“En algún apartado rincón del universo centelleante, desparramado en innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el minuto más altanero y falaz de la ‘Historia Universal’: pero, a fin de cuentas, solo un minuto“
F. Nietzsche
Como algún avezado nietzscheano ya habrá reconocido leyendo el epígrafe, así comienza Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, que especialmente en la versión comentada de la editorial Diálogo[1], abre una ventana fantástica –por la que entra una brisa fresca– al pensamiento de Nietzsche. Me parece una buena manera de empezar este ensayo, dado que pretendo ligarlo –si se me permite– con el principio de El Anticristo, veamos donde nos lleva esto:
Hemos descubierto
la felicidad, conocemos el camino, hemos encontrado la manera de superar
milenios enteros de laberinto. ¿Quién más la ha encontrado? ¿El hombre moderno
acaso? “Estoy completamente desorientado, soy todo lo que está completamente
desorientado”, así se lamenta el hombre moderno... (Nietzsche, 2004, p. 9)
El
Anticristo fue publicado en plena segunda
revolución industrial, en una época en la que ya había calado profundamente el
sentimiento de que los fantásticos conocimientos adquiridos, en todos los
ámbitos y desde la ilustración, no iban a resultar suficientes para llenar los
huecos que habían dejado libres las antiguas instituciones, especialmente la
monarquía y la religión.
Es
en ese contexto en el que aparece Nietzsche para certificar un deceso que ya
había sido anunciado anteriormente por Hegel[2],
la muerte de Dios, y como no podía ser de otro modo, el hombre moderno se
siente completamente desorientado. Y es que en algún momento se pensó
que alcanzaríamos el Conocimiento, pero en el camino hemos olvidado que la absoluta
complejidad de la realidad del mundo nos llevó a simplificarla, y ese descuido
nos ha convertido falsamente en el centro de toda existencia:
Nos oponemos,
por otra parte, a una vanidad que también en este punto pretende levantar la
cabeza; como si el hombre hubiese sido el magno propósito subyacente a la
evolución animal. No es en absoluto la cumbre de la creación; todo ser se
halla, al lado de él, en idéntico peldaño de la perfección... Y afirmando esto
aun afirmamos demasiado; el hombre es, relativamente, el animal más malogrado,
más morboso, lo más peligrosamente desviado de sus instintos, ¡claro que por
eso mismo también el más interesante! (Nietzsche, 2004, p. 33)
Pero
Nietzsche hace algo más que dar fe –toléreseme la bufonada– del fallecimiento
de Dios, no nos deja solos frente a ese abismo. En primer lugar, y como buen
maestro de la sospecha, nos pone frente a la pregunta capital que plantea su
genealogía, ¿a quién convenía la propagación de semejante mentira?:
En el viatge genealògic Nietzsche mostra com la supervivència del
col·lectiu, els propòsits comuns i l'apel·lació a principis universals es van revelar
com a preferibles enfront de la mera voluntat individual. Però, i aquí la
pregunta fonamental de la genealogia: preferibles per a qui? Preferibles per a
aquells individus que van modelar la col·lectivitat com la seva creació pròpia,
que van voler assegurar la producció de determinats trets humans, que van
pretendre potenciar un determinat tipus humà. (Gómez, 2020,
p. 27)
Y,
lo que es tanto o más importante, la omisión de ese engaño, de esa mentira en
la que se basa la moral (Gómez, 2020, p. 26) y el camino por el que nos ha llevado
ese olvido, la negación de nuestra existencia real:” Este mundo de la
ficción se distingue muy desventajosamente del mundo de los sueños, por cuanto
éste refleja la realidad, en tanto que aquél falsea, desvaloriza y repudia la
realidad” (Nietzsche, 2004, p. 37).
En
segundo lugar, desvela las consecuencias de la rebelión de los esclavos,
es decir, de los que se han aprovechado de esa farsa por temor a hacer valer su
voluntad de poder, para regodearse en lo que Nietzsche considera sus
debilidades y seguir viviendo en un mundo de fantasía:
Cuando los
oprimidos, los pisoteados, los violentados se dicen, movidos por la vengativa
astucia propia de la impotencia:” ¡Seamos distintos de los malvados, es decir,
seamos buenos! Y bueno es todo el que no violenta, el que no ofende a nadie, el
que no ataca, el que no salda cuentas, el que remite la venganza a Dios, el
cual se mantiene en lo oculto igual que nosotros, y evita todo lo malvado, y
exige poco de la vida, lo mismo que nosotros los pacientes, los humildes, los
justos” –esto, escuchado con frialdad y sin ninguna prevención, no significa en
realidad más que lo siguiente:” Nosotros los débiles somos desde luego débiles;
conviene que no hagamos nada para lo cual no somos bastante fuertes –”. (Nietzsche,
2011, p. 60)
Pero
en un mundo infinitamente complejo, como acertadamente –pienso– lo describiría
Nietzsche, debe haber y hay, en infinitas gradaciones, débiles y fuertes. No me
parece justo hacer recaer sobre el débil, además, la culpa de no querer ser
fuerte y ser uno capaz de crear sus propios valores y fundar-crear,
además, de la “nada”, empresas de éxito como Apple o Tesla haciéndonos sentir mal
por nuestra mediocridad[3].
