Nos encontramos en un contexto histórico (s. VIII-VII) cuya estabilidad económica,
política y social, entre otros muchos factores, va a permitir a los primeros
filósofos, los presocráticos, empezar a desligarse de la necesidad de acudir a
los dioses para comprender el universo, la realidad, la naturaleza, en definitiva,
la “fisis”. La forma de explicar la “fisis” ha quedado obsoleta y no satisface
ya a unos pensadores que quieren ir un paso más allá. Los dioses pierden su
importancia a nivel personal, lo interesante son los factores comunes que unen
sus fuerzas, esos poderes antaño atribuidos a cada uno de ellos van a quedar
desligados de su persona. La evolución del pensamiento humano seguirá
necesitando de esos mitos, pero ya no serán útiles para la explicación de unos
fenómenos que, ahora sí, van a empezar a dejar de ser desconocidos.
Ya no se pretenderá más la explicación de un fenómeno en base a la acción de uno u otro dios, lo que se pretende es comprender todos los fenómenos de la realidad, encontrar las leyes comunes, generales, neutras y objetivas que rigen esa realidad. Los esfuerzos de comprensión de la naturaleza, la “fisis” una vez más, van a dirigirse al encuentro de puntos comunes; la ley que lo rige todo, según su concepción, el intento de ordenación del mundo cambiante que percibimos a través de nuestros sentidos. La búsqueda de una unidad o “arkhé”, de un principio a partir del cual emerge la “fisis”, que tranquilice su espíritu ante un mundo en constante cambio, donde nada permanece ni es eterno; un unidad que debió existir al principio y cuyo conocimiento dará sentido a todo.
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