Solo se me ocurre una respuesta para el final
de un viaje que se iniciaba, a principios del s. XVII, con la esperanza de
conseguir el fin de todo sufrimiento humano o, cuanto menos, con la fe de
disponer de las herramientas para lograr hacerlo, y acaba con una Gran Guerra,
aun sin saber que tendríamos que numerarlas. Un
viaje que acaba con no menos de 16 millones de muertes solo puede calificarse,
en mi opinión, de final oscuro.
Con un liberalismo agotado que no ha logrado cumplir
su promesa de igualdad, el mundo se enfrenta a un tipo de guerra desconocido
hasta entonces. Fruto en parte de un enorme positivismo y una inercia generada
en las décadas anteriores, que había creado unas poderosas fuerzas de cohesión
interna, en sustitución de las que sostenían al antiguo régimen. Hablo de una
de las mayores creaciones del s. XIX, el nacionalismo, que incluso logró
superar, de largo, el incipiente socialismo que tantos logros había conseguido en
la segunda mitad del siglo para la clase trabajadora, pero que fracasó a la
hora de evitar que sus miembros fueran directos –e incluso felices en un principio–
a la carnicería que iba a ser la Primera Guerra Mundial.
En una época en la que la ciencia y la
tecnología abarcaba y se expandía por todos los campos, incluso los artistas
tuvieron que reaccionar al hecho de que su camino debía ser algo más que la imitación
de la naturaleza, dado que existían ya mejores formas de hacerlo. Debían
experimentarse nuevas vías, como las de Monet y Kirchner, a través del
impresionismo primero y como reacción a este con el expresionismo. Se trataba
de que el factor humano continuara teniendo valor, de que el interés de
procesar la realidad continuara vigente y pudiera ser transmitido a los que
carecemos de ese sentido adicional o de esa capacidad.
Para la mujer se iniciaba un nuevo camino que
empezaba a reflejarse también en el interés de las actividades culturales. El
trayecto que iniciaba la mujer de clase alta occidental, principalmente en Gran
Bretaña, Francia y Alemania, tardaría todavía muchas décadas en expandirse al
resto de clases sociales y países, continuando su expansión todavía en la
actualidad. Pero es, sin duda, uno de los hechos más importantes sucedidos en
el s. XIX, a mi entender, tan relevante y característico del s. XIX como el
liberalismo, el socialismo o el nacionalismo.
La llegada de Lenin al poder y el cambio de régimen que, a partir de la Revolución de Octubre de 1917, quedaría en manos de los bolcheviques, se convertiría, por primera vez en un contrapeso al liberalismo europeo predominante hasta entonces. La deplorable situación de las clases sociales en situación más desesperada sería utilizada, una vez más, como coartada para conseguir el poder. Y aunque son innegables también las mejoras sociales que se lograrían, como se consiguieron en Europa occidental, se acabaría demostrando, una vez más, la imperfección y las carencias de cualquier sistema político que haya sido implantado desde el principio de los tiempos.