Es por
eso por lo que me acojo, en última instancia y como a un clavo ardiendo, lo sé,
a la única justificación y misericordia que parece conceder Nietzsche a los oprimidos
y los pisoteados:” Pero con esto queda explicado todo. Sólo quien sufre de
la realidad tiene razones para sustraerse a ella por medio de la mentira”
(Nietzsche, 2004, p. 37). La realidad puede ser muy dura, hasta tal punto que
debería poder justificarse, sin miedo a ser insultado, el acudir al consuelo de
una religión como la cristiana. Solo me gustaría añadir en este punto, y me
parece un ejercicio de honestidad necesario para una mejor comprensión de mi
análisis, que parece mentira como tiene que verse uno –el que escribe, que se
define como profundamente ateo, pero envidioso de la gente con fe– defendiendo
la religión cristiana.
Intentemos
ahora analizar de brevemente, y de forma crítica, esa íntima relación del
cristianismo con la moral que establece Nietzsche. La cuestión en planteada de
forma clara y concisa por el profesor Romero:” ¿Utilizar argumentos morales
implica ser cristiano (aunque uno no lo sepa)?” (Romero, 2019, p. 172).
Es
decir, si definimos como moralmente correcto sentir compasión por el débil,
esforzarse por liberar al oprimido o empatizar con el que sufre, ¿vamos a ser
identificados de forma inequívoca como cristianos?:
Esta
identificación de moral con cristianismo es a todas luces una consecuencia
perversa de un modo de entender, desde mi punto de vista, no adecuadamente
matizado, la crítica de Nietzsche a la moral. Si la moral es cristiana, con el
cristianismo lanzamos también por la ventana la moral, toda posible moral, con
lo que nos desembarazamos de todo un conjunto de problemas y nos simplificamos
las cosas como intérpretes de Nietzsche. (Romero, 2019, p. 172)
Entiendo
que la crítica de Nietzsche al cristianismo nace, como he comentado
anteriormente, de ese rechazo al regodeo en sentimientos que considera ajenos a
la naturaleza humana, pero quizás ahí radica, en parte, mi desacuerdo con él en
este punto, justo en la discusión sobre la naturaleza humana y su carácter
moral. El cristianismo es, en definitiva, para Nietzsche, la punta de la flecha
que lanza contra la moral, no contra las religiones.
De
lo que no debería haber duda es de esa apropiación de la moral realizada por el
cristianismo. Es tan profunda que ni siquiera somos conscientes de como está
arraigada en nuestra cultura, y es que no resulta fácil desprenderse de siglos
y siglos de hegemonía en Europa. Llega hasta tal punto que, como nos indica el
profesor Medrano, reconocidos y prestigiosos teólogos como González Faus,
Castillo, Jon Sobrino y Olegario González de Cardedal, son capaces de llegar a
ver sombras de actitudes cristianas en Nietzsche:
Los tres
pensadores vienen a coincidir en la existencia de una “actitud” ética de fondo
cristiano, aunque haya atacado durísimamente el dogma, en Nietzsche y en las
posibilidades que –queridas o no por el filósofo– se abren para el cristianismo
más auténtico a raíz de los radicales cuestionamientos nietzscheanos sobre el
“escándalo de la Cruz” o sobre la invasión de la fe cristiana por una mera
moral. (Medrano, 2012, p. 316)
Me
resulta del todo sorprendente esta aproximación al pensamiento de Nietzsche,
sobre todo después de martillazos como este:
Los débiles y
malogrados deben perecer; tal es el axioma capital de nuestro amor al hombre. Y
hasta se les debe ayudar a perecer. ¿Qué es más perjudicial que cualquier
vicio? La compasión activa con todos los débiles y malogrados; el
cristianismo... (Nietzsche, 2004, p. 11)
BIBLIOGRAFÍA
Medrano, J. M. (2012). Tres
acercamientos cristianos al pensamiento de Nietzsche: Welte, Vattimo y González
de Cardedal. Brocar: Cuadernos de investigación histórica, (36), 313-339.
Galán, W. Els límits de la
racionalitat il·lustrada Marx, Nietzsche, Freud. Fundació Universitat
Oberta de Catalunya (FUOC).
Galán, W. El problema del sentit.
Fundació Universitat Oberta de Catalunya (FUOC).
Gómez, A. (2020). El mètode
genealògic en Friedrich Nietzsche. Fundació Universitat Oberta de Catalunya
(FUOC).
Nietzsche, F. (2004). El
anticristo. El Cid Editor.
Nietzsche, F. (2011). Genealogía
de la moral. Alianza Editorial.
Romero, J. M. (2019). Criticar a
Nietzsche (sin sucumbir en el intento). Réplica a “Redimir a Nietzsche (por
enésima vez)” de Mariano Rodríguez. Logos. Anales del Seminario de
Metafísica, 52, 171-174. https://doi.org/10.5209/asem.65864
[1] Nietzsche.
Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Archilés Quintana,
Alejandro; Ruiz Cortina, Juan José; Vilana Taix, Vicente. Año 2000.
[2]
Jaeschke, W. La consciència de la
modernitat. Nota extraída de la web del Profesor Alcoberro:
<http://www.alcoberro.info/planes/hegel1.html>
[3] Pido perdón
por la analogía, se me ha ido un poco de las manos.