“El Pato Donald en los dibujos animados, como los desdichados en la realidad, reciben sus golpes para que los espectadores aprendan a habituarse a los suyos.“
Horkheimer y Adorno
Si me esfuerzo un poco, puedo imaginarme a los
cuatro hermanos Warner, allá por los años 30 o 40 del siglo pasado, rebanándose
la cabeza acerca de la siguiente película que iban a producir: cuál sería el
mejor guion, qué director debían seleccionar, la estrella que debería
protagonizarla para —en términos de Walter Benjamin— optimizar su valor
exhibitivo. Ellos debían ver a las masas que acudían a los cines a ver sus
películas como un elemento relativamente homogéneo al que satisfacer. No cabe
duda de que podían acotar su target (si se me permite el anglicismo marketiniano)
en determinadas, pero limitadas, variables: grupo de edad, sexo, religión,… No
cabe duda tampoco de que, además, recibían también cierta información —a
posteriori— que les permitía modular su siguiente producción en términos, por
ejemplo, de número de espectadores o recaudación.
El cine es, tal como Horkheimer o Adorno nos
muestran, el paradigma de la industria cultural, o uno de los máximos
exponentes de la reproductibilidad técnica, en palabras de Benjamin. Unos con
más pesimismo que el otro acerca de su potencial comunicativo, nos hablarían de
su carácter balsámico y pacificador, pero todos tratando de argumentar acerca
de las razones por las que, la esperada revolución del proletariado, no se
había finalmente producido a la escala planetaria que había sido anunciada por
Marx. Es de esa extrañeza por la no-revolución, y los horrores vividos en las
dos guerras mundiales, de la que bebe la Escuela de Frankfurt. Pienso que ambos
tres quedarían realmente sorprendidos al ver hasta qué punto sus teorías se han
visto confirmadas y el poder alcanzado por la industria cultural gracias a las
nuevas tecnologías.
¿Qué pensarían si supieran que esos hermanos Warner
de los que hablaba al principio podían ahora, no solo segmentar en grupos de
edad, sexo o religión, sino que podían saber en tiempo real qué es lo que
quieren prácticamente todos y cada uno de sus espectadores? Ya no es una masa
relativamente uniforme a la que satisfacer: todos y cada uno de los individuos
que la conforman están interconectados entre sí —y con la industria cultural— de
tal manera que ofrecen toda la información necesaria para que esa industria
cultural modele y adapte sus nuevos productos para acabar dando satisfacción a
todos y cada uno de ellos.
Así es como, gracias a las nuevas tecnologías, el
poder balsámico y pacificador de la industria cultural desvelado por Benjamin,
Horkheimer y Adorno, ha crecido exponencialmente desde la publicación de sus
trabajos. El resultado es un producto audiovisual adaptado a todos y cada uno
de nosotros. Antes podía gustarte —o no— El equipo A, El coche fantástico o Mc
Gyver, lo realmente difícil ahora es que no te guste, por ejemplo, alguno de
los más de 5.000 títulos que tiene Netflix a nuestra disposición.
Divertirse significa siempre que no hay que pensar,
que hay que olvidar el dolor, incluso allí donde se muestra. La impotencia está
en su base. Es, en verdad, huida, pero no, como se afirma, huida de la mala realidad,
sino del último pensamiento de resistencia que esa realidad haya podido dejar
aún. La liberación que promete la diversión es liberación del pensamiento en
cuanto negación. (Horkheimer y Adorno, p. 189)
Por muy cansado y hastiado que llegues de trabajar,
es muy difícil que no encuentres algo que te dé un poco de tregua para poder volver
al trabajo al día siguiente. Si se me permite el collage histórico, a
saber qué habría pasado si el 14 de julio de 1789 hubieran estrenado Game of
Thrones. Quién sabe, quizás hubieran dejado la revolución para otro día en el que
no hubiera internet.
