19 de mayo de 2021

El Manifiesto del Partido Comunista o, ¿qué es verdaderamente el comunismo?

Quizás no me atrevería a decir que el Manifiesto Comunista sea el documento revolucionario más importante y de ideas históricas más seguras que nunca se haya escrito, tal como afirma M.P. Alberti[1] en la edición utilizada para la realización de este ensayo. No me cabe duda en cambio de que se trata de uno de los documentos políticos más influyentes de la historia. Encargado por la Liga de los Comunistas a Karl Marx y Friedrich Engels, fue publicado en Londres el 21 de febrero de 1848, año que supuso el fin de la Restauración.

El siglo XIX se había iniciado, tras la derrota de Napoleón en 1815, con la creación de un nuevo mapa de Europa[2] y la restauración del Absolutismo, que pretendía frenar las revoluciones burguesas con alianzas entre países, permitiendo a los nuevos gobiernos intervenir fuera de sus fronteras para atajarlas de forma más eficaz. Aun así, el espíritu de la Revolución Francesa seguía latente y extendiéndose en el periodo que va hasta 1830. El liberalismo era el programa de esa clase burguesa revolucionaria que defendía los derechos individuales, a saber, sufragio universal, libertad de prensa, de culto y religión así como la separación de poderes; el pueblo y la burguesía iban de la mano. La revolución era, en este punto, de una burguesía que lideraba al pueblo frente a la aristocracia y lo utilizaba como ariete para derrocarla. La burguesía consiguió implantar entonces un liberalismo moderado en Francia tras la Revolución de julio de 1830, pero los cambios prometidos al pueblo no llegaron, y los nuevos vientos liberales empezaron a  extenderse al resto de Europa.

Nos encontramos ya en el año 1848, el año del fin de la Restauración, la burguesía liberal pretende asestar el golpe definitivo a la aristocracia, pero esta vez el pueblo ya no confía en ella, éste ha empezado a organizarse para poder actuar de forma autónoma. Esta vez ya no va a tratarse de una nueva revolución política, sino de una revolución social encabezada por un proletariado en condiciones cada vez más precarias que ha empezado a tomar conciencia de sí mismo y se rige ya por ideales democráticos. El liderazgo corresponde esta vez a las clases medias urbanas que van a empezar a enfrentarse a la alta burguesía que pretenderá ocupar el hueco dejado por la aristocracia tras el asalto al Palacio de las Tullerías[3] y la proclamación de la República. El consenso entre la alta burguesía y las clases populares se ha roto, la nueva alianza que ostentará el poder está compuesta por esa burguesía y los restos de la vieja aristocracia.

El pueblo está solo, y con el desarrollo del trabajo industrial toma conciencia de que se ha convertido en un simple peón, un proletario, que ya no controla ni los medios de producción ni el propio proceso productivo, en definitiva, se da cuenta de que su vida está absolutamente en manos de una clase social en la que antaño confió, pero que simplemente lo ha utilizado para completar un cambio de régimen largamente buscado y que por fin ha conseguido llevar a cabo.

Es en este contexto, en el que la Liga de los Comunistas[4] encargó a Marx y a Engels la preparación de un programa para el Partido, que pudiera utilizarse como base teórica de su pensamiento, pero también como manual práctico que pudiera guiar sus acciones a nivel global.

Tal como el propio Engels nos indica[5] al poco tiempo de morir Marx, la idea central del Manifiesto consiste en denunciar como, a lo largo de la historia, las estructuras sociales creadas han estado siempre supeditadas a los diferentes sistemas de producción implantados a conveniencia de la burguesía. De este modo, es la producción económica, y no el bienestar general de la mayoría, la que se constituye como base para la creación de todos los sistemas políticos implantados desde la Edad Media[6]. Marx entiende que toda la historia no ha sido sino una historia de lucha de clases: explotadas y explotadoras. Es en esos momentos, además, cuando se toma plena conciencia de ello al haberse llevado a cabo un cambio de régimen político fundamental, iniciado en el fin del feudalismo, y que ha permitido a lo que entonces era una clase social emergente, la burguesía, alcanzar por fin el poder e implantar su sistema político predilecto, el Liberalismo. Las partes en conflicto están perfectamente definidas en este momento histórico para Marx[7]: una alta burguesía en búsqueda constante del beneficio económico y un proletariado que, fruto del desarrollo industrial es entendido como una parte más del sistema productivo. Esta simplificación de las partes en conflicto pretende reforzar y unir internacionalmente al proletariado en una lucha que ya solo puede ser global.

