltar al río y sumergirse con
la ropa que se lleva puesta, salir del agua caminando hacia atrás y, después,
cambiarse de ropa, alejarse sin mirar hacia atrás. Seguidamente, coger bilis de
búho y frotarse un poco sobre los ojos con la pluma de un ibis», y entonces «la
iniciación habrá terminado».
Rodeados de suciedad, en ese mismo paseo, se percibe el hedor a suciedad e inmundicia que ninguno de los dos parece advertir y que en ningún caso lograríamos conocer en ningún museo[21]:
Tratemos de imaginar un mundo clásico
diferente. ¿Qué nos encontraríamos mientras paseamos por una ciudad de la
época? De entrada, los sentidos captan una experiencia totalmente distinta. El
hedor de la basura y los excrementos humanos nos golpea sin piedad. Porque los
impresionantes progresos romanos en alcantarillado se circunscriben a las principales
zonas públicas de la ciudad. Bien alejada de ellos, la gente evacúa en
cualquier parte.
Los esclavos son otro
punto clave de la obra de Fellini y, por supuesto, de la sociedad clásica.
Desde el esclavo amenazado de muerte por Trimalción por no haber cocinado a su
gusto, hasta los liberados por los patricios, están presentes a lo largo de
toda la película y muestran uno de los aspectos más importantes en los que se
basaba la economía romana. Más allá de la película, donde podemos observar su
vida como a través de una ventana, nos lo define Toner[22]:
Dos de las sociedades esclavistas más notorias
de la historia fueron la ateniense y la romana imperial, que iba capturando
esclavos por todo el territorio conquistado. Estos esclavos trabajaban la
tierra y las minas y conformaban el servicio doméstico. En lo que entonces se
llamaba Italia, representaban alrededor del veinte por ciento de la población,
y en Roma estaban por todas partes, suponiendo alrededor de un tercio de la
población. Llama la atención que los lugareños apenas se fijaran en ellos. […]
La esclavitud era normal, se trataba de una institución fundamental que nadie
cuestionaba. No había en aquel entonces movimientos abolicionistas, o no nos
han llegado menciones de su mera posibilidad. Tener un esclavo era tan normal
como tener hoy en día una nevera. Si visitáramos una ciudad antigua, nuestra
mirada toparía a menudo con ellos: los veríamos correr al mercado para comprar
comida o cargar al amo hasta el foro, pues los esclavos eran los caballos de la
Antigüedad. Y la brutalidad que a veces se empleaba con ellos puede resultarnos
chocante.
No debemos extraer de
esto que el modo habitual de trato con los esclavos fuera cruel, prueba de ello
es la anteriormente mencionada liberación de los esclavos por los patricios y
la tristeza con la que se despiden de sus antiguos amos, nos vuelve a dar
prueba de ello Toner[23]:
A la mayoría de la gente, como a Augusto,
aquella crueldad tan delirante le chocaba. Cuando se trataba de conseguir que
trabajasen duro, los amos entendían cuán contraproducente era amedrentar a los
esclavos. En su lugar, para alentarlos a trabajar productiva y voluntariamente,
empleaban una variedad de incentivos que iban desde la bonificación hasta la
promesa de una libertad futura. Los esclavos también eran caros, costaban el
equivalente a la manutención de dos años de una familia de cuatro miembros:
eran un activo cuyo valor disminuía con el maltrato del mismo modo en que
disminuía su rendimiento.
Es, en definitiva, el
Satiricón de Fellini, un giro rotundo a la realidad del día a día, un grito
para que no olvidemos los verdaderos romanos, los romanos corrientes. Una
alerta para no olvidar que la mayoría de información que nos ha llegado no es
tan representativa como pensamos de ese mundo antiguo idealizado y que, como
nos dice Toner[24]:”
[…] la alta cultura era una pequeña isla
en la Antigüedad. La mayoría era analfabeta y tenía poco o ningún acceso a los
ilustres textos que para nosotros representan el epítome de lo clásico.”
BIBLIOGRAFÍA.
Duby, Georges. Diálogo sobre la Historia. Conversaciones con Guy Lardreau. Madrid: Alianza, 1988, pp. 37-53.
Knapp,
Robert C. Los olvidados de Roma.
Prostitutas, forajidos, esclavos, gladiadores y gente corriente. Barcelona:
Ariel, 2011, pp. 67-114.
Lane
Fox, R. El mundo clásico: la epopeya de
Grecia y Roma. Barcelona: Crítica, 2007, pp. 13-21.
Salvador
Ventura, Francisco José. El mundo clásico
en El Satiricón de Fellini. Murcia: Universidad de Murcia, Servicio de
Publicaciones, 1999, pp. 447-453.
Toner,
Jerry. Mundo antiguo. Madrid: Turner,
2017, pp. 9-31.
Toner,
Jerry. Sesenta millones de romanos. La
cultura del pueblo en la Antigua Roma. Barcelona: Crítica, 2020, pp. 179-232.
[1] https://www.rogerebert.com/reviews/fellini-satyricon-1970
[Acceso el 10 de abril de 2021].
[2] https://www.chicagoreader.com/chicago/fellini-satyricon/Film?oid=1067763
[Acceso el 20 abril de 2021].
[3]
Francisco José Salvador Ventura, El mundo
clásico en El Satiricón de Fellini (Murcia: Universidad de Murcia, Servicio
de Publicaciones, 1999), 447.
[4] Jerry
Toner, Sesenta millones de romanos. La
cultura del pueblo en la Antigua Roma (Barcelona: Crítica, 2020), 179.
[5] Francisco
José Salvador Ventura, El mundo clásico en El Satiricón de Fellini (Murcia:
Universidad de Murcia, Servicio de Publicaciones, 1999), 448.
[6] Robin Lane,
El mundo clásico: la epopeya de Grecia y
Roma (Barcelona: Crítica, 2007), p. 13.
[7] Ibíd.,
16.
[8] Francisco
José Salvador Ventura, El mundo clásico en El Satiricón de Fellini (Murcia:
Universidad de Murcia, Servicio de Publicaciones, 1999), 449-450.
[9] Georges
Duby, Diálogo sobre la Historia.
Conversaciones con Guy Lardreau (Madrid: Alianza, 1988), 39.
[10] Jerry
Toner, Mundo antiguo (Madrid: Turner,
2017), 15.
[11] Jerry
Toner, Sesenta millones de romanos. La
cultura del pueblo en la Antigua Roma (Barcelona: Crítica, 2020), 207.
[12] Ibíd.,
208-209.
[13] Ibíd.,
190.
[14] Ibíd.,
202.
[15] Ibíd.,
215-216.
[16] Ibíd.,
225.
[17] Robert Knapp,
Los olvidados de Roma. Prostitutas,
forajidos, esclavos, gladiadores y gente corriente. (Barcelona: Ariel, 2011),
67.
[18] Ibíd.,
68-69.
[19] Ibíd.,
92.
[20] Jerry
Toner, Sesenta millones de romanos. La cultura del pueblo en la Antigua Roma
(Barcelona: Crítica, 2020), 206.
[21] Jerry
Toner, Mundo antiguo (Madrid: Turner,
2017), 9.
[22] Ibíd.,
19.
[23] Ibíd.,
21-22.
[24] Ibíd.,
30.