Otra de las consecuencias del advenimiento de la reproductibilidad
técnica es, según Benjamin, la pérdida del aura de la obra de arte. El cine no
es, en este caso el mejor ejemplo para tratar de encajarla con las nuevas
tecnologías digitales aunque, como amante del cine, creo que sería capaz de
encontrarla en algunos objetos que ahora no vienen al caso.
He de decir que soy un romántico capaz de reconocer
esa aura en la contemplación del original. Imaginarme el momento en que el
pintor realizaba ese trazo que yo estoy viendo en ese preciso momento. No hay
duda de que ese sentimiento invita a la evocación: ¿qué debía pensar?, ¿qué
quería transmitirnos? Esa reflexión puede transportarte al lugar y tiempo en el
que, por ejemplo, fue pintado el Gernika e interiorizar el mensaje, procesarlo,
hacerlo tuyo.
Pues bien, declarado ese romanticismo, no puedo
evitar ver también cierto clasismo al identificar esa pérdida del aura como
algo negativo:” Con los medios de producción imprimen en ellas el estigma de
las reproducciones” (Benjamin, p. 80). No todo el mundo puede permitirse un
viaje a Madrid para contemplar el Gernika; además, las nuevas tecnologías
permiten ver la obra con un nivel de perfección y detalle prácticamente
infinito desde cualquier parte del mundo. ¿Diría Benjamin que no puedo alcanzar
ese nivel de conexión con la obra, en mi casa, a través de mi pantalla de
ordenador? Creo que sí, y yo estaría en gran parte de acuerdo con él, pero sólo
porque, como he dicho, soy un romántico, aunque no tengo muy claro donde encaja
mi romanticismo en una visión postmarxista de la sociología.
Pasaremos ahora de la Escuela de Frankfurt a la teoría
crítica de la mano de Nancy Fraser y a los modos principales para alcanzar la
justicia social. Según Fraser, existen dos maneras de llegar a ella: la
redistribución y el reconocimiento. Nos encontramos en un momento en el que
estas dos posibilidades parecen encontrarse enfrentadas, hay que seleccionar un
camino u otro. Fraser sostiene que los problemas sociales a los que nos
enfrentamos deben ser abordados desde las dos perspectivas:” Mi tesis general
es que, en la actualidad, la justicia exige tanto la redistribución como el
reconocimiento. Por separado, ninguno de los dos es suficiente” (Fraser, p.
84). A esta duplicidad la llama bidimensionalidad.
Veamos un ejemplo: el caso de los movimientos
sociales que luchan por la justicia social en el campo del racismo. Según
Fraser el problema debería ser enfrentado desde sus dos dimensiones. Por un
lado, definir las políticas que nos lleven a reconocer, aceptar y celebrar las
diferencias de raza. Por el otro, definir los procedimientos que nos llevaran a
eliminar las diferencias económicas que afrontan por su pertenencia a una clase
social trabajadora, las condiciones que les permitan una vida digna en el sentido
materialista del término.
Siguiendo un ejemplo muy simplista, diría que se
trata de conseguir que la policía no los registre o identifique por su color de
piel en la plaza Tetuán de Madrid, del mismo modo que, en vez de eso, le
pediría un autógrafo si fuera un conocido jugador del Real Madrid bajando de su
Ferrari.
BIBLIOGRAFÍA
Adorno, T. W., & Horkheimer, M.
(2007). Dialéctica de la Ilustración (Vol. 63). Ediciones
Akal.
Benjamin, W. (1999). La obra de
arte en la época de su reproductibilidad técnica. Astrágalo: Cultura de
la Arquitectura y la Ciudad, 11, 77–82.
Fraser, N. (2008). La justicia
social en la era de la política de identidad: redistribución, reconocimiento y
participación. Revista de trabajo, 4(6), 83-99.
Mesquita Sampaio de Madureira, M.
(2009). La Teoría Crítica de la Escuela de Frankfurt, de la primera a la
tercera generación: un recorrido histórico-sistemático.