Me ha sorprendido el hecho de que, en su momento, Marx y Engels se plantearan llamarlo manifiesto socialista, posibilidad que inmediatamente descartaron por lo que significaba ese término ya entonces. El socialismo era un movimiento inequívocamente burgués, que pretendía mejorar el sistema desde dentro, no tenía el carácter revolucionario del comunismo ni bebía del desencanto de las numerosas promesas rotas de la burguesía en cuanto mejora de las condiciones de vida del pueblo llano. El comunismo, en cambio, había establecido su propia visión de la realidad y marcado un camino para cambiarla.

Con la caída en desgracia del comunismo que, fruto de la pretendida aplicación posterior de sus principios teóricos en gobiernos déspotas y de su constante amenaza contra el poder liberal establecido, fue siempre combatido por las clases dirigentes viejas y emergentes, el socialismo antaño considerado utópico, tomó el relevo de la lucha obrera, pero despojada ya de todo carácter revolucionario.

Pero, ¿de dónde vienen esas partes en conflicto?

No se puede negar el carácter revolucionario de la burguesía, que ya en la Edad Media supo darse cuenta de que la estructura feudal era un freno para las nuevas posibilidades de producción que se abrían. Es a partir de ese momento cuando toman conciencia de su capacidad para blandir el poderío económico adquirido y transformarlo en político, que a su vez, permita establecer un gobierno que defienda, ante todo, la creación de un entorno favorable para su crecimiento.

Cada etapa de esa evolución, de ese camino que les llevó a conseguir finalmente el cambio de régimen en 1848, no era sino la consecuencia de una mejora en los medios de producción[8] o de comunicación[9] y debía llevar asociado un cambio en la forma de gobierno que permitiera el máximo desarrollo.

Este ciclo[10] repetido una y otra vez, y que siempre acaba en crisis debido a la superproducción[11], es una y otra vez superada por la burguesía destruyendo parte de la fuerza productiva[12], buscando nuevos mercados o explotando todavía más los ya existentes, es decir, la crisis solo puede ser superada en base al razonamiento propio de la burguesía: creciendo todavía más, lleva a poder superarla finalmente, pero solo a costa de estar preparando la siguiente crisis.

¿Y el proletariado? Su lucha se inicia con el nacimiento de la burguesía, desde el principio se va incrementando poco a poco su número y aumenta su cohesión, pero no son más que una herramienta de la burguesía en su lucha contra la aristocracia y otros burgueses. El desarrollo económico y político de la burguesía, con el consecuente aumento de la producción gracias a la industrialización, incrementa el número de proletarios, pero precariza cada vez más su situación, lo que provoca que se empiece a organizar de forma independiente y a tomar conciencia de su fuerza, de su capacidad de influencia en unos procesos productivos que ya no controla, que son completamente ajenos a él y en los que solo participa como parte integrante e indistinta del mismo, como una parte más no diferenciada de la máquina.

El aumento de la comunicación, que hasta ahora solo había beneficiado a la burguesía, es aprovechado para poner en contacto y unir esas organizaciones independientes que antes solo luchaban localmente, se está creando una conciencia de clase, que viene dificultada, es verdad, por la competencia que se hacen esas propias organizaciones, pero que van obteniendo mejoras en la situación de los obreros. La lucha solo tiene sentido con un proletariado unido en una revolución universal[13], solo así puede actuarse contra una burguesía establecida universalmente, que actúa a nivel global y que puede por tanto encontrar otros lugares para producir, otros proletarios que explotar  u otros países desde los que importar esos mismos proletarios.

Una parte de la burguesía se da cuenta de esa nueva conciencia de clase y se une a los proletarios como sus ideólogos[14], que van a dar cuerpo teórico y práctico a esas reivindicaciones. Éstos establecen que la única clase verdaderamente revolucionaria es la proletaria: la conciencia de clase va a desembocar en la lucha de clases.

¿El fin de la burguesía?

La burguesía debería ser capaz de ofrecer al proletariado unas condiciones de vida mínimas, que le permitan su desarrollo como persona más allá de su fuerza productiva. Pero es la propia inercia de esa burguesía la que la lleva a buscar un incremento más y más grande de la industrialización y por tanto la precarización del proletariado, en un círculo vicioso, que no puede romperse si no es saliéndose de él, que es en definitiva, la pretensión del manifiesto.

