Decía el grandísimo Gabriel García Márquez en su famoso discurso de
aceptación del Premio Nobel de Literatura, en el año 1982, a propósito de La
Soledad de América Latina[1]:” Un presidente prometeico atrincherado en su
palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres
aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón
generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su
pueblo. En este lapso ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado […]”. Se
refería García Márquez al periodo comprendido entre el incendio del Palacio de
la Moneda de Chile, en el que resistía el Presidente Allende en 1973, y los
dudosos accidentes aéreos en los que perdieron la vida el presidente Jaime
Roldós de Ecuador y el general Ómar Torrijos de Panamá[2] en
1981.
Costa-Gavras sitúa su película un poco antes, en 1970, pero conviene
recordar cual era la situación general en la América Latina de entonces,
convertida en el patio trasero de los EEUU, campo en el que jugaba con ventaja
frente a su adversario, la URSS, por simple proximidad geográfica.
El escenario que nos plantea el director griego es un país, Uruguay,
cuya oligarquía económica mantiene el poder bajo una apariencia democrática con
el apoyo soterrado de los EEUU, que se encarga de instruir al aparato policial
y militar para mantener a raya las demandas de libertad de las nuevas
generaciones, que quedan encarnadas por los jóvenes idealistas universitarios
de doctrina marxista. Costa-Gavras retrata la lucha ideológica que representa
la Guerra Fría. Por un lado, el mantenimiento de un sistema capitalista estable
y predecible que aboga por un estado liberal basado en la promesa de recompensa
a los méritos y el trabajo individual. Por el otro, el descontento con la
realidad de un mundo en el que el éxito está restringido a una reducida élite
por derecho de nacimiento.
Esa es la trampa de la Guerra Fría, que nadie gana, porque parece no
haber más salida que la propuesta por los dos extremos en conflicto. Este hecho
queda perfectamente reflejado en el momento en que la guerrilla izquierdista,
Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, se enfrenta finalmente al dilema
de tener que utilizar la más extrema violencia para combatir la misma violencia
contra la que lucha, pero que no resulta tan evidente.
Nos lo vuelve a explicar muy bien García Márquez en el mismo discurso
pronunciado en Estocolmo que siempre conviene revisitar:” Pero muchos
dirigentes y pensadores europeos lo han creído, con el infantilismo de los
abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera
posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo.
Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad.” Eso era, en definitiva, la Guerra
Fría, dos grandes disputándose el mundo o, en este caso, un pequeño país de
América Latina.