4 de junio de 2022

¿CÓMO NACIÓ EL MUNDO CONTEMPORÁNEO?



Si fuera posible establecer una fecha para el nacimiento del mundo contemporáneo más allá de los necesarios cánones académicos… espere, estimado lector…, puedo hacerlo mejor… Si consideramos la Revolución francesa como fecha del parto, podría sernos también útil para una mejor comprensión, conocer cuándo se fecundó el óvulo, cual fue ese preciso segundo en el cual el espermatozoide, después de haber atravesado el cuello del útero y subir por la trompa de Falopio, se encontró con el ovocito. Es conveniente por tanto hacer un pequeño salto temporal adicional antes de empezar a divagar sobre la manera en que nació nuestro mundo contemporáneo.

En nuestro caso, y si se me permite la libertad de seguir con el mismo ejemplo, la gestación va a durar algo más de lo habitual, exactamente el tiempo que va desde la publicación de De revolutionibus orbium coelestium por parte de Copérnico (1543), hasta la toma de la Bastilla, el 14 de julio de 1789. Muchos hombres ilustres van a desfilar en ese periodo, algunos incluso de mayor relevancia, pero si algún positivista me obligara, bajo amenaza de muerte o tortura, a establecer la fecha de la chispa inicial, sería indudablemente esta.

Dos factores de importancia infinita me llevan a esta conclusión de la mano de Rietbergen, el primero, por el atrevimiento que implicaba poner en duda el libro del que había emanado hasta entonces todo el conocimiento:

The text bears witness to great intellectual courage because it went against everything that the sixteenth-century Church and State saw as the established order of man and God, of earth and heaven. Thus, it laid the foundation for the modern, western world-view.  (Rietbergen, 2006, p. 315)

En segundo lugar, porque expresa y remarca la importancia de la utilización de las matemáticas como nuevo lenguaje para entender la naturaleza. Lenguaje que iba a ser imprescindible para cualquiera que quisiera buscar respuestas fuera de la Biblia.

Pero, obviamente, no estábamos –ni lo estamos todavía– preparados para que todo sea desentrañado a través de las matemáticas; para eso tuvimos la suerte de contar, entre otros, con Bacon, y sus primeros pasos en el desarrollo método científico, Descartes y su duda metódica o Locke, que nos enseño que no salimos del vientre de nuestra madre con ideas innatas y que estas son adquiridas a lo largo de nuestra vida en base a nuestra experiencia.

Subido a los hombros de estos gigantes, Newton pudo ir todavía un paso más allá, siendo capaz de predecir –si se me permite– en base al cálculo matemático, la posición de un cuerpo en un determinado momento dadas unas condiciones iniciales conocidas. Hasta ese preciso instante, siempre había sido Dios el que ejercía esa fuerza en todo momento y a su voluntad. Ahora que el movimiento se veía sometido a unas leyes ajenas a su dictamen, se había producido una ruptura de consecuencias impredecibles:” Newton confirmed what many had already suspected, or feared: God does not continuously interfere in man's life” (Rietbergen, 2006, p. 324). Se estaba creando el caldo de cultivo que iba a permitir a la gente observar con un nuevo espíritu crítico la realidad que le rodeaba, y lo que es más importante, iba a empezar a ponerla en duda:

Increasingly, people now argued that man should free himself of the paralysis of the past, of the authoritarian, unreasoned imposition of tradition used as an argument for the ideas and structures that, specifically, Church and State had created to hold their power over society and, even, man's soul. (Rietbergen, 2006, p. 325)

Sólidas y otrora indestructibles estructuras íntimamente ligadas a ese Dios iban a verse sacudidas desde sus mismísimos cimientos hasta la más alta de sus torres, otras simplemente iban a desaparecer. No se trataba entonces –Descartes daría fe de ello– como no se debería tratar ahora, de borrar de un plumazo lo que la fe había significado hasta ese momento a lo largo de siglos y siglos de historia para millones y millones de personas. Debemos ir ahora un poco más allá de la utilización maniquea que los poderosos han hecho de ella a través de los siglos.

No resulta fácil para un ateo como el que escribe reconocer, por ejemplo, que quizás sin esa inquebrantable fe, los puritanos del Mayflower que llegaron a lo que después se convertiría en los Estados Unidos de América, en 1620, no hubieran podido resistir las numerosas penurias que padecieron, para que siglo y medio después pudiera firmarse uno de los documentos históricos más influyentes de la historia, la Declaración de Independencia (1776) que, como no podía ser de otra manera, y al contrario de la Revolución francesa, no reniega en absoluto de su vínculo con Dios. Resulta cuanto menos desconcertante que fuera precisamente por esos nuevos aires humanistas que empezaban a soplar en la Inglaterra del siglo XVII por lo que se decidieron a buscar otro lugar, lejos de Europa, en el que poder practicar su ortodoxia puritana.

El caso es que un hueco tan profundo debía ser llenado. Se introdujeron muchas cosas en la oquedad: grandes declaraciones, como la anteriormente mencionada –que trataban de devolver al hombre su papel en el mundo, un papel que debía ser digno de las grandes ideas que ya hemos apuntado en este ensayo–, grandes personajes como Napoleón y toda una serie de grandes promesas basadas en una razón que debía llevarnos a la ruptura de todas las cadenas que nos habían mantenido presos hasta entonces en demasiados sentidos.

Pero el mundo contemporáneo nació, en cierta manera, huérfano, ¿podía sustituirse al fin esa legitimidad que Dios había otorgado hasta entonces a nuestros gobernantes y de la que parecía que no podíamos dejar de depender? Había que crear una idea superior, algo que rebasase la propia idea del gobernante, que lo abarcara y lo meciese como había hecho Dios hasta entonces, iba a aparecer por fin una de las creaciones más decisivas del mundo contemporáneo y de las más difíciles de definir, la nación.     

Su importancia radica en el hecho de que, tal como nos dicen Villares y Bahamonde:

La sustitución de las monarquías absolutas y de los grandes imperios, así como la agrupación en una unidad superior de pequeñas repúblicas y principados, ha sido realizada a través del estado-nación, que se ha convertido de este modo en la fórmula predominante de organización política del mundo contemporáneo. (Villares y Bahamonde, 2012, p. 75)

Es esa sustitución la que finalmente se realiza en este inicio de nuestro mundo contemporáneo y es en el eje del estado-nación en el que vamos a movernos a partir de entonces. Muchos de los conflictos activos en nuestros días tienen su origen en el esquema geopolítico que está comenzando a fraguarse ahora. Resulta imprescindible para cualquier intento de comprensión, remontarnos hasta las fechas en las que se está gestando nuestro futuro, un futuro que nos traerá terribles acontecimientos.

 

________________________________________________________________________

  

BIBLIOGRAFÍA

 

Wong, B. (2018). Ch. 2 - 19th Century Industrialization. The Belknap Press of Harvard University Press.

Crow, T. (1989). Pintura y Sociedad en el París del Siglo XVIII. Nerea.

De la Villa, R. (2003). El origen de la Crítica de Arte y los Salones. Serbal.

Harvey, D. (2008). París, capital de la modernidad (Vol. 53). Ediciones Akal.

Honour, H. (2007). El Romanticismo. Alianza.

Nochlin, L. (1991). El Realismo. Alianza.

Ponting, C. (2001). World history: a new perspective. Pimlico.

Rietbergen, P. (2006). A cultural History. Routledge.

Villares, R., & Bahamonde, Á. (2012). El mundo contemporáneo: del siglo XIX al XXI. Taurus.

Žižek, S. (2011). Primero como tragedia, después como farsa (Vol. 10). Ediciones Akal.