No infiero de todo esto una maldad intrínseca de toda la burguesía, solo del sistema; pondré un ejemplo. Pongamos por caso un burgués de la época, tremendamente rico y con numerosas fábricas en las que produce grandes cantidades de ollas para cocinar. Añadiré que dispone además de muy buenos contactos en las más altas esferas el gobierno. Pudiera tratarse del modelo ideal y concreto contra el que llama a la lucha el Manifiesto. Pues bien, digamos que por simple bondad humana, el citado burgués quiere mejorar las condiciones de vida de sus obreros, por lo que accede a sus locas demandas[15], que en definitiva, puedan permitir el desarrollo personal del proletariado más allá de su capacidad de producción. ¿Qué le sucederá al bondadoso burgués? Que deberá elevar el precio de sus productos en relación a otro burgués, digamos menos bondadoso, y que por tanto no podrá vender su producción, teniendo que volver a retirar derechos a sus trabajadores si quiere continuar siendo un rico burgués. Este es, según entiendo, el sistema cerrado y cíclico contra el que luchan, entre otros, Marx y Engels.

Es el rompimiento de este círculo histórico, de un sistema político al servicio de la producción y no del pueblo, lo que debe suponer el fin de la burguesía. Es, desde mi punto de vista, una lucha contra la naturaleza humana, de abajo hacia arriba, pero al fin contra esa misma burguesía que antaño era parte del pueblo que sufría similares presiones de la aristocracia feudal. Una burguesía que prosperó y olvidó sus orígenes, sus sufrimientos, sus carencias y sus deseos de una vida digna. Es esa naturaleza humana, que siempre quiere más y que no tiene memoria, contra la que pretende luchar el Manifiesto. Sin duda debe ser una lucha real, humana, y por tanto ha de estar representada por alguien, porque no se puede luchar contra un fantasma. Ese es para mí el papel de la burguesía, el de encarnar la peor parte del alma humana, no porque sea diferente de la del resto, sino porque teniendo la posibilidad material de crear un mundo mejor, no lo hace.

El capítulo del Manifiesto Comunista que nos ocupa viene a resumir, de forma sencilla y entendible para la clase obrera, como se ha llegado, en 1848, a una situación de explotación salvaje del proletariado; una deshumanización que fruto del propio sistema productivo ha llegado a una escala que ya no puede ser sostenida, nunca antes en la historia de la humanidad tan pocos hicieron tanto daño a tantos[16] (durante tanto tiempo). La organización de la clase obrera debía estar cimentada en unos fuertes principios ideológicos que fueran entendidos por toda ella. Principios que les permitieran conseguir una unidad que los hiciera fuertes, una unidad que traspasara fronteras tal como lo había hecho ya hace siglos la propia burguesía.

Pero, ¿y el papel del estado?, prácticamente no hacen mención a él. Obviamente Marx y Engels consideran que se encuentra en manos de la burguesía. Tal como nos apunta Jacques Droz[17], al no ser considerada una institución democrática, solo actuará en defensa del orden establecido por la propia burguesía. La lucha contra la burguesía es, por tanto contra el estado, al no poder establecerse una democracia burguesa que permita al proletariado constituirse en clase, de manera no violenta, con el objetivo de que puedan atenderse sus peticiones.

La burguesía supo ver el peligro que suponía el manifiesto ya en 1848, tal como Engels indica[18], fue pronto relegado al olvido por la reacción que siguió a la derrota de los obreros parisinos en junio de 1848 y proscrito “por ley” a consecuencia de la condena de los comunistas de Colonia en noviembre de 1852. Es lógico, el carácter revolucionario, ya no solo a nivel teórico sino práctico, del manifiesto suponía una amenaza muy real contra la burguesía, de hecho ponía las bases para erradicarla.

La inspiración que supuso para posteriores regímenes políticos como el soviético, supuso la puntilla definitiva para su demonización, lo que ha supuesto al fin, la verdadera victoria de la burguesía, pero conviene darse cuenta de que el comunismo de Marx y Engels fue para Stalin lo que Nietzsche fue para el nazismo, una herramienta ideológica que utilizar para conseguir un fin muy alejado de lo que pretendía su autor. Tal como nos dice Sperber[19] en referencia a Marx, pero que podría ampliarse sin duda a Engels, no podemos echar sobre sus espaldas la responsabilidad por los terribles regímenes que se establecieron en su nombre. Sperber lo vuelve a exponer, esta vez de forma más clara y directa, es cierto que Marx defendía una revolución violenta y quizás incluso terrorista, pero que guarda muchas más semejanzas con los actos de Robespierre[20] que con los de Stalin.

Tal como muy acertadamente nos dice Gombrich[21], la lucha de clases debía desembocar en la eliminación de las clases, no en la preeminencia de ninguna de ellas, y no es que la propiedad debiera cambiar de manos, es que la propiedad, como causante de todos los males que han caído y caen sobre el proletariado, debía eliminarse.

Y no puede hacerse porque lo que vino después no fue comunismo, nada de lo que vino después debería denominarse comunismo, por lo menos no en la acepción que le dan Marx y Engels en el capítulo que nos ocupa, donde exponen una situación de completo desamparo histórico de la clase obrera y un camino revolucionario para salir de ella. No creo que pretendieran, con su Manifiesto, sentar las bases de otros sistemas políticos en los que las clases gobernantes exigieran libertad para derrocar el “demonio” del capitalismo. No creo que, en definitiva, pretendieran cambiar un demonio por otro, solo la emancipación de la clase obrera.

Muchas revoluciones precedieron a la que se produce en el contexto de la publicación del Manifiesto, muchas pretensiones de cambio siguiendo un único interés. Todas lideradas, según Marx y Engels por la misma clase social y con el mismo objetivo, establecer un nuevo marco en el que la burguesía pueda desarrollar su actividad: su producción.

Todas con las mismas promesas de mejora para soliviantar la misma clase social y poder erradicar una aristocracia que actuaba como rémora de ese progreso. Era hora de darse cuenta ya que siempre se trataba de la misma lucha, la lucha por el dominio económico enmascarada en una lucha por el poder político. La burguesía nunca estuvo interesada en el poder formal, el que se ve representado en los respectivos gobiernos, su consecución no podría ser tolerada por el proletariado.

Pienso que esa fue la principal lección que extrajo la burguesía de la Revolución de 1848, que su dominio del entramado político debe ser ejercido de forma sutil, nunca directamente, que conviene de vez en cuando aflojar la cuerda, de manera que esa cohesión social que crea la conciencia de clase como concepto revolucionario y como respuesta a un enemigo formal, pueda ir diluyéndose.



[1] Nota preliminar del traductor en la edición elaleph.com del año 2000 del Manifiesto Comunista.

[2] Resultado del Congreso de Viena que pretendía frenar el expansionismo francés.

[3] 24 de febrero de 1848, Luis Felipe I de Francia es obligado a abdicar y se inicia la 2ª República Francesa.

[4] Organización revolucionaria obrera nacida en Londres en junio de 1847.

[5] 1883, Prefacio II en la edición elaleph.com del año 2000 de Manifiesto Comunista.

[6] La Edad Media supuso la desaparición de la propiedad común del suelo.

[7] El propio Engels atribuye esta idea central del Manifiesto a Marx.

[8] Por ejemplo, la invención de la máquina de vapor.

[9] Por ejemplo, el descubrimiento de América.

[10] Mejora en la producción → evolución / revolución → superproducción → crisis

[11] “Demasiada civilización, demasiados medios de subsistencia, demasiada industria, demasiado comercio” Citado del Manifiesto Comunista, p.36.

[12] Guerras, hambre.

[13] DROZ, Jacques. Historia del socialismo (1992:11).

[14] Diríase que Marx y Engels pretenden justificar aquí, en parte, su propio origen burgués, muy alejado de las condiciones sociales de los proletarios en situación más precaria.

[15] Horario laboral de razonable, festivos, sueldos dignos

[16] Parafraseando de forma libre a Winston L. S. Churchill acerca de su famosa frase referente a los pilotos de la  RAF tras la Batalla de Inglaterra (1940) de la Segunda Guerra Mundial: “Nunca tantos debieron tanto a tan pocos”

[17] DROZ, Jacques. Historia del socialismo (1992:11).

[18] Prefacio III. Engels, 1890

[19] Karl Marx, no tan fiero. Artículo de EL MUNDO, edición digital. VIVAS, Ángel (2013). http://www.elmundo.es/cultura/2013/12/10/52a7401261fd3dd8698b4584.html

[20] Robespierre fue uno de los líderes de la Revolución Francesa de 1789. Miembro del Comité de Salvación Pública que gobernó Francia durante el periodo revolucionario conocido como el Terror, que se caracterizó por la brutal represión por parte de los revolucionarios mediante el uso del terrorismo de Estado para reprimir las actividades contrarrevolucionarias.

[21] Gombrich, Ernst (2014:287)